29 oct 2006

Forman presenta a Goya sin Portman ni Bardem



Stellan Skarsgard, que interpreta al pintor aragonés en 'Los Fantasmas de Goya'. acompañó al director Milos Forman (Alguien voló sobre el nido del cuco) en su visita a Madrid para promocionar la cinta. Estuvieron ausentes de la presentación Javier Bardem y de Natalie Portman, también protagonistas de esta revisitación a la España del siglo XVIII.

El checo nacionalizado estadounidense Milos Forman, acompañado de Stellan Skarsgard, Randy Quaid y los españoles José Luis Gómez y Blanca Portillo defendió en rueda de prensa un nuevo acercamiento a nuestro internacional Francisco de Goya y Lucientes.

Al acto celebrado el día 6 de noviembre en un céntrico hotel madrileño también acudieron el coguionista Jean-Claude Carrière y el productor Saul Zaentz, quien junto a Forman suma veintitrés Oscars de la Academia Americana.

A tenor de la tibia acogida de la crítica especializada internacional, no es probable que ninguno de los dos ensanche sus arcas en la próxima gala que se celebre en el Shrine Auditorium.

Quizá los pobres resultados del corte final son los que han hecho que las dos grandes estrellas de la producción, Javier Bardem y Natalie Portman, no se hayan animado a promocionar la película.

Los argumentos esgrimidos por el realizador para justificar sendas incomparecencias fueron complacientes con el español, de quien dijo que “le hubiera encantado acudir a la cita”, pero que “un rodaje en la selva sudamericana se lo impidió”; no tanto con la estrella estadounidense, de la que dijo no saber nada aparte de que su publicista le había prohibido viajar a España.

Cauto y dubitativo como un principiante se mostró el septuagenario director de títulos como Amadeus, quien afirmó que “lo último que pretendía” al acercarse a la cultura española es que se le considerase “como un invasor” y que “se tiraría al río” si se enterase de que la película “no satisface las expectativas”.

Porque Forman se sintió a gusto rodando en España, -la producción es enteramente española- “arropado por grandes personas delante y detrás de las cámaras” y recibiendo el “cariño y apoyo de las gentes de Madrid, Segovia y Boadilla del Monte, entre otros”.


Goya en el cine


Con respecto al acercamiento a la figura del pintor, afirmó que “es más fácil apreciar el talento y la dimensión de gente de su categoría desde una óptica extranjera”, porque muchas veces no se es capaz de “apreciar lo que hacen los paisanos”.

Al contrario que en Goya en Burdeos (Carlos Saura, 1999), el artista es sólo el espectador de lujo de una trama ficticia desarrollada en siglo XVIII, época en la que el Santo Oficio alcanzó su periodo de máxima efervescencia y en la que los españoles sufrimos el desembarco, primero de los franceses ilustrados y después de los ingleses reseteadores.

Los fantasmas de Goya es una ficción con apoyos históricos al modo de Alatriste, donde el pintor puede ser a esta película lo que Quevedo o el Conde Duque de Olivares a la obra de Agustín Díaz Yanes.

Analizando los paralelismos argumentales que encierran esta ficción y la controvertida situación bélica que se vive hoy día en Oriente Medio, Forman dijo sentirse “turbado”, ya que la ocupación española a manos de Napoleón se ilustró con la misma frase (“Haremos de ese lugar un sitio mejor”) que las que pronunció Dick Cheney en relación a Irak seis meses después de que se cerrara el guión.

22 oct 2006

Separados (Peyton Reed, 2006) (Comparativa)


Hace unos meses se estrenó casi desapercibidamente la estimable Secretos compartidos, que planteaba el tema tabú de las parejas en las que la mujer es sensiblemente mayor que el varón. Uma Thurman se enamoraba de un muchacho que no quiere renunciar al amor de su vida por culpa de la dictadura de la opinión pública. El defecto en que caía la propuesta del director Ben Younger era la trama de vodevil en que desembocaba el prometedor comienzo: Uma se exorciza de sus complejos de asaltacunas con una psiquiatra judía (Meryl Streep) que para más INRI es la madre de su novio. Mientras tanto la relación flaquea, surgen las dudas y los cimientos del idilio se desmoronan. Todo muy excesivo pero resuelto con madurez, sin blandenguerías.

Lo nuevo de Jennifer Aniston y Vince Vaughn, Separados, también se ocupa de las desavenencias maritales con un comienzo tan arrollador que, (en cinco minutos, contando con los títulos de crédito, queda expuesto el cortejo, la los buenos tiempos y el conflicto dramático), nos plantamos en el minuto diez con todo el metraje para arreglar, o no, el plebiscito.

Lo que diferencia a las dos películas es que mientras la primera necesita apoyarse en infidelidades que empañan cualquier pacto de amor entre dos individuos, Separados encuentra sus crisis en situaciones cotidianas como pelearse por si la tapa del váter ha de estar levantada o no. A partir de ahí se desata una tragedia cotidiana pasivo-agresiva cargada de violencia implícita con la que todos los que hayan vivido en pareja podrán identificarse esbozando una sonrisa queda. No obstante, toda la amargura se desliza periódicamente por un sumidero que Peyton Reed dibuja dando rienda suelta al talento innato para la comedia de estas dos bestias pardas del humor gestual.

No es el único valor de esta destacada pareja porque Vaughn es un portento además del humor verborreico y surrealista. Oculto entre bambalinas hasta ahora, pasando por ser el más modesto de una troupe formada por Ben Stiller, Owen Wilson o Will Ferrell, se desmarca tras De boda en boda y esta Separados como uno de los genios cómicos más a tener en cuenta en la actualidad. Cuando Jim Carrey luce un tanto desorientado, la presencia de Vaughn, y de otros nuevos rostros como Steve Carell, en el star system garantiza todavía carcajadas en los patios de butacas. Por otra parte, Jennifer Aniston, que tras su paso por la emblemática serie Friends parecía haberle cogido el gusto al drama vuelve a sus raíces y demuestra que desplegando encanto sutil y poniendo caritas no tiene igual.

Secundados por Jon Favreau, Vincent D´Onofrio, Jason Bateman y Judy Davis, la infeliz pareja hace una revisitación contemporánea a La guerra de los Rose en donde ninguno de los dos termina de ser santo ni demonio, lo que no impide que cualquier espectador pueda preferir a uno de los dos. Lo más probable es que ellos simpaticen con la irresponsabilidad de Gary (Vaughn) y su incapacidad para el compromiso. Ellas se solidarizarán con la desolación de una Jennifer (Brooke) carente de atención. Clichés sí, pero nada alejados de nuestra cotidianeidad.

No hay concesiones al romanticismo fácil en esta agridulce trama, que no adolece de un final convencional con emotivo discurso prometedor incluido. Toda la comedia sirve como macguffin para hacernos olvidar que por más amor que exista, la felicidad sólo es maná del que beben unos pocos. Máxima parecida a la que apela Secretos compartidos, sólo que mejor.

Infiltrados (Martin Scorsese, 2006)


Es tremendamente arriesgado hablar de clásicos inmediatos, pero Infiltrados lo es. El director Martin Scorsese, el mismo que tiene a sus espaldas algunos de los títulos más reconocidos de la historia del cine (Taxi driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros) se ha superado a sí mismo con este remake de la honkongesa Infernal affairs y no sólo nos ha regalado la mejor película del año, sino que puede ser la de la década.

Acostumbrados como estábamos a recibir sus últimas obras sin frío ni calor, los detractores del Leonardo Di Caprio alejado de papeles adolescentes, que eran los únicos para los que parecía servir, no entendíamos por qué Scorsese se empeñaba en dar oportunidades a un actor de limitados registros al modo de su inicial hermandad con los más sólidos Robert de Niro o Harvey Keitel. Pues ahora todos cerramos la boca, Di Caprio es el próximo Oscar al mejor actor. O si, por las veleidades del destino que afectan a estos arbitrarios y glamourosos premios, no fuera así, se cometería un agravio semejante al de no haber reconocido todavía con ninguna estatuilla al mejor director al autor de todo este cotarro.

Sin entrar en demasiado detalle acerca de la trama, porque la vais a ver todos, os insto a que paguéis la entrada sólo para ver cómo Jack Nicholson hace lo de siempre pero con un guión de altura en que apoyarse, como Matt Damon nos asquea y como Martin Sheen nos enternece. Pagad para ver al gallo Mark Wahlbergh recitando escatológicos chistes y para desternillaros con el cínico jefe de la unidad de policía Alec Baldwin. También desembolsad los euros acumulados con el sudor de vuestra frente para descubrir el talento y dulzura de una nueva y rutilante estrella femenina, Vera Farmiga, a la que se pone en un brete de proporciones semejantes al que sufrió Hamlet.

Yendo a lo concreto, la presentación de personajes nos recuerda a Los Soprano, a Sleepers y a todas esas buenas películas en que el barrio es un caldo de cultivo para poner a punto a los delincuentes del futuro, esos que comen pastrami mientras pisan el cuello del vecino ofensor. Di Caprio (poli bueno infiltrado en la mafia), Damon (viceversa) y Jack Nicholson (capo sin alma) son dibujados con tal maestría en los primeros veinticinco minutos que acabas teniendo la sensación de que sabes como van a actuar en cada momento (mentira cochina). En ese momento, cuando el torrente descriptivo ha alcanzado su punto álgido, el juguetón Scorsese da por finalizado uno de los más sobrecogedores prólogos filmado en mucho tiempo para insertar el título de la película. Pero es que se puede permitir cuantas licencia quiera, porque nos ha hipnotizado y nos tiene a su merced. Nos ha dado la posibilidad de no dudar cuando nos pregunten cuál es la película que más te ha gustado últimamente y cuál recomendarías sin miedo a equivocarte.

A pesar del estelar elenco del que se ha tenido que rodear el sexagenario director para conseguir el primer puesto en la taquilla estadounidense de su carrera, no renuncia a las señas de calidad de la casa. El guarreo de sus comienzos (Malas calles) se hace aquí más patente que nunca. Los tiros en la cabeza que desparraman sesos por doquier suenan y duelen tanto o más que los de la magnífica Heat, obra referencia de tiroteos hasta la fecha.

La banda sonora, al margen de la correcta música incidental de Howard Shore, corona también a Scorsese como el más afinado DJ de la actualidad. Los que estéis acostumbrados a tragaros con calzador catálogos de grandes éxitos en los filmes de Cameron Crowe o en Anatomía de Grey, agradeceréis la introducción de temas al estilo más clásico, en este prodigio de montaje.

Pagad, por favor, para disfrutar, para que os alegréis de este consejo que os he dado y para que la película haga muchísimo dinero y Scorsese no se tenga que retirar nunca. De nada.

19 oct 2006

El ciclo Dreyer (Álvaro del Amo, 2006)


El revisionista cinéfago José Luis Garci dijo en una ocasión que amaba más a ciertas películas que a muchos de sus familiares. Este disfuncional, intoxicante y asocial punto de vista se plantea El ciclo Dreyer, que tuvo una tibia, por no decir pataleante acogida en la última edición de la Seminci vallisoletana. No es extraño el cierto rechazo que experimentó a tenor de la arriesgada propuesta de su intermitente director Álvaro del Amo (tres películas en los últimos veintiséis años). El suyo ha sido, en esta ocasión, un acercamiento a los últimos estertores de la España franquista tomando como marco un cineclub dedicado al realizador Carl Theodor Dreyer.

El organizador del evento es un estudiante de Derecho, Carlos (Pablo Rivero, Cuéntame, La noche del hermano), que mantiene una relación virginal, anodina y mediocre con Elena (Elena Ballesteros, Periodistas, Motivos personales, Paco y Veva), su novia de toda la vida. La semilla del conflicto surge cuando un sacerdote amigo de la familia de la joven se aloja en casa de ésta en los días previos a su partida a una misión camerunesa. Sin sordidez alguna se retrata la atracción de Elena por el religioso, que llega a dudar de su entrega como siervo de Dios. Por otra parte, la proyeccionista del ciclo (prometedora Ruth Díaz) se siente irremediablemente cautivada por el cándido Carlos. El conflicto está servido.

Este ejercicio de metacine pasional se salpica de continuos paralelismos explícitos entre el drama romántico principal y la obra del cineasta danés homenajeado, pecando en ocasiones de cierta enfatización innecesaria. No obstante, no es lo peor de una cinta que tiene su punto débil en el descuido del elenco de secundarios en los que se apoya la acción en un par de vértices climáticos. Las sesiones de cinefórum, que pretenden ser una discursiva puerta al exterior de los sentimientos de los cuatro personajes principales, se apoyan demasiado en los contrapuntos de estos extras con frase que arrojan conatos de reflexiones profundas, las cuales hacen adolecer al conjunto de una imagen casposa y descuidada.

Pero no hay que menospreciar a un producto valiente en su concepción que se rige absolutamente por un guión decididamente literario que sirve de instrumento a la retórica del amor. Presuponiendo que la sociedad en la que vivimos en la actualidad se fundamenta, a veces frívolamente, en un mercado del sexo inmediato, Del Amo opta por verbalizar inseguridades, anhelos y promesas al estilo de la catódica Dawson crece. Los diálogos anacrónicos a la vista de un espectador del siglo XXI requieren cierta dosis de condescendencia por la valentía de su teatral diseño.

Como en la serie de Kevin Williamson, la falta de certezas con respecto a los recovecos del corazón merma a los protagonistas a la hora de tomar decisiones, lo que les resta reflejos para prever el incierto futuro que les espera. Su estulticia emocional se explica por la opresión ejercida por una sociedad tradicionalista, castrante y regida por la dictadura del qué dirán que acaba por intoxicar los bajos instinto de todos ellos.

18 oct 2006

Almodóvar vuelve a la caza del Oscar


Volver, la última obra de Pedro Almodóvar, que ahora atraviesa por un momento dulce en su periplo por los más destacadas festivales norteamericanos y fue elegida por la Academia de Cine Español para intentar colarse entre las candidatas a mejor película extranjera en la próxima gala de los Oscars, que se celebrará el 27 de febrero de 2007.

Tras La mala educación vuelve el Almodóvar más pujante. Con el reconocimiento mayoritario de crítica y público internacional y galardones a la mejor interpretación, coral femenina, y al mejor guión en el último festival de Cannes bajo el brazo, Volver se erigió vencedora entre la terna finalista a representar a España en la categoría de mejor película extranjera en la próxima edición de los Oscars. Salvador y Alatriste, sobre todo esta última, se presentaban como sólidas contendientes para arrebatar al manchego universal la oportunidad de optar a su tercera estatuilla, pero finalmente, la Academia olvidó antiguas rencillas -Almodóvar se dio de baja de la academia española tras sentirse ninguneado por el poco reconocimiento que obtuvo Hable con ella-, y optó por su valor más seguro.

Hace escasas fechas Kevin Costner visitó Madrid para promocionar The guardian, su última cinta, y dijo haberse quedado maravillado cuando vio Volver. Aseguró que el cine español es uno de los mejores y más pujantes de la actualidad, opinión que parece generalizada en la meca del cine a tenor de los pasados reconocimientos. Garci y Trueba aparte, España se ha convertido en una potencia a tener en cuenta en lo que a consecución de estos, a veces, arbitrarios galardones se refiere. A saber: Oscar en 1999 a la mejor película extranjera por Todo sobre mi madre, Oscar al mejor guión original en 2003 por Hable con ella, ambas de Pedro Almodóvar, y nuevamente Oscar a la mejor película extranjera en 2004 para Mar adentro, de Alejandro Amenábar.

La cosa no pinta mal. Otro cantar es que la cuota de taquilla con la que se hace el cine patrio no sea la misma que por ejemplo en Francia, donde el cine americano, sin ser un paria, no es el niño bonito de la clase.

Agustín Díaz Yanes y su genial Alatriste tuvieron la mala fortuna de coincidir en la puja con la fábula rural de Almodóvar. De cien veces que se hubiera plantado en la final habría ganado noventa y cinco. Quepa como ejemplo las ediciones en que se han presentado a concurso filmes tan flojos como Obaba o Los lunes al sol. Atacar a esta última puede sonarles a algunos a herejía, pero su único valor específico, Bardem aparte, es la frescura de unos diálogos demasiado domésticos, poco exportables.

Las aventuras del capitán Alatriste son otra cosa. Cine de aventuras amargo, emocionante y sólido. Cincelado en plomo y sustentado con la fuerza de unos personajes que son como de la familia para los lectores y como los nuevos amigos con los que enseguida congenias para los demás.

Quizá la Academia haya jugado mal sus cartas. Con su ayuda o sin ella, lo más probable es que Volver hubiera llegado a la carrera por los eunucos dorados merced al gran cartel que tiene su director allende el Atlántico.

La epopeya cotidiana protagonizada por Aragorn convertido en antihéroe patrio en el Siglo de oro español, un sabroso caramelo de 24 millones de euros que favorecen una impecable factura, de haber recibido la promoción adecuada, se hubiera convertido en un galgo veloz ávido de premios y reconocimientos.

Salvador

Por quien nadie ponía la mano en el fuego era por Salvador (Puig Antich), reconstrucción de mano del realizador Manuel Huerga de una píldora de los últimos días del franquismo. Una película donde el hispano-alemán Daniel Brühl (Goodbye Lenin) da vida a un anarquista condenado a la pena de muerte por asesinato sin caer en sentimentalismos fáciles. A pesar de ello, su comprometido mensaje político le ha impedido apuntar más alto en sus aspiraciones de desbancar a Almodóvar.

Si nada se tuerce, Volver pasará el corte del día 23 de enero, fecha en la que las quinielas más optimistas también apuntan a Penélope Cruz, protagonista de la película, como candidata a la mejor interpretación femenina.

17 oct 2006

Crítica vs la plebe (Instituto Americano vs Internet): Comparativa de los dos rankings más fiables sobre las mejores películas de la historia


Ciudadano Kane o El padrino. David Lean, Victor Fleming y Elia Kazan o George Lucas, Quentin Tarantino y Frank Darabont. Blanco y negro o color. Son preguntas que, según su respuesta, te introducen en un colectivo o en otro, el de los críticos especializados o el de los frikis cibernautas. Valga esta hipérbole para dividir al patio de butacas entre los conservadores y los modernillos. El Instituto Americano y el iMDB, con sus respectivas ponderaciones lo confirman.

La eterna batalla entre crítica y público no parece tener fin. El españolito -y el ciudadanito del mundo-, de a pie sigue prefiriendo la película vistosa, con efectos especiales o endiablados montajes que hecen evadirse a la mente y al espíritu.

No es que seamos tontos, es que la vida nos ha hecho así. Los trajines cotidianos son lo suficientemente extenuantes ya como para preocuparnos de más cuando enchufamos un DVD en casa o nos introducimos en la macrosala del macrocine del macrocentro comercial aledaño a nuestra residencia. No nos dan gato por liebre porque en ocasiones preferimos un chute de adrenalina, legal por el momento, antes que una sesuda obra de arte y ensayo de esas que fascinan a los mismos que dilapidan al héroe patrio por excelencia, Torrente.

Hay dos barómetros fiables para medir las preferencias de público y crítica. No voy a inventar la pólvora. No son nuevas, aunque puede que sí desconocidas para la gran masa social española. Por un lado tenemos la lista de las 250 mejores películas de la historia segín iMDB (la ciberbase de datos cinematográfica por excelencia) que cuenta con varios millones de visitas mensuales. La otra vara de medir, la de los profesionales que sabe extraer el meollo del arte según el gusto académico, es la lista del American Film Institute, que el año 2000 elaboró una estimación ordenada de las 100 mejores películas del siglo.

Partiendo de la base de que cada película es un mundo y que dos cualesquiera, a excepción de las que tienen una temática y enfoque muy similares. son imposibles de comparar, el Instituto Americano elaboró la lista atendiendo a valores de innovación técnica, profundización en los temas tratados y pulso narrativo.

El conservadurismo de la crítica especializada en esta muestra es inevitable si se tiene en cuenta que llega un momento en el que todo está inventado. Así, los que vienen por detrás, por fuerza tienen que poner la mirada en los que abrieron caminos.

Entrando en materia, es obligado señalar que de las 100 mejores de cada clasificación, sólo repiten 42 filmes. Habría que irse más abajo en el ranking iMDB para encontrar más coincidencias (porque abarca a las 250 mejores), pero ya no serían listas parangonables.

Es destacable el efecto llamada que produce esta lista abierta porque cualquiera que la consulte puede otorgar un 10 a una película que no recordaba o que ni siquiera había visto sólo por la simpatía que le produce cierto actor o director, pero es una desventaja con la que hay que lidiar si se acepta como medidor una lista actualizable como es ésta.

Estudiando la pormenorizacvión por periodos, y teniendo en cuenta que las tres primeras décadas del siglo XX no fueron tan prolíficas como su descendencia, hay que apuntar que para iMDB, la década más dorada de la historia del cine son la de los 90 y desde el 2000 hasta la actualidad, con 18 entradas cada una. Aunque si somos serios y pensamos prospectivamente en el poso que dejarán algunas de las moderneces del presente (concesión a los críticos), hay que remitirse a los años 50 para constatar que con 17 títulos son los más valorados.

Para el Instituto Americano, el de los 50 también es el decenio más brillante, con 20 de los mejores títulos, seguido de cerca por el de los 60 y el de los 70 con 18 cada uno.

Es reseñable que mientras que para el Instituto Americano el global de los años más dorados (30, 40 y 50) suman un total de 47 títulos, los 60, 70 y 80, colocan tan sólo 42, sobre todo gracias a que en los 60 todavía dirigía gente como Billy Wilder y Alfred Hitchcock.

En la Internet Movie Data Base, las tornas cambian y la segunda treintena en cuestión gana por 34 títulos frente a 29.

Los 80, si se exceptúan los 90, a los que no se prestó la atención debida por lo recientes que aún quedan para los críticos , es la década perdida, igual que ocurrió con la música madrileña. siendo, con la excepción de los 10 y de los 20 la que menos títulos ha destacado en la lista.

Se debe hacer una puntualización final, y es que mientras la iMDB es una escala a nivel mundial en la que pueden entrar filmes de cualquier nacionalidad, su homóloga es un coto cerrado que deja fuera a todas las películas no norteamericanas.

15 oct 2006

La batalla de las Termópilas según Frank Miller y Zack Snyder


El director del remake de 'Amanecer de los muertos' (2004) y nuevo niño bonito de la industria hollywoodiense, Zack Snyder, visitó Madrid para presentar un avance de lo que será su particular visión de '300', novela gráfica de Frank Miller que recrea la batalla de las Termópilas en la que se enfrentaron un millón de persas contra 300 irreductibles espartanos al modo de los galos de Astérix, pero sin pociones mágicas que valgan.

Snyder, hizo una visita relámpago a Madrid el pasado 29 de septiembre para mostrar un bruto de media hora de lo que promete ser uno de los bombazos de la próxima primavera, con estreno previsto para marzo de 2007.

La acción, de factura salvaje, narra como el rey Leónidas de Esparta juntó a toda su guardia personal compuesta de 300 soldados de físico perfecto y aptitudes innatas para la batalla para hacer un contingente que frenara al millón de guerreros persas comandados por el rey Jerjes en el año 480 a.C. mientras la Liga Helena decidía si acudía a la batalla contra el déspota de Asia.

Con el entusiasmo de un niño con zapatos nuevos, Snyder habló de cómo tardó tres años en levantar el proyecto por acudir con él bajo el brazo a Warner cuando en 2004 se encontraba en plena ebullición la fiebre mitológica merced a la revisitación del mito de Aquiles a mayor gloria de Brad Pitt. La película de Wolfgang Petersen fue un gran éxito de público y moderado de crítica pero parecía un tema gastado.

Dificil negociación

Así, Warner se quedó con el guión de 300 metido en un cajón "por no saber cómo ejecutarlo sin resultar redundante", explicó Snyder, aunque "una vez que les convencí de que mi película no se parecería en nada a 'Gladiator' ni a 'Alejandro Magno', dieron luz verde".

Otro cantar fue convencer a Frank Miller, habitualmente celoso de todas las adaptaciones de sus obras a la gran pantalla, aunque según explicó, Miller fue alguien "muy divertido y agradable con quien trabajar" una vez que le explicó su punto de vista acerca de cómo debía se contada la hazaña del rey Leónidas de Esparta.

Preguntado por la sequía creativa de la meca del cine que busca en el cómic y en la televisión nuevas ideas, Snyder dijo entender que una novela gráfica sea considerada un formato menos sofisticado, riguroso o respetado que una obra literaria tradicional aunque defendió que el cómic está en su cenit con la traslación de 'X-Men', 'Superman' o, sin ir muy lejos, 'Batman' y 'Sin City', las otras dos muy celebradas adaptaciones de obras de Frank Miller.

Scoop (Woody Allen, 2006)


Scarlett Johansson es la estrella más grande del mundo. Es un hecho. En una sociedad que se rige por la caducidad de las modas, es el turno de esta talentosa rubia. Cada cuatro o cinco años la anterior reina del baile abdica y da paso a la savia nueva. El primer segmento de los años noventa fue de Julia Roberts, que dio paso a Sandra Bullock, que delegó en Nicole Kidman, quien cedió el cetro a Angelina Jolie, a la que sucedió Scarlett.

Al contrario que sus predecesoras, es una diosa que parece sacada del túnel del tiempo. No debieron romper el molde cuando inventaron a Marilyn Monroe y a Rita Hayworth. Es junto con George Clooney la única que no desentonaría en una película de Howard Hawks. En estos tiempos convulsos en que la Pasarela Cibeles (la simple alusión a este tema resulta demagógica, disculpen) impone sus cánones de belleza políticamente correctos, la Johansson, exuberante y rotunda, no tendría problemas para presentarse a ningún desfile de aquí a Lima. Tiene carnes y les sabe sacar partido. Además es turbadora, hipnótica y una actriz como la copa de un pino (no verde ni picuda, sino gloriosa).

Es una extraña alquimia la que la ha situado en la cima porque, al margen de las cualidades citadas, no ha sido agraciada con el don de convertir en oro lo que toca. Sabe elegir papeles, y directores, y guiones, pero exceptuando Lost in translation, ninguna de las obras en que ha participado puede calificarse de "grande", si bien es cierto que ha pinchado poco. No es la que más dinero ha hecho (no ha salido en Star Wars ni V de vendetta como Natalie Portman), ni la que más reconocimientos ha tenido (ni siquiera se ha hecho merecedora de una nominación al Oscar), pero es la actriz más importante del mundo.

Es indudable que gran parte de su aura y proyección se la otorgado el que, recién cumplida la veintena, el director más intelectual haya querido hacer de ella su nueva musa. Ya ocuparon antes su lugar Diane Keaton y Mia Farrow. Pero ella las adelantará por la derecha. Lástima que la última de sus colaboraciones, esta Scoop, sea una de las menos lúcidas obras del pequeño judío.

Scoop utiliza el periodismo como telón de fondo, aunque no arroja ninguna reflexión sobre él. La sensación que queda es que a Allen se le cruzaron un par de ideas por la cabeza y caracterizó de reportera a Scarlett porque le daba para hilarlas. Hugh Jackman está aburrido y poco creíble. Lejos de los papeles de duro que le hicieran célebre (X-Men, Operación Swordfish), se encuentra como pez fuera del agua. Pasa con este australiano como con Sansón. Le cortas el pelo y le rasuras el rostro y pierde toda su presencia en pantalla.

Ambos forman la pareja protagonista de un amor gestado gracias a una investigación criminal. Ella se enamora del supuesto asesino en una historia que no se toma en serio a sí misma, sobre todo en su fallido y precipitado broche. Hay ecos de Misterioso asesinato en Manhattan y también de La maldición del escorpión de Jade, ése es su tono.

Por su parte, Woody Allen repite su papel de siempre, quedándose con las mejores bromas de un guión que ha descuidado en su parte narrativa. Se aprecia desinterés por la historia y síntomas de sequía creativa. Incapacidad para parir anualmente una nueva obra maestra o decadencia artística, una de dos; lo que está claro es que como el artista clarinetista no se tome más en serio su trayectoria, su obra más grande habrá que buscarla en los ochenta y no de ahora en adelante, ya que nada de lo que hecho desde Desmontando a Harry está a la altura de su talento.

Puede que se sea más duro con él, que se le exija mucho más que a cualquier director de videoclips alucinado hijo de la generación de la MTV a la hora de amortizar la entrada, pero no se puede ser condescendiente con el que fuera el mejor director del mundo. Aunque ya no lo sea.

8 oct 2006

TV: Alias


Sólo necesito que el tiempo y las lesiones (como dicen los futbolistas) actúen de cómplices para que mi hipótesis se cumpla y J.J. Abrams se convierta en el más revolucionario gurú televisivo desde Steven Bochco (Hill Street Blues). Si ya había obtenido el beneplácito de los jóvenes diabéticos de este mundo con la fallida Felicity, y ahora triunfa internacionalmente con su ambiciosísima Lost, fue Alias la que le situó en el lugar tan privilegiado de la industria del entretenimiento que ahora ostenta. Su elección por parte del egomaniaco, aunque inteligentísimo, Tom Cruise para debutar como realizador cinematográfico en Mission: Impossible III no fue gratuita, pues si alguien ha conseguido revolucionar el mundo del espionaje catódico es Abrams.

La premisa de Alias es simple: una joven que cree estar trabajando para el gobierno de los EEUU se entera, cuando su prometido es asesinado, de que en realidad lo hace para una célula terrorista. Desde ese momento se hace agente doble para, coordinada por la CIA, acabar con aquellos que llevan engañándola 6 años. Su único apoyo son su supervisor en Langley, Michael Vaughn, y su padre, otro agente doble del que apenas sabe nada.

Puede parecer que esta premisa no tenga el atractivo suficiente para enganchar a la audiencia, pero lo que acabo de exponer es sólo lo superficial de la fórmula.

Este producto funciona a varios niveles. El primero de ellos, como comedia dramática treintañera. Sydney (Jennifer Garner) se desenvuelve en el típico entorno saludable de la gente de su edad: acude a la facultad mientras “trabaja en un banco”, comparte piso con su compañera Francie, que está a punto de casarse, y tiene un amigo, Will, que es un reconocido y concienzudo periodista. El retrato generacional está hecho. Todos los personajes son creíbles y los actores que los interpretan, solventes. Muchas series estadounidenses, (Treintaytantos, Melrose Place), han triunfado retratando esta esfera pero aquí hay algo más, el plus o segundo nivel: la trama de espías.

Es realmente encomiable el rendimiento que se puede sacar a unos rótulos tipográficos que anuncian destinos exóticos y unas cuantas panorámicas de exteriores. Con una leve pincelada, Alias nos traslada de un punto a otro del globo terráqueo absolutamente alejados y da una dimensión de expansión al producto totalmente mundial. Esto suele darse dos veces o tres por capítulo, es decir, aproximadamente cada 15 minutos. Como queda demostrado, el ritmo de la trama es vertiginoso. El gran mérito de la producción es que escenarios cotidianos como el apartamento de Sydney, la oficina del SD-6, el sótano donde la protagonista y Vaughn mantienen sus reuniones clandestinas y así un largo etcétera, son visitados constantemente y de manera casi esquemática, lo que los convierte en seña de identidad y lugar común para los espectadores. La posible desorientación por sobredosis de información es paliada de antemano con esta pensada estrategia.

La idiosincrasia más revolucionaria, aún así, es la audaz técnica de montaje cuyo desorden se ha convertido en un hecho recurrente en el universo Alias. De la misma manera que hay gente que antes de empezarse un libro lee la última página en al menos uno de cada cuatro capítulos el final de la trama queda apuntado en los primeros cinco minutos, creándose un vértice de gran intensidad antes incluso de los créditos iniciales (que suelen incrustarse en el minuto 8, cosa curiosa y rompedora también). Esta circunstancia provoca un gran nivel de adhesión y fidelidad del televidente, puesto que cada minuto cuenta. La elegancia de los flashbacks, que en ocasiones abarcan hasta tres niveles de profundidad hacen de Alias algo innovador e inteligente.

El aspecto en que esta serie es importante, por encima de las mencionadas cuestiones técnicas es por dar el protagonismo de una serie de acción a una mujer. Una mujer que tiene puntos en común con El equipo A, McGyver, James Bond e incluso Los Hombres de Harrelson. Todos machos muy machos. Se había hecho algo parecido en Nikita, pero la construcción del personaje era hilarante en comparación con lo que tenemos entre manos. Si sumamos la feminidad del rol principal a la cuestión de los agentes dobles, la complejidad se dispara. El hecho de que Sydney sea una agente doble representa una metáfora de todas esas mujeres JASP que rondan la treintena y que aparte de sus cometidos como trabajadoras brillantes y emprendedoras, desempeñan una función complementaria como amas del hogar cuando acaban su exhaustiva jornada laboral. La dicotomía queda apuntada. Ya no vale poder con un solo cometido. Eso se ha quedado antiguo. Por ello, al margen de la gran carga adrenalínica de la serie que engancha a los hombres, Alias es, ante todo, un gran alegato feminista.

Ya no habrá más Alias. Es una serie concluida que reposa en las estanterías de los centros comerciales en forma de cinco cajas de DVD´s con un universo de acción mística por descubrir en su interior. Los productores después de percibir que la adhesión a esta ficción por parte de la audiencia estadounidense ya no era la misma que en sus primeras temporadas, decidieron dar fin a la serie el 22 de mayo de 2006 para que no cayera en la caricatura de lo que fue, una máquina de cosechar premios (entre ellos el Globo de Oro para Garner en 2002 amén de tres nominaciones consecutivas más) en la que desfilaron intérpretes de la talla de Lena Olin, Quentin Tarantino, Faye Dunaway, Elodie Bouchez, Christian Slater, Isabella Rossellini, Angela Basset o Mia Maestro.

Como curiosidad, destacar que al quedarse embarazada Jennifer Garner durante el rodaje de la última temporada, su personaje fue delegando responsabilidades en las escenas de acción en el personaje de Rachel Gibson (Rachel Nichols), otra supuesta agente de la CIA despechada al descubrir que también había sido engañada por una célula terrorista encubierta para llevar a cabo actividades ilegales.

6 oct 2006

María Valverde: "A mí nadie me conoce"


María Valverde sigue siendo una Lolita, esta vez Lolita Lucrecia. Lucrecia Borgia, una de las más fatales femmes de la historia y de la litratura. Objeto de deseo de todos cuantos la rodearon en la ficción, en la realidad es cercana, accesible y sin pinta de haber roto nunca un plato. Sale indemne de su reto interpretativo. Eso habla de la talla como actriz de la chica de las deportivas y los vaqueros.

EL HOMBRE MÁS AIRADO DE HOLLOWAY: Los Borgia es la primera superproducción en la que aparece. ¿Qué diferencias encuentra con otras cintas que ha rodado de tono más intimista como La flaqueza del bolchevique o Melissa P.?

MARÍA VALVERDE: La diferencia se resume en los trajes, la gente (muchos más actores), pero poco más… No hay grandes diferencias entre lo que ellos llaman superproducciones y una peli pequeña.

E.H.M.A.D.H.: ¿No le intimida toda la parafernalia?

M.V.: No, porque estaba Antonio Hernandez (director) y me sacaba un poco del lío… y estaba Eloy (Azorín), al que quiero mogollón… y había amigos. Lo más importante ha sido eso. Este rodaje ha sido muy importante para mí porque no era todo a lo grande. Hemos funcionado como una familia. Nos hemos hecho todos muy borgianos. Todo el equipo: eléctricos, maquilladores, vestuario… ha habido mucha unión.

E.H.M.A.D.H.: Entonces, lo único que cambia es el envoltorio...

M.V.: El cine siempre será lo mismo. Tanto si ruedas en el extranjero como si haces un corto, siempre se hace igual. No porque haya más dinero va a ser diferente. Eso es mentira.

E.H.M.A.D.H.: El tópico dice que las películas grandes pueden descuidar el guión. Quizá no se valen tanto de él como las películas pequeñas, donde ha de ser un valor muy importante.

M.V.: No, no tiene por qué. Hay películas grandes como esta en las que también se cuida el guión.

E.H.M.A.D.H.: Con tanto traje de época como gasta en esta ocasión, ¿tenía ganas de ponerse su ropa de calle?

M.V.: Hombre sí, porque hacía frío y además pesaba muchísimo. Hasta me tenían que acompañar al baño. Al principio hacía gracia, pero luego me empezó a dólar la cabeza, me dolía todo. Necesitaba mi ropa normal, mis vaqueros y mis deportivas.

E.H.M.A.D.H.: ¿Su vida como actriz le imposibilita mantener relaciones normales?

M.V.: Que va, a mí nadie me conoce. Quizá sabe quién soy una persona entre cien. Y creo que puedo seguir manteniendo esa ambigüedad pasa lo que pase con esta peli. El cine es diferente a la tele.

E.H.M.A.D.H.: ¿Nos puede avanzar sus próximos planes?

M.V.: Acabo de terminar Ladrones, con Juanjo Ballesta. Estoy terminando El hombre de arena, con Hugo Silva e Irene Visedo y empiezo a rodar en una semana El rey de la montaña, con Leonardo Sbaraglia.

Eloy Azorín: "Yo no puedo ser un Borgia ¡Si le saco tres cabezas a Mencheta!"


Su personaje de Jofré Borgia en la adaptación de Antonio Hernández es un paria, el más irrelevante de la estirpe que hace 500 años dominó el mundo. De hacer encaje de bolillos con un papel poco agradecido nos habló el oscarizado Eloy Azorín.

EL HOMBRE MÁS AIRADO DE HOLLOWAY: ¿Qué es lo que le diría a la gente para que se animara a ver Los Borgia?

ELOY AZORÍN: Cuando pienso en Los Borgia, me doy cuenta de que todo lo que sé de ellos es a través de Sergio (Peris-Mencheta), que es el quien se empolló la historia. Él me iba dando las referencias porque, cuando me puse a investigar sobre mi personaje en internet, no había nada; sólo dos líneas: "La vida de Jofré Borgia no tuvo ningún tipo de repercusión"; con lo cual, imagínate cómo puedes abordar un personaje desde ahí. Enfoqué todo desde el punto de vista de El padrino, en este caso del personaje de Fredo. Esta es una revisitación de la familia en la que se inspiró la historia de los Corleone. La verdad es que no soy muy fan de las películas de época, con lo que me cuesta bastante venderlas, pero supongo que servirá a la gente para ver de dónde venimos, para saber quiénes eran Los Borgia. Una familia que da mucho juego de auténtico culebrón envuelta en intrigas, celos, sexo y violencia.

E.H.M.A.D.H.: Su personaje, a pesar de ser constantemente humillado, acaba por caer simpático. ¿Basta con eso? ¿Era su aspiración?

E.A.: Yo pensé: "Tengo poco para salir, así que cuando estés delante, por lo menos que te vean riendo. Sonríe, que vean que te lo pasas bien, porque eres el hijo de una de las familias más poderosas del mundo de aquel momento. Eres el más ninguneado dentro de esa familia tan grande, con lo cual lo tienes todo pero no tienes nada. Pues aprovecha eso". Intenté reflejar la evasión constante de no sentirme parte de esa familia, con lo cual el único mensaje que me puse en la cabeza fue: "Yo no soy un Borgia. Me han hecho estar aquí, pero yo no me parezco a Mencheta, ¡si le saco tres cabezas! Esto es que la Molina (Ángela) se ha ido con un lord inglés y me ha tenido a mí". Yo me monté la película por ahí y rascando las tres secuencias que tenía. Porque en el original yo me cargaba a Juan, le echaba un montón de piedras encima, pero por rigor histórico no nos atrevimos.

E.H.M.A.D.H.: ¿Qué ha aprendido de la experiencia? ¿Ha trabajado con alguno de sus ídolos o ya está muy curtido?

E.A.: Bueno, no demasiado. La gente con la que más relación tuve fue con Mencheta y con María Valverde, porque éramos amigos antes de hacer la película. Mes sentía muy cómodo con ellos. Él hace de mi hermano mayor y ella, de mi hermana pequeña, casi como en la realidad. Con los demás, la verdad es que trabajé poco. Ir y venir, ver las afueras de Roma…

2 oct 2006

El Festival de San Sebastián recupera el pulso (Mi hijo y Half Moon triunfan en la 54 edición)


La francesa Mi hijo, del realizador Martial Fougeron y la iraní Half moon, dirigida por Bahman Ghobadi, fueron merecedoras ex-aqueo de la Concha de Oro en la edición número 54 del Festival de San Sebastián, celebrado entre el 21 y el 30 y reconocido unánimemente como una de las mejores de los últimos años. Sólo en los tres primeros días se mostraron varias perlas, que han hecho que la opinión internacional haya consolidado la fiesta del cine donostiarra como una alternativa pujante a los todopoderosos Cannes y Venecia.

La sección oficial quedó inaugurada con la proyección de Ghosts, película de nacionalidad británica que narra las desventuras de una inmigrante ilegal china en el Reino Unido protagonizada por actores no profesionales que, si bien no maravilló, por lo menos dejó un regusto satisfactorio por su corrección formal aderezada con cierta dosis de compromiso social, resultando a la postre una plataforma de lanzamiento para filmes ciertamente más estimulantes.

Hubo que esperar hasta la segunda jornada para ver la nueva obra de Víctor García León, que habla de las crisis domésticas de hoy en día centrándose en la tardía escisión de los hijos de la célula familiar y del choque generacional paternofilial con gran corrosión y cinismo. Favorita por parte de la crítica para alguno de los grandes premios, fue merecedora del galardón en la categoría de mejor interpretación masculina, que recayó en Juan Diego.

Fue un premio al que también optaba Brendan Glesson, cuya creación en la comedia irlandesa La cola del tigre -caricatura amarga de Los gemelos golpean dos veces-, es sobresaliente. El dublinés interpreta a dos hermanos gemelos de carácter radicalmente antagónico enfrentados por el dinero. Si bien la película defraudó a los seguidores de su director, John Boorman, se vio agradablemente y provocó sonoras carcajadas en el pase de prensa.

Más indiscutible fue la condecoración a la mejor intérprete Nathalie Baye, que, en la Concha de Oro Mi hijo, compone una madre desequilibrada y reaccionaria que obliga a su hijo a que le rinda pleitesía diaria, ejerciendo una presión tan descomunal sobre él que le destroza la vida por completo. Tal es el nivel de tensión que provoca en el público que, cuando su anulado marido le propina un sonoro bofetón mediado del metraje, la concurrencia aplaudió a rabiar, no en una manifestación apologética de violencia sino como guiño a la justicia poética.

Dentro todavía del palmarés oficial, destacar el doble reconocimiento a la última perpetración de Tom DiCillo, que acaparó los premios a la mejor dirección y al mejor guión por Delirious, film convencional y nada brillante donde un vagabundo se enamora de una cantante clónica de Britney Spears que le corresponde excéntricamente. Lo único destacable en una película que ya no conserva el pulso fresco de la trayectoria inicial de DiCillo, adalid de la independencia de los primeros 90, es la actuación del gran Steve Buscemi, que repite su papel eterno de paria marginado de la sociedad con su efectividad habitual. Tanto reconocimiento para esta obra menor, que desprende un acusado tufillo comercial, hizo sospechar a más de un malpensado que la amistad que une a DiCillo con la directora y miembro del jurado Sara Driver proporcionó a Delirious una cosecha demasiado pingüe.


Colorista Zabaltegui

En la más relajada y lúdica sección Zabaltegui que, como cada año, contó con lo más destacado de otros festivales, acapararon elogios las interesantes Babel, Hijos de los hombres, Emma la afortunada y The sensation of sight, entre otras.

Babel, obra que cierra la apocalíptica trilogía sobre el sufrimiento humano de Alejandro González Iñárritu, es un poético aunque demasiado ambicioso ensayo acerca de cómo todos, cual átomos dentro de una molécula, estamos interconectados.

El mexicano ha intentado mezclar una peli de Brad Pitt, con una de Michael Winterbottom, en su faceta más afgana, y con una miajita de Wong Kar Wai. El resultado es de una factura irreprochable, pero condensa una intensidad dramática tan apabullante que resulta agotadora de ver. Siguiendo la máxima de Billy Wilder, que filmaba comedias cuando estaba triste y dramas cuando se sentía feliz, Iñárritu, que se muestra en esta ocasión igual de pesimista y decadente que en Amores perros y 21 gramos, debe ser el ser humano más alegre y lozano de este mundo.

Hijos de los hombres, o lo que es lo mismo, el escritor de Blade Runner interpretado por el director de Y tu mamá también, muestra un futuro en el que los niños se han extinguido, interesantísima premisa ejecutada con solvencia e intriga, pero carente de un desarrollo de los personajes lo suficientemente rico como para dar el salto de calidad que la hubiera convertido en una de las obras referenciales del género.

En palabras de su director Alfonso Cuarón, Hijos de los hombres puede enmarcarse en una virtual trilogía junto con las últimas obras de sus paisanos Alejandro Iñárritu y Guillermo del Toro para conformar un fresco sobre el desolador presente y futuro que nos esperan, aunque eso sí, siempre aportando un “punto de vista esperanzador”.

La rareza que provocó la desbandada de un cuarto de la asistencia de pago se llama The sensation of sight, extraño y apasionante experimento cinematográfico cargado de ínfulas metafísicas y apasionante a nivel visual y evocativo. La pregunta del “por qué del por qué” que plantea no obtiene respuesta satisfactoria en su metraje pero está narrada con el pulso de un genio novel, Aaron J. Wiederspahn.

También se colocaron entre las favoritas del público la alemana Emma la afortunada, la francesa Fair play, y la británica Cashback, estas dos últimas reconocidas por el Jurado Joven.

Puede que muchas de las citadas no lleguen a estrenarse en las salas patrias. De hecho, Algo parecido a la felicidad, ganadora del premio gordo el año pasado se ha estrenado en España más de 330 días después, pero para eso están los festivales. El que quiera peces...

1 oct 2006

Vete de mí (Víctor García León, 2006)


Una de las sorpresas mejor recibidas en la 54ª edición del Festival de San Sebastián fue esta Vete de mí, segunda película de Víctor García León, hijo del realizador José Luis García Sánchez (La corte de Faraón) y de la cantante Rosa León. La cinta es un drama, cómico a veces pero descarnado y lleno de violencia implícita, en el que el atolladero surge cuando Guillermo (Juan Diego Botto), un crápula de 30 años, hace las maletas y cambia a mamá por papá Santiago (Juan Diego), crápula de 55, actor teatral de segunda fila que vive amancebado con una compañera de trabajo a la que aventaja en casi veinte años. Ni que decir tiene que el hijo pone patas arriba la mediocre, pero plácida, existencia de un padre que no ve la hora en que el periodo de cortesía se haga efectivo y el hijo con el que nunca conectó vuelva por donde había venido.

La historia se contempla muy agradablemente durante los primeros compases, donde la perplejidad y la falta de hospitalidad de Santiago hacen de él un protagonista despreciable aunque hilarante. Su personaje se siente víctima de una situación que considera injusta, pues se compara de igual a igual con su retoño, y cae en el desconcierto al comprobar que todos en su entorno no le aplican el mismo rasero que a Guillermo. No entiende cómo, si él ha atado los cabos para vivir una vida buena, no puede hacer lo propio su hijo, y le culpabiliza, no sin cierta razón, de ser un vago desnortado, pero asumiendo una actitud impropia de un buen padre.

En este tramo, rodado con cámara inquieta para subrayar la confrontación incómoda, el ritmo recuerda a la frescura con que García León se desmarcó en 2001 con su primer trabajo, Más pena que gloria, un reivindicable acercamiento a la pubertad desde una óptica nada romántica y cargada de cinismo agrio. No ocurre lo mismo en la segunda parte del metraje de Vete de mí, donde asistimos a un pronunciado cambio de roles moralizante donde Juan Diego Botto hace acopio de cierta madurez al percibir que su actitud desenfadada e irresponsable del inicio ha contagiado a su padre, celoso de su menos monótona vida sexual, y no al revés. El padre que se convierte en hijo y viceversa. El patetismo del cuadro es esperpéntico e improbable pero está salvado con el humor irreverente que firma de nuevo García León a cuatro manos con Jonás Trueba, hijo del oscarizado Fernando.

Es meritorio el hecho de que, si en su anterior colaboración consiguieron un acercamiento nada ñoño al universo de los institutos, esos crueles microclimas para los inadaptados, se acerquen ahora, con más gloria que pena, a una radiografía del estrato de edad que les abarca de lleno, el de los treintañeros que pasan las horas muertas jugando a las videoconsolas y retrasando el momento en que se escindan del cordón umbilical que les permite ser caricaturas contemporáneas de Peter Pan.

Cabe achacar a la obra un bajón en el ritmo a medida que Santiago gana peso específico en la narración y acudimos con ojos de voyeur a su descenso a los infiernos salpicado de amagos de infidelidad y de coqueteos con las drogas. Da la sensación de que es un tema al que los guionistas se han intentado acercar sin complejos, quedándoles grande la hazaña. Demasiada oscuridad y amargura la de este segmento, en una película que, de haber mantenido el nivel, podría haberse convertido en la comedia patria del año. Aún así, por lo convencional, por lo rabiosamente veraz de su puesta en escena, el final de esta tragedia casposa y cotidiana es de los que se recuerdan. Sobrio, sobrio. Real como la vida misma.