4 jun 2008

Ray (Taylor Hackford, 2004)


Había una vez un niño en un estado sureño que parecía tenerlo todo en contra. En la América de los años 30, si eras negro, el futuro no era alentador. Si además de eso eras ciego, la supervivencia se convertía en una quimera. Quizá por eso el revolucionario Ray Charles , que concilió al rythm & blues con el gospel, se merecía una película, porque su amor por la música y su aplomo le convirtieron en un triunfador.

Ray es un controvertido personaje que no sale bien parado filtrado por el tamiz insulso de Taylor Hackford. Retratado como individualista, avaro, infiel, politoxicómano y egocéntrico, sólo consigue un poco de cancha cuando aflora su genio indiscutible y al hacer un esbozo de lucha por la no segregación. Es encomiable que el verdadero Charles diera el beneplácito a este biopic tan sangrante si no fue como purga para expiar sus pecados.

No es fácil que venga a la memoria una cinta autobiográfica de calidad y esta no es una excepción. Repasando lo último con lo que nuestras pantallas han sido atormentadas últimamente: Descubriendo Nunca Jamás, Mar adentro, Las horas o Una mente maravillosa es fácil llegar a la conclusión de por qué los guionistas acuden cada vez más a las historietas de superhéroes: preferimos identificarnos con gente que posee superpoderes que con pederastas, tetrapléjicos, narigudas sin parangón o matemáticos esquizofrénicos y paranoicos.

La moraleja de Ray viene a ser que aparte de las barreras naturales que tenemos los individuos para desarrollarnos y dirigirnos, a veces nos encontramos con otras artificiales complementarias que, de no ser muy fuertes, nos hacen correr el riesgo de quedar atrapados. Una apología que pretende hacernos valorar aquello que tenemos y a no buscarnos paraísos artificiales que sólo nos harán desgraciados.

Parece mentira que un año más se cuelen entre las más valoradas películas tan convencionales y con tan poco que aportar tanto dramática como formalmente.

Jamie Foxx, en una actuación de superdotado eleva el tono vulgar del film, narrado de la forma más tradicional si exceptuamos los torpes flashbacks que evocan la infancia del cantante. Aunque, de todas maneras, no es un ejercicio de creación sino de imitación. Se llevará todos los premios del mundo, me juego un barril de cerveza, pero si lo que queremos es disfrutar de buenas recreaciones sin pasar 150 de los más aburridos minutos del año, nos compramos un DVD de Carlos Latre y lo vemos todas las veces que queramos.

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