Los radicales, los críticos heterodoxos y gustosos por las vanguardias, se quejaron de que '9 songs', su acercamiento al porno musical no se llevara la Concha de Oro en 2004. Si no le conocen de nada, los tiros efectivamente van por donde se pueden imaginar, por caminos en los que un coito real puede dar paso a un concierto de Franz Ferdinand y vuelta a la cama. Y así hasta nueve. Pero también tiene dramas de época ('Jude'), comedias chifladas ('A cock and bull story'), documentales de guerra ('In this world'), ¡coño!, si tiene hasta un western ('El perdón').
Esta vez carga con un drama familiar que habla de la pérdida y el perdón. ¡Piiiiiiiii! Error. Qué va, es un thriller de terror inquietante con escenas donde la incertidumbre que desemboca en catástrofe te atan a la butaca, te revuelven, te deshacen los nervios. Winterbottom, pese a que se resiste a reconocerlo, ha filmado un thriller con elementos sobrenaturales que requiere una tila doble al final de la proyección. Y que conste que me contengo, no les quiero destripar, porque si algo se va a estrenar seguro en las pantallas españolas de entre las decenas de filmes que se proyectan estos días en Donosti es 'Génova'. Antes o después (todavía no hay fecha de estreno, pero la tendrá). Porque si una cosa ha sabido hacer muy bien el de Blackburn es cultivar una horda de legionarios fieles que esperan su sorpresa anual como quien abre un Kinder chocohuevo.
Transmite una sensación de errático, de que se mueve por impulsos y que cualquier tema que le llame la atención es susceptible de acabar dando lugar a una pieza festivalera de enjundia. Tanto da que el formato sea documental o ficción, con actores profesionales o sacados de una esquina de Kabul. En este caso, acude a gente del primer grupito; a la cabeza un chico de la jet set del firmamento británico, Colin Firth, el novio 'mondrigas' de Bridget Jones. Y le rodea de dos hijas, una en su primavera sexual; y la pequeña, todavía infanta.
Los problemas derivados de su problemática edad se multiplican con una tragedia gestada en los primeros compases que desencadena el que los naturales vínculos de sangre sean sacudidos de manera comprensible para el espectador. El afrontar una pérdida, que tiene un culpable con nombre y apellidos, fuerza a que el público se plantee cómo se puede perdonar al mismo y cómo se le puede no perdonar. De esa forma, la película, que no aporta ninguna solución, sino que lanza interrogante tras interrogante, va creciendo en la cabeza de quien la tiene que digerir incluso horas después de su visionado.
Es cine que crece y se expande, que reta y cuestiona, que toca las narices sin que seas consciente. Sin efectismos. Planteando un campo florido de preciosas violetas que es arrasado por una tormenta de granizo. Te gustaba tu campo florido, pero no vas a olvidarte de él porque ahora esté arrasado. Quizá con mimo, vuelva a ser hermoso. Silencio y algún silbido tras la proyección de prensa. Indiferencia, rechazo o perplejidad, decidan ustedes, que lo harán mejor, ante la propuesta mansamente radical de un inclasificable e inquieto maestro. La acción transcurre en Génova, pero eso no debe ser nunca un reclamo para los amantes de la región, porque tanto da que se hubiera rodado en Salamanca. Las emociones no entienden de lugar.
La segunda película a concurso de esta cuarta jornada ha sido la francesa 'La belle persone', otro drama muy acorde con el tono de lo que debería ser la Sección Oficial. Si para algo tiene ojo estos últimos años la dirección del festival es para traer interesantes trabajos del otro lado de los Pirineos, cosa que en rara ocasión hace Cannes con nuestra industria. El invitado en este caso ha sido Christophe Honoré, que ya firmara el año pasado el musical 'Les chansons d'amour'. Repite con su actor fetiche Louis Garrel (el hijo de Louis, aclamado director), el moreno de 'Soñadores', para que le pongan cara; un tipo que, en tiempos de reivindicación permanente de Heath Ledger como heredero natural de James Dean, podría disputarle el trono cualquier lunes por la tarde.
El eterno adolescente, interpreta a un mujeriego profesor de italiano en un colegio atemporal. Su magnetismo es tan evidente que docentes y alumnas se lo disputan con vehemencia. En el momento en el que se disipan las escalas jerárquicas, el vodevil queda servido, y solo falta un elemento más: la aparición de la chica morena de cabellera eterna, piel dieciochescamente pálida, y ojos de azul ultramar (Léa Seydoux, apunten su nombre, que les espero) para que todos enloquezcan de amor.
Es exagerada la propuesta de Honoré, quizá innecesariamente explicativa y muy cercana en ocasiones al 'remake' de cualquier comedieta de instituto, pero se aprecia cierto sello de calidad, claves que confieren permanencia en ella, seguramente derivada de su punto de partida original "La princesa de Clèves", datada en 1689. No se preocupen, no es como aquella 'Fierecilla domada' que manoseó Jil Junger y se llamó '10 razones para odiarte'. En aquella salía el desaparecido Ledger y, si comparamos ambos productos: nuevo punto para Garrel.
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