11 jul 2010

Sara Carbonero

La emoción no me permite escribir en los minutos previos a la final y por ello cedo la palabra a Nacho Vigalondo, que acaba de publicar este texto de acojonante lucidez echando un capote a la artista periodista que ha visto su nombre mancillado durante buena parte del Mundial. 

España, que ganará al fútbol porque juega como Dios (Piqué), es también campeona en el deporte de criticar. Ayer, de guateque, conocí a unos muchachos que llegaron incluso a afirmar que Sara Carbonero no es guapa sino que está buena, afirmación absolutamente descalabrada al no ser enfocada casi nunca de cuerpo entero ni prodigarse en panfletos tipo FHM. Como decía el inmortal Nietzsche, "la opinión es como el ojo del culo, todo el mundo tiene una". 


Por Nacho Vigalondo

No soy antifútbol, de hecho es una actitud que me horripila bastante, aunque no tanto como la del artista que te confiesa ser futbolero con la media sonrisa de no-te-lo-esperabas. Esta vehemencia colectiva es lo suficientemente extraordinaria como para no apreciarla. Si no puedo ver un partido completo es por una tara mental que me impide poder seguir la acción cuando todo lo que queda son las reglas abstractas del juego y la exhibición de estrategia y esfuerzo físico. Así que si esta tarde me doy un paseo por Madrid mientras se emite la final no será un acto reivindicativo, o una utoafirmación marginal, sino buscando el atractivo de un Madrid potencialmente mágico. Si hay una posibilidad de que Jacob se te aparezca con la botella en la calle Arenal, o el de las pastillas de Mátrix por la zona de Huertas, es hoy por la tarde.


Confieso que, durante todo esto, me he sentido bastante atraído por lo que ha pasado en torno a la periodista Sara Carbonero. Hay dos tipos de ficciones, dicen, aquellas en los que los personajes son los que propulsan los acontecimientos (en su estado puro, el culebrón) y aquellos en los que es al revés, los hechos dominan sobre la naturaleza y decisiones del personaje. Este segundo tipo de historias, en los que encajan con menos esfuerzo las teorías de la conspiración, las cosmologías fantásticas y el género de catástrofes, es el territorio del fenómeno Carbonero. La periodista no tiene que mover un dedo: Si España pierde, ella se convierte en un súcubo, si España gana, en una musa.

Pasando por alto el machismo atroz que suda el asunto, diviso una forma de que, por fin, yo pueda ver un partido de futbol completo. Podrían diseñar emisiones especiales para tullidos como yo, necesitados de giros, ambigüedad y misterio.Podrían plantar para nosotros una cámara que estuviese siguiendo a Sara Carbonero, y que se pinchase cada vez que Iker Casillas cometiese una torpeza o una heroicidad. Si esto es demasiado costoso, podrían juntar una batería de vídeos en los que viésemos a estas dos celebridades juntos en alguna fiesta o acto social, vídeos que se insertarían en la retransmisión cada vez que Iker viviese un momento decisivo, o también durante los tiempos muertos. Así estaríamos aportando a la retransmisión una herramienta de la ficción de eficacia probada: El flashback. Podríamos llenar un partido de fútbol de flashbacks. Podríamos pedir a todos los jugadores material audiovisual de todo tipo (vídeos de la primera comunión, de juergas nocturnas, encuentros familiares, viajes con la pareja) y podríamos pincharlos cada vez que cualquiera de ellos acertase o fracasase en el campo. Un subrayado emocional, más elementos en la ecuación, más motivaciones, más contradicciones. 


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