4 jun 2008

De latir, mi corazón se ha parado (Jacques Audiard, 2005)


El pasado sábado había plan de tranquis con el "Grupo Parque". Lo estipulado era ir a la casa de José Manuel a ver unos VHS (perdonad el anacronismo pero es mucho más genial que los desalmados y casi indestructibles DVD y DivX). Si digo que fue realmente arduo conciliar los discrepantes y altivos egos de todos nosotros (Ed, Joselito, Mike, Vane y yo), me quedo corto. Parece mentira que estemos empeñados en ser amigos con lo distintos que son nuestros caracteres. Que si a Ed le daba igual pero había visto todo lo que Mike llevaba en la tartera; que si Mike se descarga cosas como Mission: Impossible III con el único afán de pasearlas porque a él lo que en realidad le gusta mazo son los documentales albano-kosovares sobre el plebiscito iraní-estadounidense dirigidos por surcoreanos; que si José se rila y lo que en realidad le apetece es enseñarnos las 2000 fotos que hizo en el encuentro mundial de malabaristas celebrado en Atenas hace unos días... Y la Vane, entre tanta trifulca piensa que lo más sensato es dormir. Y al final ni pa mí, ni pa ti, ni pa él (así suelen ser las noches en casa de Joselito, el antiguo niño cantor).

Pusimos una que a priori desagradaba sólo moderadamente a todos: De latir, mi corazón se ha parado. Francesa, de 2005. Recomendada por la prensa especializada mundial y por mi gurú cinematográfico personal, Matefe, decidimos que el riesgo de verla y sufrir daños permanentes era escaso. Craso error para la mayoría. Si os cuento que yo era el que más la estaba disfrutando y me rilé a la media hora, os podéis hacer una idea de los hechos acontecidos. En honor a la verdad tengo que decir que el planteamiento de la peli era estupefaciente (si es que esta palabra es la que conviene utilizar cuando algo nos deja estupefactos): un joven dedicado al "mercado inmobiliario", pero que en realidad es un matón desalojador de okupas encuentra un conato de redención para si alma redescubriendo su antigua pasión por el piano. Su padre, al que nunca ha tratado demasiado bien, también le hace mejor, pero no por ser un modelo saludable de conducta, sino por el aprendizaje inverso, ese con el que nos chantajean a veces los psicólogos (plural maiestático, no creo en que la mente se pueda sanar a partir de la terapia institucionalizada).

El devenir marchito de su progenitor así como las relaciones puntuales que Thomas (Romain Duris, Una casa de locos), el protagonista, establece con diversas mujeres le van amansando de manera sutil, casi imperceptible, de modo que la actitud que le mueve en la última escena resulta inconcebible a comienzos del metraje.

De latir... es una oda al realismo, ese en el que los cambios conductuales se aprecian muy de poco en poco, como esencias liberadas con mesura, no sea que se nos agoten. Es refrescante, sin ser un ejemplo a seguir deseable, el hecho de que la catarsis por medio del amor no sea exagerada sino sinuosa. Las mujeres de Thomas le aman por ser una fiera indomable incapaz de reprimir su fuerza y sus instintos, por ser un rudo macho sin sensibilidad, sin apego por la higiene, un tipo duro, uno de los de antes, Brando a la francesa, a la actual. Cuando Thomas se pone farruco para cobrar activos de su padre de manos de deudores morosos, no podemos otra cosa sino esperar con impaciencia su brutalidad, porque incluso esa desagradable tarea nos gusta a los espectadores si somos capaces de encontrar aristas en el protagonista, similitudes entre sus imperfecciones y las nuestras, envidia por ser los mejores en algo, aunque sea rompiendo cráneos a sartenazos. Os preguntaréis cómo sé el final de la película si, como líneas arriba expuse: Yo era el que más la estaba disfrutando y me rilé a la media hora. No os miento, no desconfiéis de mí, que la vi al día siguiente.

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