'Los mundos de Coraline' no tiene pegas. Si no te gusta, la culpa es tuya. Puede ser que no seas su público objetivo y ése sea tu fallo. Que te moleste la pedantería de la 'stop motion' o que te saque de quicio todo aquello que no transpire, que no sea carne y hueso. Puede incluso sulfurarte ser el único grinch que va al cine y, de picardeado/a que estás, no entender las risas nerviosas de los niños.
Otro supuesto: Si eres niño/a, que todo puede ser, y estás leyendo esto, no te esperes lo habitual. El póster es seductor y Coraline muy atractiva como heroína cotidiana de jardín —e incluso como objeto preciado de mercadotecnia—, pero no va a ser un cuento fácil de digerir porque el miedo real es su materia prima. La descarada protagonista, carente de estreses reales, se busca problemas donde no los hay como el hijo tonto que no para de meter los dedos en el enchufe. ¿Es reprochable? No, es ley de vida.
La luminosa oscuridad del novelista Neil Gaiman ha sido adapada con absoluta perfección por el autor de la muy avanzada aunque lagunosa 'Pesadilla antes de Navidad'. Aquí no comete errores de tempo y da a luz a una pieza maestra lista para satisfacer a todos aquellos capaces de disfrutar ante una pantalla. No especuléis con que es tontorrón el mensaje de más vale malo conocido porque no es una pose sino un manifiesto honesto del muy pesimista y venerable Selick.
Valoración: 9,5/10
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