4 jun 2008

Flores rotas (Jim Jarmusch, 2005)


Jim Jarmusch fue calificado a principios de los noventa como uno de los patriarcas del cine independiente. Es un hombre al que le das un par de tazas, un cenicero y dos actores angloparlantes y te arma una película por menos de lo que valen las postales de promoción de La Guerra de los mundos.

En esta ocasión, su relato minimalista (Broken flowers) nos cuenta cómo a veces el pasado llama a nuestra puerta de forma incómoda. Para ello se vale del mito de Don Juan, lo cual le sirve de sugerente preámbulo, pero el recurso es abordado de una manera demasiado explícita y redundante en los primeros compases. El protagonista es Bill Murray, que si bien se embarca en un personaje con bastantes puntos en común con respecto al triunfador desencantado y cínico existencial que viene componiendo últimamente, es capaz de inyectarle, en esta ocasión, una sobredosis de indolencia que tiene regusto a nuevo. El hieratismo es el de siempre, pero las notas que llega a interpretar en la sinfonía de las emociones son sorprendentes. Es un gran mérito el que alcanza, al obligarnos a querer a un personaje sin el más mínimo carisma. Le queremos por descarte. No podemos rechazar a un ser patético que consagra sus días a ver televisión ataviado con sus eternos chandals y zapatos.

Murray va cimentando poco a poco, sin hacer ruido (cada vez menos), una carrera hecha a prueba de bombas, destinada a perdurar. Con este papel, pone un nuevo ladrillo en una trayectoria que ya está a la altura de los más grandes cómicos de la historia, a pesar del Oscar que le robó hace un par de años el Sean Penn más trasrroscado que se recuerda.

La galería de excelentes secundarias (atención a la florista Pell James y a la siempre fascinante Sharon Stone), que acogen al protagonista en su viaje catártico en busca de su identidad, sirve de marco para crear el humor situacional en el que tan cómodo se siente Jarmusch. El montaje torpe, que abusa de los fundidos, sumado a la desnudez de sus composiciones escénicas, hace que el resultado discurra con la sinuosa ligereza de una pluma. Un bombón caro y suave que se asimila fácil e inmediatamente. Tan frágil como una flor débil que sólo necesita de la brisa para romperse.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Si es que te gusta todo lo que a mí!!!!!!!!!!! :-XXXX

8 de septiembre de 2007 12:29

Alberto Moreno dijo...

Y a mí lo que a ti