Bienvenidos a la comedia de desamor definitiva, que cuenta con un chico mono y educado (Joseph Gordon-Levitt), una chica encantadora con ojos azules ultramar (Zooey Deschanel) y una primera cita razonablemente desafortunada que se convierte en un beso torpe razonablemente romántico. Puede que ya esté desvelando demasiado, pero no culpen al pianista, porque el debutante Marc Webb lo desordena todo para explicar un idilio (en todas sus etapas) que dura 500 días exactos. Narra los primeros compases a ritmo de 'Amélie', después se acerca al final, y vuelta al principio. El montaje flash forward-rewind, al que algunos podrán llamar caprichoso nos explica que las historias de amor lineales con inicio y desenlace nítidos son siempre monótonas a ojos del espectador objetivo, por lo que algo de alboroto no viene mal como elemento dinamizador.
Choca, admira y/o sobresalta comprobar cómo este divertido pastiche de referencias pop (desde Belle and Sebastian hasta The Smiths, pasando por Salinger, Bergman o Mike Nichols) en ningún momento parece parasitar la cultura de la comedia romántica, sino que se vale de ella para mostrar una nueva perspectiva tan cínica como honesta. Las historias de amor no salen bien porque los personajes lo merezcan, sino rindiendo tributo a ese cruel proceso químico llamado sinapsis nerviosa o a ese cóctel explosivo e imprevisible que forman las feromonas. Distanciándose del ideal universalmente extendido y mostrando un insólito punto de vista de equidistante admiración y comprensión hacia sus dos personajes capitales, protagonistas principales de la función en igual medida, Webb reinventa el género a base de jugar con materias primas tan manidas como texturas, karaokes, entrecortes y conversaciones terapéuticas con los secundarios (sin duda el eslabón más débil).
Fascina '500 Days of Summer' (nombre de Zooey Deschanel en la ficción, que en V.O. da lugar a varios juegos de palabras afortunados) por su inexistente autocomplacencia y también porque, en el momento en el que se arriesga a volar de manera rasa a la altura de sus supuestas homólogas, da inmediatamente un salto burlón hacia la estratosfera dejando aún más patente la condición de unidimensionalidad del resto. Se agotan los piropos para definir a una cinta radicalmente indie que ha conseguido casi por casualidad convertirse en una cumbre absoluta de su género sin querer, para nada, pertenecer a él. Que no se avergüence nadie de ella. Su azúcar es tan unisex como el que contiene el pan nuestro de cada día.
Valoración: 9,5/10
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