21 feb 2010

Berlín se alinea con Polanski y le concede el Oso de Plata

Esta foto de Polanski es de archivo, claro.

BERLÍN.— No apareció por teleconferencia como tampoco lo hizo el fin de semana pasado en la presentación de 'The Ghostwriter'. Aun así, Roman Polanski mandó un recado a la audiencia por boca de su productor cuando éste recogió ayer el Oso de Plata que le acreditaba como mejor director de la 60ª Berlinale: "Me gustaría estar aquí, pero, aunque pudiera, no iría, porque la última vez que acudí a un festival a recoger un premio acabé en prisión".

Nadie podrá decir que su galardón sea un regalo, sino más bien el reconocimiento del trabajo robusto y sutil de quien ha firmado su trabajo más fino en muchos años. 'The Ghostwriter' no es una película redonda, pero recoge muchos de sus mejores rasgos de demiúrgico controlador de la escena.

El turco Semih Kaplanoglu, Oso de Oro por 'Honey'.

Él es el único titular posible. Por ello, han tenido que bajar hasta éste tercer párrafo para constatar que el Oso de Oro, el que aparece en los listados del futuro, recayó en la turca 'Honey', tercera entrega de la trilogía iniciada por Semih Kaplanogu con 'Egg' en 2007 y continuó con 'Milk' un año después. Huevos, leche y miel, pues, son los ingredientes de una cinematografía guadiánicamente emergente que recibió anoche el máximo galardón sin molestar a nadie.

Junto con la rusa 'How I ended this summer' (premio a la contibución artística y premio ex aequo para sus dos actores masculinos) y la rumana 'If I want to whistle, I whistle' (Gran Premio del Jurado y Premio Alfred Bauer) figuraba en todas las apuestas. La tan cacareada función de lupa de cinematografías desfavorecidas o en vías de desarrollo tuvo en el Jurado presidido por el alemán Werner Herzog un portavoz concienciado.

Pero volvamos a Polanski, a su premio y a la dimensión política y extracinematográfica de su nombramiento como mejor director de esta algo grisácea y helada edición. Retrotraigámonos al 29 de enero, cuando Dieter Kosslick, director del Festival, anunció el concurso del autor de 'El pianista', matizando que su largometraje era una "declaración política", aunque no el acto de haberla seleccionado para el evento, que sólo atendía a sus rasgos de "genialidad". "Elegirla no ha sido una declaración política, sino artística", insistió.

El caramelo venía con contrapartida: "Polanski no vendrá a Berlín y no habrá ningún mensaje por vídeo", pronosticó. Heterodoxa técnica de promoción, aunque obligatoria por encontrarse el aludido en arresto el domiciliario en su chalet de Suiza por una causa de abusos sexuales a una menor que datan de hace 30 años.

Hasta ayer, cuando Polanski utilizó al productor Alain Sarde como ventrilocuo, lo más cercano que habíamos tenido al autor, dos veces antes honrado en Berlín (Oso de Plata al Mejor Director en 1965 por 'Repulsión' y dos años después, Oso de Oro por 'Cul-de-Sac'), fue una afectada intervención de Pierce Brosnan el pasado viernes 12, cuando explicó ante los medios internacionales la "consternación" que le produjo la detención de "alguien que es padre y esposo, como yo". Esperaba la pregunta y bordó la respuesta como si buscara el Óscar.

Han sido días de incertidumbre quinielística los que llevaba viviendo el periodismo especializado desplazado hasta la capital alemana para la cita. Por un lado Polanski participaba pero no concurría (justo al contrario que Scorsese y su 'Shutter Island'), pero, al contrario de lo esperable, la apertura del festival, honor tradicionalmente reservado a cintas norteamericanas de alto presupuesto o a glamourosas delicias del viejo continente plagadas de estrellas planetarias (en 2009 abrió Tom Tykwer dirigiendo a Clive Owen y Naomi Watts en 'The International'), recaía en la humilde 'Apart together', cinta de bajo perfil del chino Wang Quan'an. Ese jarro de agua fría dejaba a Polanski algo vendido.

Hasta ayer, día en que el sexagenario Festival con sede en la Postdamer Platz (zona franca y tierra de nadie que separaba a dos Europas hasta el derrumbamiento del muro) se decantó por el franco-polaco en un canto de sirena que fue también una apología al buen thriller.

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