Si hay una ciudad camaleónica en el viejo continente, ésa es Budapest. Un turista americano despistado, con muchas horas de jet lag y arrojado a sus calles sin mapa de ningún tipo, podría dudar de si se encuentra en cualquier otra ciudad europea. Pongamos que hablo de París. O de Roma. O de Londres… Tal fue el precepto que tuvo en cuenta Steven Spielberg a la hora de utilizar la capital de Hungría como trasunto de las tres plazas citadas en la muy política ‘Múnich’ (2005).
Aquello fue la hipérbole de la versatilidad, pero desde luego no el primer intento. Hay que echar la vista atrás casi 30 años para constatar que el desaparecido John Huston también apreció rasgos de París y así lo filmó en ‘Evasión o victoria’ (1981). Repitió engaño Gerard Depardieu como heredero de Miguel Ferrer en ‘Cyrano de Bergerac’ (1990) con nariz falsa y localizaciones también fingidas, oh, la la. Budapest, la ciudad del amor… de pega.
Seguimos reportando, pues la ciudad del Danubio tiene a su vez cosas de Moscú (‘Danko: Calor rojo’, 1989), de Buenos Aires (Evita, 1996) e incluso de territorios góticos imaginarios y no catalogados (‘Underworld’ y sus secuelas). Pero la actualidad nos trae de vuelta a Roma y a la capital francesa, ya que ‘The Rite’, drama exorcista protagonizado por Anthony Hopkins cuyo estreno se prevé para enero, y ‘Bel Ami’, con un decimonónico Robert Pattinson en la piel del periodista Georges Duroy, han encontrado acomodo respectivamente en ‘Danubiwood’.
Hecho el barrido, y obviando a Spielberg, que si necesitó polivalencia ante todo, la razón por la que un productor americano se muda del sur California no es otra que el metal, ¿o es que creían que Peter Jackson recreó la Tierra Media en Nueva Zelanda por ideales autárquico-sentimentales? Desde que a mediados de los 80 destinos como Utah, Texas, Toronto, Túnez o Praga revelaran semejantes prestaciones a más bajo coste, la emigración artística comenzó a constituirse como costumbre.
La sublimación de todo ello en la década que nos ocupa es la citada Budapest, cuyas políticas de subvenciones hacen que sea un destino mucho más preferible a cualquier otro lugar. Según se hacía eco el New York Times en un artículo publicado hace un par de semanas, con el colapso del comunismo hace 20 años, muchos de los países del Este de Europa buscaron convertirse en sucursales de Hollywood, una situación que se puede apreciar más claramente ahora, cuando la lucha por conseguir nuevas fuentes de ingresos para dar algo de fuelle a las arcas públicas y así pagar la deuda pública se hacen perentorias.
La ventaja de Budapest (al margen de la debilidad del florín húngaro con respecto al dólar) sobre su vecina Praga (también en la UE y también con la transición de la corona checa al euro a medio camino) es que las políticas gubernamentales húngaras “comenzaron a ofrecer ventajas financieras en 2004, cuando se aprobó una rebaja del 20 por ciento a la producción de películas nacionales y extranjeras”, explica el mismo artículo del rotativo neoyorquino.
Desde entonces, los ingresos derivados de películas extranjeras y coproducciones se han incrementado más de diez veces, hasta los 126 millones de euros en 2009, según datos revelados por la Oficina de Cine Húngaro. Eso, si nos ceñimos a los tangibles, pero también se espera que crezcan (esta vez de forma imprevisible y subjetiva) los beneficios derivados del turismo, que gana interés entre los europeos cuando se ofrece la posibilidad de visitar un Hollywood en miniatura sin tener que cruzar el charco.
El procedimiento ya habitual, al que se han acogido producciones como ‘Monte Carlo’, respaldada por Nicole Kidman, o la miniserie que Neil Jordan prepara sobre Los Borgia con Jeremy Irons a la cabeza, ambas con fecha de estreno en 2011, consiste en traer el mínimo equipo estadounidense posible (casi siempre el elenco artístico principal) y tirar de húngaros para todo lo demás, desde equipo técnico hasta todos los extras, acostumbrados a trabajar hasta 12 horas sin cobrar las extras y con la única desventaja de no poder ofrecer un catálogo demasiado multiétnico.
Según declaraciones del productor Peter Gyorgy, productor de ‘Los Borgia’, recogidas en el NY Times, “los 1,6 millones de dólares que costó recrear la Roma renacentista en un solar de Budapest suponía un gasto menos que la filmación en localizaciones italianas”. Al fin y al cabo, todo lo que no haya que gastar en escenarios repercute en beneficio sobre factores como el cast o la posproducción.
Pero no crean que todo tiene que ver con grandes recreaciones. A partir de ahora, cuando vean una película, sobre todo si es inglesa, sospechen.
Filmes de carácter casi urbano y cosmopolita como ‘Loco por la novia’ (Stefan Schwartz, 2005) también se benefician de las ventajas fiscales húngaras. Según palabras del productor Neil Peplow en la promoción de la cinta, “la mayor parte de las escenas exteriores pertenecen a Londres, pero las interiores se rodaron en Budapest. El director quería disponer de la libertad de trabajar en decorados, por lo que necesitábamos construir dos escenarios enormes y, en aquel momento, el Reino Unido estaba prácticamente atiborrado con películas americanas de estudio. Como productor independiente, tenía sentido ir a Hungría. Los equipos son más baratos y tienen un 20% de desgravación fiscal, lo cual es una gran ayuda. Además, ¡la comida es muy buena!”.
Hablaba de la sopa Goulash. La magia del cine era esto.
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Lee el artículo original en El Mundo.
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