1 oct 2008

Todo es más bonito en el cine

La actual cresta de esta crisis económica, y con esto me refiero a los despidos masivos, a la estratosferización de las hipotecas y a la pérdida de confianza mutua entre los ahorradores y las entidades bancarias, no ha tenido por el momento su traslación a la gran pantalla. Hollywood, en su concepción clásica de fábrica de los sueños (ya que todavía desconocemos cómo afectará a su fisonomía el desplome que vivimos), no ha tenido aún los reflejos de producir películas que sirvan de testimonio histórico de lo que ahora ocurre y, a decir verdad, no parece que éstas, de momento, vayan a llegar.

Es un tema bastante pesimista para ser abordado por la industria lúdica por antonomasia. Vendrá, porque el cine es siempre testigo de nuestros tiempos y valioso álbum de fotos para consultar el pasado en el futuro, pero hoy nos conformamos con hacer un repaso a lo que sí ha documentado el cine (y no me refiero estrictamente al norteamericano) sobre pasadas revueltas económicas. Algunas de ellas fueron más puntuales. Otras, como la Crisis del 29 se encuentran en el Olimpo de las grandes catástrofes monetarias. Sólo el tiempo dirá si la presente tendrá, como otras, su gran testimonio fílmico:


LA CRISIS DEL 29

Las uvas de la ira (John Ford, 1940)



Esta obra maestra pertenece al John Ford más humano. No porque su recurrente estudio de la psique estuviera menos presente en los westerns que dirigió, sino porque bajó al ruedo del hombre llano y trasladó con imágenes reconocibles la no menos soberbia interpretación del crack bursátil del 29 del novelista John Steinbeck. Como veníamos advirtiendo, no se asomó demasiado la industria fílmica a este periodo concreto (de hecho, al productor Darryl F. Zanuck le costó superar las objeciones de los ejecutivos conservadores de la Fox) y delegó én el teatro de denuncia así como en la fotografía, pero es que después de la particular visión del director de 'Centauros del desierto', poco quedaba por decir. El hilo conductor de la narración recae en la familia Joad, sumida en la más absoluta pobreza. Su hambre, sin embrago, no les resultaba tan dolorosa como la obligación de verse desarraigados de su Oklahoma natal para buscar fortuna como temporeros en California. El grupo, encabezado por el joven Henry Fonda, vive su clímax cuando, después de múltiples penurias, encuentra en su tránsito un campamento del Gobierno en el que trabajar para salir adelante. En el momento en el que el panorama se aclara, es la madre de los Joad quien articula la frase más perdurable de toda una oda a la supervivencia: "Somos el pueblo... existiremos siempre".


¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946)




Hay quienes ven en ella la película de las Navidades por antonomasia. De hecho es bastante imposible que su título se desvincule de la nevada época estival anual. Pero la odisea de George Bailey es mucho más que buen rollito y revisitación maquillada del 'Fantasma de las navidades pasadas' de manos del fantasma de segunda Clarence. El filántropo más grande de la historia del cine se priva de su sueño de viajar y conocer mundo para poder ayudar con su empresa de préstamos a que los buenos trabajadores de Bedford Falls puedan hacer frente a sus hipotecas contra la opresión del gran monstruo capitalista, encarnado por el villano señor Potter. Se puede tachar de ingenua a esta parábola sobre la bondad humana de Frank Capra, uno de los mejores cuentacuentos que ha tenido Hollywood en toda su historia, pero lo que no es cuestionable es la necesidad de muchos George Baileys en el mundo, gente capaz de prescindir de su bienestar para hacer que la sociedad funcione de manera correcta. Es quimérica la idea de dejar de mirarse el ombligo, y bien es cierto que las cosas no se arreglan con buenas intenciones, pero, de vez en cuando, no está de más que nos den una palmadita en la espalda y nos digan: "Se va a pasar. Al final todo se acaba pasando".


EL THATCHERISMO

Full Monty (Peter Cattaneo, 1997)




Esta película de Peter Cattaneo, gran fenómeno de masas en su día, no es más que el buque insignia toda una serie de tragicomedias que encuentran en el director británico Ken Loach (y en Stephen Frears en menor medida) su máximo estudioso. La crisis de las clases sociales más desfavorecidas en la década de los 80, regida por Margaret Thatcher, tuvo como consecuencia grandes tasas de desempleo en los sectores mineros, siderúrgicos y de la construcción. El realismo sucio con el que normalmente Loach ha tendido a abordar sus películas de denuncia, casi documentales, tuvo en 1997 un megáfono amable que vino a decir que no hace falta ponerse grave para tocar temas comprometidos y concienciar al personal. Cabe la duda de si todavía queda alguien por acercarse a esta modélica comedia, en la que seis habitantes de la ciudad de Sheffield, probablemente los menos atractivos del mundo, deciden poner en marcha un número de strip-tease para recuperarse económicamente de sus despidos del sector de la metalurgia. De una manera más hilarante, aunque no menos grave que Capra, viene también a decir que las penas con pan son menos.


EL CORRALITO ARGENTINO

Nueve reinas (Fabián Bielinsky, 2000)



Habrá quienes discutan la inclusión de esta comedia argentina de timos entre las propuestas anteriores, pero la obra del fallecido Fabián Bielinsky mostró en una de sus escenas finales el gran drama de ir a un banco a recoger los ahorros de tu vida y encontrarte con que te cierran con la puerta en las narices. Tu dinero ya no existe, que se lo han quedado otros. Y no le pidas cuentas al rey, que en Argentina no hay. Ricardo Darín se hizo un nombre en España tirando de flema sarcástica y perilla demoniaca. Uno de los grandes éxitos del circuito de versión original de 2000 quiso poner su mirada en la crisis de liquidez en el sistema financiero argentino, que luego tendría su reflejo real más acusado en la crisis del 'Corralito'.


EL CASO ESPAÑOL

Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002)




Antes de que Bardem hiciera las Américas, se puso en la piel del parado Santa. Rodada en Galicia, pero inspirada en el cierre de varias compañías gijonesas de astillería y refinación, fue una especie de película de Ken Loach a la española, aderezada eso sí, con el ingenio de Fernando León de Aranoa en el libreto. La mediana edad y sus problemas para integrarse de nuevo en la práctica laboral fueron abordados desde dos puntos de vista antitéticos y muy reconocibles: el de Santa, que se conforma y se apalanca contra el sistema, y el de Lino (José Ángel Egido), que disimula sus canas con betún porque no quiere que se le pase el tren. Sus 37 premios nacionales e internacionales hablan de lo hondo que tocó en la sociedad el problema del paro atravesado por la mirada del director de 'Barrio'.

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