De la misma manera que el grueso Kevin Smith hizo una tentativa de abandonar la comedia más chabacana e inmediata con la pretendidamente adulta Jersey Girl, Adam Sandler prueba de nuevo suerte en una faceta que inauguró con la muy estimable Embriagado de amor para apartar hasta su próximo estreno el chiste fácil que triunfa tanto en ultramar. Insisto, no se dejen engañar por la cabeza del cartel. El libreto que escribe y dirige Mike Binder es un drama de proporciones épicas que coquetea con la comedia pero tan sólo como contrapunto necesario para hacer soportable la premisa inicial.
Charlie Fineman (Sandler) es un ex dentista que perdió a su familia en uno de los aviones que se estrellaron contra el World Trade Center en aquel fatídico septiembre. Enfrascado en un rainmaniano autismo tiene a su ángel de la guardia en el catalizador Don Cheadle (Alan Johnson), que desplaza a Sandler en tiempo en pantalla pero no en intensidad interpretativa. Cheadle, actualmente en cartel con la rocambolesca nueva entrega de Ocean y compañía, dibuja, también, a un gris dentista emocionalmente encorsetado que ve en su compañero de universidad la obra social que le permita ejercer de buen samaritano. A la vez que indaga en los demonios internos de su colega hace un recorrido paralelo catártico que le hace caer en la cuenta de que él no se encuentra libre de tara.
La cuidada banda sonora y una fotografía tanto más interesante cuanto más se recrea en los exteriores de una Nueva York que nunca duerme, dan solidez a una cinta que se mueve entre lo cómico (hay varios momentos para carcajearse sin complejos) y lo tremendo. Así, En algún lugar de la memoria se mueve en las aguas movedizas derivadas de lo arriesgado de su temática y tiene a su peor enemigo en un par de escenas en las que Binder no termina de encontrar el tono. El resultado final adolece de un metraje a todas luces excesivo y de unos personajes (Tyler y Burrows) desacertados en su composición, la primera por desaprovechada (como es ya costumbre), la otra por estar metida con calzador. No obstante, el film se sitúa por encima de la media de la producción comercial-intimista norteamericana coetánea.
Charlie Fineman (Sandler) es un ex dentista que perdió a su familia en uno de los aviones que se estrellaron contra el World Trade Center en aquel fatídico septiembre. Enfrascado en un rainmaniano autismo tiene a su ángel de la guardia en el catalizador Don Cheadle (Alan Johnson), que desplaza a Sandler en tiempo en pantalla pero no en intensidad interpretativa. Cheadle, actualmente en cartel con la rocambolesca nueva entrega de Ocean y compañía, dibuja, también, a un gris dentista emocionalmente encorsetado que ve en su compañero de universidad la obra social que le permita ejercer de buen samaritano. A la vez que indaga en los demonios internos de su colega hace un recorrido paralelo catártico que le hace caer en la cuenta de que él no se encuentra libre de tara.
La cuidada banda sonora y una fotografía tanto más interesante cuanto más se recrea en los exteriores de una Nueva York que nunca duerme, dan solidez a una cinta que se mueve entre lo cómico (hay varios momentos para carcajearse sin complejos) y lo tremendo. Así, En algún lugar de la memoria se mueve en las aguas movedizas derivadas de lo arriesgado de su temática y tiene a su peor enemigo en un par de escenas en las que Binder no termina de encontrar el tono. El resultado final adolece de un metraje a todas luces excesivo y de unos personajes (Tyler y Burrows) desacertados en su composición, la primera por desaprovechada (como es ya costumbre), la otra por estar metida con calzador. No obstante, el film se sitúa por encima de la media de la producción comercial-intimista norteamericana coetánea.
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