22 sept 2008

San Sebastián (Día 5): El cine femenino se estrella en San Sebastián

El equipo de 'El patio de mi cárcel'

La cárcel es un buen entorno para el cultivo de los clichés. Y las películas de los directores españoles noveles que tiran por lo social, también; así que esas inevitables charlas de porteras en las que suelen convertirse las cantinas donostiarras, donde entre pincho y pincho se digiere el festival, eran ayer un hervidero de malas esperanzas y pereza al ver que la Juani se iba a vestir hoy con un pijama de rayas. Belén Macías, madre de 'El patio de mi cárcel', se inspiró en la odisea ochentera del grupo teatral Las Yeses, que alentado por una funcionaria de prisiones (Elena Cánovas en la vida real y Candela Peña encarnándola) utilizaron el arte escénico como plataforma de reinserción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia, viene a decir Macías en la rueda de prensa, quien orgullosa de su producto y flanqueada por ocho de las actrices principales de su drama coral explicó cómo sólo Peña trabajó un personaje real.

A la cabeza, Verónica Echegui es Isa, una ladrona heroinómana (cliché), paleta (cliché) y madre soltera (cliché, cliché), pero con un corazón que no le cabe en el cuerpo (redoble de clichés). Incapaz de sobrellevar una vida libre fuera de la cárcel porque donde se siente coartada es más allá de los muros, no es líder de nada. No dirige revueltas y no hace nada por el bienestar de las demás. Sólo se mete en problemas y desafía la norma establecida por el mero hecho de tocar las narices. Por ahí se le puede echar un capote a la directora, que no busca a una mártir en ella sino que le interesa el proceso de descomposición que ejerce la prisión sobre los seres humanos. Y más concretamente sobre las mujeres. Además, para hacer de antihéroe, ya tiene a la Peña, que se pelea contra vientos y mareas con quien sea menester para sacar su compañía adelante. No es algo nuevo esto; ya lo había trabajado, entre otros, John Huston en 1981 con 'Evasión o victoria'. De hecho, propongo que El Deseo (Almodóvar anda detrás) le dé una propina por los derechos de autor a sus herederos.

Tenemos a la lesbiana buena, a la mala y a la que baila de cama en cama aunque lo que en realidad le gustan son los hombres; a la prostituta descarriada y noble; a la asesina simpática y a la inmigrante estafada que reza a la virgen para que se arregle la confusión. Poco elemento subversivo en busca de un objetivo muy claro: los malos son buenos y los funcionarios, los que cortan las alas. No se entienda esta crónica como una negación taxativa de la redención, pero sí contra la peligrosidad de un enfoque maniqueo en temas de calado social como el presente, porque no relata una realidad y se acaba convirtiendo en propaganda.

Poco más que decir sobre la primera de las cuatro películas españolas a concurso este año, sólo que Echegui, la nueva Penélope Cruz, así la quieren vender en el cartel promocional los distribuidores, todavía tiene mucho camino que recorrer para convertirse en la Raimunda de 'Volver'.

Si creían que me había despachado a gusto ya, es porque todavía no sabían lo que tenía que decir sobre la franco-turca-germano-belga 'La caja de Pandora', película únicamente destinada a reventar la paciencia de gente justa y honesta que viene a San Sebastián a hacer un trabajo digno, a ver películas y servir de radar de joyitas, a cubrir ruedas de prensa para acercar a las celebridades a la tierra firme y a comer pintxos rápidos para no perderse el siguiente pase sin perder la línea en el intento. He de reconocer que el único punto positivo que le encuentro a este tostón infumable es que mis queridos compañeros de las agencias tienen la entradilla hecha sólo con hacer mención a todos los países que participan en su producción. Así pueden retrasar hasta el segundo párrafo la sensación de nadería que transmite la primera hora y de alargamiento innecesario que empapa la segunda. El alzheimer y la confusión que produce a los arraigados al campo su migración a los cementos de la urbe se podría haber contado en mucho menos tiempo y, sin embargo la directora Yesim Ustaoglu se va hasta las casi dos horas (provocando grandes desbandadas de aburridos espectadores) para finalizar con un plano supuestamente evocador cuya única enseñanza neta derivada es que las cosas son como son y así se las hemos contado.

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