2 mar 2010

Reygadas rodilleó el estómago de los espectadores con su ópera prima (o cómo construir una maestra pieza de manipulación)

Alejandro Ferretis es El hombre en 'Japón' (Carlos Reygadas, 2002).

El otro día coincidí con Carlos Reygadas en un guateque berlinés. Había pronunciado rueda de prensa por la mañana en el Hyatt y unas horas después me iba a dar una entrevista a propósito de 'Revolución', película coral que se estrenará en noviembre (100º aniversario de la revolución popular comandada por Pancho Villa) a la que aporta un corto.

El escenario era una casa semiabandonada reconvertida en local fiestero. El ambiente, por tanto: lúdico y desenfadado. No era yo aun gran conocedor de su obra. Es cierto que gente solvente como Claudia y Volpini me lo habían recomendado, pero yo iba casi con lo puesto. Aparte de su último corto, que sí había visto, hablaba de oídas cuando le dije: ¿Carlos, cómo es que siempre haces lo que te da la gana? Cómo siendo un transgresor de los tempos cinematográficos puedes contar con tantos fans y tan listos. A lo que él me respondió: Cuando ruedo no pienso en nada. No tengo ninguna idea prefijada. Sólo se le van ocurriendo las ideas a mi subconsciente y yo las grabo.

Nos despedimos hasta el día siguiente.

[...]

Y cuando vine a Madrid hice los deberes. Me hice con 'Japón', su ópera prima. Y la amé. No porque sea el tipo de cine que habitualmente me interesa. Su ritmo iraní, lo cierto es que es lo más parecido a una tocada de huevos que se me ocurre, pero entiendo la tensa calma con que recoge las vías desde el morro de la máquina del tren que antecede a las palabras The End.


Entiendo que la vida de los otros que se afana en documentar es efectivamente slow motion. Entiendo que la belleza desgarradora de los parajes naturales en que se desarrolló parte de su infancia no tiene por qué ser retratada de manera diferente a como la experimentó entonces por el hecho de haber visto mundo, por el hecho de haber conocido Europa y Norteamérica y sus velocidades de vértigo.

Sólo porque el más listo de la clase haya oteado todo tipo de atardeceres no va a tener que explicar los de Japón (el estado de Hidalgo, en realidad —'Japón', como el 'Brasil' de Gilliam es una mera herramienta de evocación—) de un modo distinto al fidedigno.

No es este post una crítica hacia una ventana infinita a la naturaleza humana y a la catarsis. Escribía Jordi Costa, y con toda razón, en su día que 'Japón' es poderosa, enigmática y a ratos agresiva (...) Su caligrafía visual es la de un auténtico virtuoso (...) Incluso quien odie esta película, no podrá olvidarla jamás y yo suscribo papanáticamente cada uno de sus juicios al respecto, así que lo que pretendo aquí es una puntualización acerca del uso manipulador que se hace de algunas figuras emocionales.

Me ha servido esta pieza de Reygadas, profundamente naturalista en su concepción, para asistir a la manufactura de mecanismos de chantaje sentimental arrojados al espectador como verdades absolutas. Sirva para ello el análisis de una escena acaecida a la altura del minuto 44 en la que el protagonista (un urbanita que busca en el culo del mundo un aposento de pureza para afrontar su muerte inminente) recién termina de subir una colina a golpe de bastón y rechaza de malos modos el té helado que su casera (una anciana india sin cultura ni maldad) le ofrece inmutable a su llegada a meta. 

Tal es el grado de sometimiento de la vieja a los malos humos del huésped, tal su absoluta ausencia de revolución, que el espectador confunde indolencia con victimismo no fingido. La anciana, dueña de un gesto absolutamente inexpresivo y por ello conmovedor, dadas la circunstancias de vejación que la azotan, está más cerca del autismo o la indiferencia que del sufrimiento en cualquier grado. Y ahí es donde Reygadas miente, pues en vez de dejar las cosas en su sitio (el nuevo es un hijodeputa y la señora es una víctima empática), hace volver al desahuciado a plano para beber el té conmovedoramente agradecido y arrepentido de su mierdosa actitud.

Tráiler de 'Japón'.

Algo similar sucede a Björk en la excesiva 'Dancer in th dark', a Jessica Alba en la todavía inédita 'The killer inside me' o al mismísimo santo Job en la Biblia. Es la postura de sometimiento, de absoluta falta de picardía, o de amor incondicional a pesar del sentido común la que desata en nosotros (en los espectadores) sentimientos de piedad, de querer cuidar. Un sufridor multiapaleado se convierte en mártir. Uno que se revuelve: si pierde, es un paria; si vence, un héroe; pero en ninguno de los dos casos despertará tantas ganas de que le acariciemos la cabeza como al primero.

Y por eso Reygadas, insisto, miente, porque varios de los personajes (pero sobre todo Magdalena Flores "Ascen") de los que hace empleo durante su enorme 'Japón' son buenos de puro tontos o indocumentados. No le podemos crucificar porque el efecto que busca es conseguido con creces; no podemos reprochar su decisión de pegarnos una patada en la entrepierna de nuestra piedad porque así es como se siente 'The man', su protagonista.

Sin el destello de la bondad extrema ante sus ojos no sería capaz de empezar a echar de menos lo que está a punto de perder, no lograría cambiar su actitud hacia el inevitable destino de manera que su pequeña revuelta dotara de sentido al viaje, no podría reaccionar ante el ahogo que le estaba sobreviniendo a raíz de su pusilánime actitud.

Por eso le perdono al director su mangoneo. Porque a pesar de que engaña y estafa, la violencia que produce su silencio, su cámara al hombro y su montaje imperfecto y hostil es uno de los mayores tirones de orejas que recuerdo. Porque pudo no gustarme, pero me gusta,  y porque no la voy a poder olvidar por tiempo que pase, como bien dijo Costa.

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