30 abr 2007

TV: House


La única razón del éxito de House es House, que es Hugh Laurie, que es un excelente actor británico desaprovechado hasta hace poco tiempo. Porque su creación de doctor cascarrabias, cínico, individualista e indolente se ha convertido en uno de los mayores iconos de la televisión actual.

No es que los guiones de David Shore (curtido en series de género como Ley y orden y Family law) no sean meritorios, pero a excepción de los lúcidos aunque crueles parlamentos del doctor Gregory House, la estructura de los mismos es tan mecánica como la de los de El Equipo A. A saber: en la secuencia inicial, previa a los títulos de crédito, aparecen una serie de desconocidos practicando cualquier tipo de actividad cotidiana cuando, de repente, parece que uno de ellos va a enfermar. Pues bien, no le pasa nada porque el que se desmaya, contra todo pronóstico, es su compañero que estaba fresco como una rosa hasta ese instante. Una vez trasladado el doliente hasta el Hospital Princetown, el malhumorado protagonista, que rara vez se digna a establecer contacto visual con un paciente, niega que le vaya a tratar hasta el preciso instante en que éste colapsa debido a una etiología desconocida.

Es entonces cuando House saca a relucir todo su ingenio para coordinar junto a su equipo de investigadores sherlockholmianos (el neurólogo -Omar Epps: Dr. Eric Foreman-, el internista –Jesse Spencer: Dr. Robert Chase- y la inmunóloga –Jennifer Morrison: Allison Cameron-) una catarata de tratamientos experimentales y arriesgadísimos que sólo dan como fruto el que el paciente flirtee indefectiblemente con la muerte en cada entrega. Tras el preceptivo allanamiento de la morada del encamado por parte de los meritorios del doctor detective (ya que interrogar al paciente sobre sus prácticas de riesgo es inútil porque "todos mienten" –House dixit-), y una vez descartado el lupus, el sarcástico protagonista, más parecido una estrella del rock que al héroe patrio Vilches de Hospital Central, resuelve el enigma (en la ducha, corriendo por el parque o jugando a su PSP) en el último segundo en que el estado del enfermo es compatible con la vida. Así, House se anota otro punto en su lucha permanente con la muerte.

Pese a lo previsible de la experiencia de sentarse frente al televisor (Fox y Cuatro emiten en España la tercera temporada), ver un nuevo capítulo de la serie resulta siempre cualquier cosa menos aburrido porque la altivez de House y su torrente provocador de enfant terrible es tan estimulante que resulta adictivo. Laurie, ha compuesto un personaje destinado a ser venerado desde el primer momento en que nuestros sentidos le prestan atención. Su presencia hipnótica se fundamenta en una indumentaria alejada de la ortodoxia médica: oportunamente desaliñado, siempre viste barba de un par de días, americana, camiseta, zapatillas y bastón, que es cojo. Esta minusvalía es precisamente lo que le exime de cualquier responsabilidad a la hora de soltar exabruptos a diestro y siniestro debido a la gran condescendencia que ha conseguido aglutinar alrededor de su figura por ser un enfermo adicto a los analgésicos.

Su avinagrada personalidad da lugar a la seña de identidad más valiosa del producto, que no es otra que su doble vertiente de héroe-antihéroe. Por un lado no hay nadie más inteligente a lo largo y ancho de este mundo, valor específico que se une al don de salvar vidas propio de su profesión; por otro, es un pobre hombre con el que nunca nos gustaría relacionarnos de puertas afuera del hospital.

No en vano, cuenta con un único amigo (Robert Sean Leonard: Dr. James Wilson) que no se deja apartar pese a las continuas minas que le va poniendo House estirando su paciencia como un chicle para comprobar hasta qué punto le es fiel. Porque, para el personaje que interpreta Laurie, hasta la amistad es un experimento.

La única persona capaz de contender con el protagonista en condiciones de práctica igualdad es la directora del hospital, la doctora Lisa Cuddy (Lisa Edelstein), único papel dotado de un cierto relieve por Shore al margen de House. Ella es la encargada de meterle los pies en el tiesto cada vez que lo excéntrico de las propuestas del rebelde galeno ponen al Princetown al borde de la demanda judicial; pero es su principal valedora y le tiene un especial cariño porque sabe que, aún siguiendo los preceptos de Maquiavelo, no hay nadie que le garantice más resultados que él.

El mencionado hecho de que el resto del reparto quede prácticamente ninguneado es a la vez acierto y riesgo, porque la serie durará tanto como dure la paciencia del respetable con respecto al mal humor de House, o como aguanten las carteras de los productores las eventuales exigencias de Laurie, artesano shakespeariano hasta la fecha y merecida estrella en la actualidad valedor de dos Globos de Oro consecutivos al Mejor Actor.

Sólo hay una razón para que les guste House, pero es una razón lo suficientemente grande como para que les guste más que la mayoría de series.

8 abr 2007

TV: El séquito


La comedia televisiva tradicional de risas enlatadas en la que el objetivo a conseguir es la mayor cantidad de carcajadas por minuto ha tenido varios exponentes meritorios a lo largo de los 80 y los 90. A todos nos vienen a la cabeza iconos como La hora de Bill Cosby, Friends o Frasier. Hay otra rama de la comedia, la no tan explícita, donde las incursiones han sido menos abundantes. Decía Paul Auster en una entrevista motivada por la publicación de Brooklyn follies (2006), que catalogaba a su libro de comedia porque los protagonistas acababan mejor de lo que empezaban. Ese tipo de etiqueta es la que se le puede colgar a El séquito.

Vince (Adrian Grenier, El diablo viste de Prada) es una rutilante estrella hollywoodiense criada en el neoyorquino y populoso barrio de Queens. Desde el primer spot publicitario que protagonizó, las ofertas no han parado de lloverle y la proyección ascendente no le afecta sólo a él, sino a toda su corte, compuesta por sus dos mejores amigos de la infancia, Eric (Kevin Connolly, Infelices para siempre) y "Tortuga" (Jerry Ferrara, Brooklyn rules), y su medio hermano Johnny Drama (Kevin Dillon, Platoon).

Cada uno, dentro de esta pandilla de veinteañeros, ocupa un rol muy definido. Vince es la estrella de cuya aura parasitan ligues todos sus amigos y quien se rasca el bolsillo cuando hay que invertir en comodidad común. No obstante, nunca reprocha este hecho porque es consciente de que si cualquiera de los demás hubiera tenido su suerte y su rostro, haría lo mismo por él. Eric da los primeros pasos en el mundo de la representación de actores y es el filtro amateur de todos los guiones que le llegan a Vince. De la misma manera que observamos con el devenir de los capítulos el crecimiento como actor de Vince en la jungla del show business, apreciamos una evolución en la picaresca de este aprendiz de tiburón. El suyo en El séquito no es un simple papel de escudero, sino que, por riqueza de construcción y complejidad emocional, encabeza los títulos de crédito. Completan la ecuación Ferrara, entretenedor y chófer del grupo, y Dillon, actor en horas bajas que debe luchar micropapeles en cutreaudiciones viéndose adelantado por la izquierda profesionalmente por su más carismático hermano aunque sin quejarse nunca de su mala suerte.

La idea de partida de esta serie es la vida del actor Mark Wahlberg (The italian job, 2003), alias Marky Mark, que rapeando, publicitando a la marca Calvin Klein y posteriormente apadrinado en la meca del cine por gente como Paul Thomas Anderson o George Clooney, se hizo con uno de los puestos privilegiados de la industria sobrepasando con mucho a su hermano Donnie, ex miembro del grupo musical teenager New Kids on the Block. De este modo Wahlberg, que corre a cargo de la producción ejecutiva de la serie, aparece en el episodio piloto citando a Drama para un partido de golf integrando así actores reales con ficticios, principal idiosincrasia de El séquito. Porque si en algo es fresca esta obra es debido al hecho de que el motor que la propulsa es la realidad. Una realidad paralela, sí, donde se realizan películas descartadas en la realidad como Aquaman, pero siempre con los pies de lo verosímil en el suelo.

Para conseguir este meritorio juego de guiños cinéfilos, se introduce en la acción a directores como Paul Haggis o James Cameron, que se autocaricaturizan sin interpretar otro papel que el de themshelves. Este hecho sumado a apariciones como las de Scarlett Johansson, Jessica Alba, Seth Green o Mandy Moore, aportan un vigor a las tramas que ha hecho rendirse a la crítica norteamericana (Emmy para Jeremy Piven al mejor actor secundario de comedia en 2006 y otras 7 nominaciones entre este año y el pasado) y a la extranjera (triple nominación en los tres últimos años para Piven y a la mejor serie de comedia en los Globos de Oro).

Y hay que hablar de Piven (Very bad things, 1998), que interpreta al trepa representante que diseña con tiralíneas y sin escrúpulos la carrera de Vince, probablemente el más carismático, por sus excesos, personaje de El séquito. Si Eric es el prototipo de consigliere fiel, Ari Gold (su personaje en la ficción) no duda en remover cielo y tierra, con menoscabo de su propia vida privada, para conseguir ventajosos contratos con las majors para su cliente estrella, el que le puso en la órbita del negocio.

Estas son las pinceladas marca de la casa de una serie pequeña (programada por la HBO para los meses de verano con una audiencia de unos 2,5 millones de espectadores) y amable donde, como decía el televisivo "Hannibal" Smith "los planes siempre salen bien". Una oda a la amistad y al buenrollismo que endulza, para variar, la parrilla televisiva.