Como Don Pepito y Don José, son dos tipos requetefinos. No a la hora de enfrentarse a los malos sino de en cuanto a su carácter. Jason es más hermético y John más exhibicionista y socarrón, pero ambos, reconzcámoslo, saben batirse el cobre en los momentos de tensión. Hay gente a la que no te importa llevar a cualquier bar con una pléyade de amigos desconocidos con los que mezclarse sin que la noche resulte un estropicio total. También hay gente a la que te llevarías a un funeral sin más ni más. Sabes que tendrán un inmaculado traje negro a mano que calzarse y que condolecerán y llorarán, cuanto más mejor, cuando lo requiera el guión. Andrés Montes llama 'multiusos' a Garbajosa. Es de gente de ese palo de la que hablo.
John McLane y Jason Bourne son dos de mis personajes de ficción favoritos. No es que me haya dado tiempo a encariñarme demasiado con el último (es sólo una cuestión temporal, es aún muy joven en la cultura pop colectiva), pero sé que un día copará los primero puestos de una lista que hoy por hoy lideran sin demasiados problemas Wesley (el de Buttercup), C.C. Baxter, Phil Connors, Leónidas o George Bailey.
La Jungla 4.0 es mi película menos favorita de la saga. Y esto no es una cuestión de que se tenga que asentar. Es la peor. O la menos buena. Y aún así (a pesar de la torpérrima dirección de Len Wiseman) es mejor que casi todo el cine de acción que he visto este año (¿qué habrá hecho Michael Bay con los Transformers?). Me da la sensación de que han mancillado algo que era mío. Es como si el personaje de McLane fuera una marca comercial y sus frases las hubiera escrito el mismo guionista de siempre pero de la trama se hubiera encargado otro, el guionista de Mission: Impossible 2…o Javier Fesser. La voluptuosidad de la acción, llena de explosiones coreografiadas no se parece en nada al guarreo original de John McTiernan. En la 4.0 no hay camisetas de tirantes ni cristales que se adhieren a desafortunadas y descalzas plantas del pie.
Tenemos a un Willis perplejo por los avances de la tecnología digital que necesita valerse de un buddy (Justin Long, coprotagonista del inmenso Ryan Reynolds en la insuperada Waiting…) para abrir conexiones vía satélite con centrales nucleares. La química que despliegan está a años luz (iba a decir, como Marcellus Wallace, "a mil jodidas millas" pero este blog lo lee mi abuela) de la que estableció el ex de Demi Moore con Samuel L. Jackson, hecho que no mejora cuando el habitualmente cómico Kevin Smith, aquí superfluo, hace aquí un cameo. Los únicos que están a la altura del mítico McLane son la sugerente Maggie Q (Spoiler: que reparte hasta que la reparten. Su escena de lucha final es una buena muestra de lo que la Jungla significa: No hay misoginia ni machismo en el hecho de que Willis le curta el lomo. Nadie está moralmente por encima de nadie. Sólo hay buenos contra malos; fin de la ecuación) y el malvado Timothy Olyphant (Deadwood), en un personaje de reminiscencias jeremyironsianas. (Spoiler: La mayor declaración de principios de esta nueva película es cuando el rudo policía se carga un helicóptero lanzándole un coche en marcha porque "se había quedado sin balas"). Si hasta vuela en una de las escenas finales. Esto no es la Jungla, que me la han cambiado.
Eso nunca lo haría Tony Gilroy (director de la esperada Michael Clayton y guionista de El ultimátum de Bourne). Sólo lo que es físicamente admisible tiene cabida en el broche –por el momento- de la colección Bourne. Topetazos que duelen en el patio de butacas y una cámara nerviosa (Paul Greengrass –director de la segunda parte, Bloody Sunday, United 93- está tras la cámara) son los efectos especiales que adornan una trama de espías lineal y del todo inteligible, muy lejos del recovequismo de El mito de Bourne. Se ha optado por hacer una película de tinte absolutamente adrenalínico con los mamporros (atentos a los mil usos que Matt Damon sabe dar a un libro; todos menos leer) como únicos compañeros de un viaje que siempre discurre hacia delante. No hay ironía en Bourne. Todo es grave y afectado, al estilo McQueen, al estilo Ronin. Sobriedad en estado puro alrededor de un espía que nunca mata si no es rotundamente necesario y que si lo hace sufre (otra diferencia con McLane, que sabe justificar el segar una vida si el malo se ha pasado de la raya). Porque Bourne, al contrario que el protagonista de La jungla no es una caricatura sino un respetuoso acercamiento a los espías que se supone deberían velar porque el mundo sea un lugar más seguro. Tiene un mensaje de sucinta denuncia, pelín folletinesco, El ultimátum. Habla de lo malo que es utilizar y manipular a las personas, de cómo nuestra hermana nos puede clavar un lápiz en el ojo si desde pequeña la lobotomizamos para que quite la mesa siempre, pero eso es leer demasiado entre líneas.
Quedaos sólo con que posiblemente en el intervalo de un mes se han estrenado en España las dos mejores películas de acción del año la primera en clave de comedia, la otra, de drama.
John McLane y Jason Bourne son dos de mis personajes de ficción favoritos. No es que me haya dado tiempo a encariñarme demasiado con el último (es sólo una cuestión temporal, es aún muy joven en la cultura pop colectiva), pero sé que un día copará los primero puestos de una lista que hoy por hoy lideran sin demasiados problemas Wesley (el de Buttercup), C.C. Baxter, Phil Connors, Leónidas o George Bailey.
La Jungla 4.0 es mi película menos favorita de la saga. Y esto no es una cuestión de que se tenga que asentar. Es la peor. O la menos buena. Y aún así (a pesar de la torpérrima dirección de Len Wiseman) es mejor que casi todo el cine de acción que he visto este año (¿qué habrá hecho Michael Bay con los Transformers?). Me da la sensación de que han mancillado algo que era mío. Es como si el personaje de McLane fuera una marca comercial y sus frases las hubiera escrito el mismo guionista de siempre pero de la trama se hubiera encargado otro, el guionista de Mission: Impossible 2…o Javier Fesser. La voluptuosidad de la acción, llena de explosiones coreografiadas no se parece en nada al guarreo original de John McTiernan. En la 4.0 no hay camisetas de tirantes ni cristales que se adhieren a desafortunadas y descalzas plantas del pie.
Tenemos a un Willis perplejo por los avances de la tecnología digital que necesita valerse de un buddy (Justin Long, coprotagonista del inmenso Ryan Reynolds en la insuperada Waiting…) para abrir conexiones vía satélite con centrales nucleares. La química que despliegan está a años luz (iba a decir, como Marcellus Wallace, "a mil jodidas millas" pero este blog lo lee mi abuela) de la que estableció el ex de Demi Moore con Samuel L. Jackson, hecho que no mejora cuando el habitualmente cómico Kevin Smith, aquí superfluo, hace aquí un cameo. Los únicos que están a la altura del mítico McLane son la sugerente Maggie Q (Spoiler: que reparte hasta que la reparten. Su escena de lucha final es una buena muestra de lo que la Jungla significa: No hay misoginia ni machismo en el hecho de que Willis le curta el lomo. Nadie está moralmente por encima de nadie. Sólo hay buenos contra malos; fin de la ecuación) y el malvado Timothy Olyphant (Deadwood), en un personaje de reminiscencias jeremyironsianas. (Spoiler: La mayor declaración de principios de esta nueva película es cuando el rudo policía se carga un helicóptero lanzándole un coche en marcha porque "se había quedado sin balas"). Si hasta vuela en una de las escenas finales. Esto no es la Jungla, que me la han cambiado.
Eso nunca lo haría Tony Gilroy (director de la esperada Michael Clayton y guionista de El ultimátum de Bourne). Sólo lo que es físicamente admisible tiene cabida en el broche –por el momento- de la colección Bourne. Topetazos que duelen en el patio de butacas y una cámara nerviosa (Paul Greengrass –director de la segunda parte, Bloody Sunday, United 93- está tras la cámara) son los efectos especiales que adornan una trama de espías lineal y del todo inteligible, muy lejos del recovequismo de El mito de Bourne. Se ha optado por hacer una película de tinte absolutamente adrenalínico con los mamporros (atentos a los mil usos que Matt Damon sabe dar a un libro; todos menos leer) como únicos compañeros de un viaje que siempre discurre hacia delante. No hay ironía en Bourne. Todo es grave y afectado, al estilo McQueen, al estilo Ronin. Sobriedad en estado puro alrededor de un espía que nunca mata si no es rotundamente necesario y que si lo hace sufre (otra diferencia con McLane, que sabe justificar el segar una vida si el malo se ha pasado de la raya). Porque Bourne, al contrario que el protagonista de La jungla no es una caricatura sino un respetuoso acercamiento a los espías que se supone deberían velar porque el mundo sea un lugar más seguro. Tiene un mensaje de sucinta denuncia, pelín folletinesco, El ultimátum. Habla de lo malo que es utilizar y manipular a las personas, de cómo nuestra hermana nos puede clavar un lápiz en el ojo si desde pequeña la lobotomizamos para que quite la mesa siempre, pero eso es leer demasiado entre líneas.
Quedaos sólo con que posiblemente en el intervalo de un mes se han estrenado en España las dos mejores películas de acción del año la primera en clave de comedia, la otra, de drama.
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