23 feb 2009

Ochenta años después, la Gran Depresión amenaza Hollywood

Hace 81 años los Óscares contaban con la mitad de premios y una categoría muy divertida llamada "Mejor autor de rótulos". No había actrices secundarias y los directores se dividían en comedia y drama. En 1929, la ceremonia se celebró un 16 de mayo, cinco meses antes del Jueves Negro cuando se desplomó la Bolsa de Nueva York dando el pistoletazo de salida a la Gran Depresión. Puede que la historia se repita.

Hugh Jackman y Beyoncé protagonizaron uno de los pocos momentos luminosos de la noche.

El Zorro del siglo XX anoche tuvo piel de Lobezno, pues Hugh Jackman —pulcro maestro de ceremonias— fue espejo gallardo de Douglas Fairbanks, el primer presentador. Fue aquel, el año en que se impuso 'Alas', la cinta que inauguró una lista de títulos míticos a la que ayer se sumó la india 'Slumdog Millionaire', del inglés Danny Boyle.

En el lejano 1929, Charles Chaplin mereció una estatuilla por interpretar, guionizar, producir y dirigir 'El circo'. Siguiendo esa regla de tres, el ayer barbudo Ben Stiller debería haberse hecho con el Óscar especial al "Yo me lo guiso, yo me lo como" de la temporada por su multiempleo como actor, director, productor y guionista en 'Tropic Thunder'. Quién sabe si el comico renacentista será tan bien considerado como Charlot en el 2089.

Aquella primera ceremonia, celebrada en el Hollywood Roosevelt Hotel, coronó a su vez a Janet Gaynor —que competía por sus papeles de 'El séptimo cielo', 'El ángel de la calle' y 'Amanecer'— mientras la gran Gloria Swanson envidiaba un galardón que creía debía llevar su nombre. Algo similar a lo que ayer pasó con Meryl Streep cuando Kate Winslet alzó su eunuco orgullosa.

La gala de anoche, producida por Bill Condon (director de 'Dreamgirls') tuvo un carácter marcadamente retro con las coreografías de Baz Luhrmann inundando las tablas cada cierto tiempo. Había dudas sobre Hugh Jackman como conductor de la gala y sin embargo fue lo único que dotó de cierta chispa a una escena tétrica y enjuta como un oscuro caballero. El versátil escenario del Kodak Theatre lo fue más que nunca y permaneció absolutamente íntimo y recogido durante la mayor parte de la gala para abrirse en el apoteósico número que sirvió de comunión lírica a Jackman y a Beyoncé en un popurrí 'decadaprodigiósico' que sonó a 'Jesucristo Superstar', 'Mamma Mía' y 'Grease' sin que nadie supiera muy bien a qué atendía.

Escasa licencia que se permitió un estrado vetusto y rancio para demostrar un Hollywood solidario que ensalzó como 'leit motiv' la extrema pobreza de un Bombay suburbial. Menos glamour vocacional que nunca, pero sólo de boquilla, porque el hecho de situar espacialmente a las mayores estrellas del firmamento a dos metros escasos del Hombre Más Sexy del Mundo hizo fácil la interacción entre público y presentador. "Son tiempos de apretarse el cinturón y de guardar parte de la bisutería en casa pero Hollywood sigue tan 'cool' como siempre", parecían recitar todos los implicados como si de una oración silenciosa se tratase.

Ese abrazo constante y el hecho de contar con cinco actores oscarizados por cada uno de los cuatro intérpretes que ayer se impuso en su categoría fueron los mayores lujos que se permitió una noche intimista, gris y casi fúnebre que no sabemos si lo fue por el recuerdo a Newman, Heston y Ledger o porque Hollywood quiso mimetizarse con una crisis por la que ya pasó el mismo año en que quedó encantado de haberse conocido.

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