Es cool maltratar al cine americano por sistema. Resulta más erudito tener una videoteca repletita de títulos iraníes y salpicada con alguna rareza de Pakistán. No seré yo quien reniegue del lirismo del cine oriental, pero sí voy a lanzar una lanza a favor de todos aquellos que piensan que el cine americano de calidad puede pujar con cualquiera que se le ponga enfrente. No todo, claro está, pero sí la obra de algunos genios que brotan de vez en cuando de la cosecha ultramarina. Hace 15 años surgió un santo gafotas llamado Soderbergh y le siguieron gente como Tarantino, Paul Thomas y Wes Anderson y una tal Sofía Coppola. Ahora me arriesgaré y colaré dentro de ese fabuloso repóker a Zach Braff, actor, guionista y director de Algo en común, reaccionaria traducción de Garden State.
Braff no prometía demasiado hace un año cuando su nombre aparecía en el IMDb como director novel, asociado a la ninfa Natalie Portman, en un proyecto hecho con dos pesetas. Parecía una casualidad debida a una amistad de instituto, de esas que ni siquiera se llegan a estrenar, como tantas obras independientes, aún apadrinadas por pujantes estrellas consagradas. La equivocación no pudo ser más grande porque Braff se desmarca como un autor absolutamente nuevo, fresco e irreverente con algo que decir en cada fotograma.
Heredera de la última cultura pop estadounidense, Algo en común es un pastiche fabuloso de la cinematografía y televisiografía más alucinada y de calidad. Scrubs (serie que ha lanzado a Braff al estrellato catódico), A dos metros bajo tierra, Los Simpson y sobre todo Doctor en Alaska son referentes inmediatos de esta soberbia fábula de vuelta al hogar, que se cuela en un podio en el que reinaban hasta hace poco El graduado y Beautiful girls.
Los paralelismos entre la obra de Ted Demme y la que nos ocupa son más que llamativos, empezando por que la Portman es la rueda de molino que hace girar a ambas, ¡cuantas gloriosas tardes de palomitas le quedarán por dar a esa espléndida actriz!. El vértigo existencial, los amigos desorientados y una banda sonora sobresaliente son solamente unos pocos más. La maravillosa excentricidad enmarcada en un contexto absolutamente realista hace algunas de sus más gloriosas apariciones cuando observamos la pared plagada de diplomas del psiquiatra o con la camisa que le regalan al protagonista en el funeral de su madre, perlas que nos hacen dibujar una gran sonrisa después de las lágrimas. Sólo cabe achacar a este relato sorprendentemente antitópico un final un tanto edulcorado que rechina con la coherencia del discurso, pero que de ningún modo empaña este prometedor despegue.
Braff no prometía demasiado hace un año cuando su nombre aparecía en el IMDb como director novel, asociado a la ninfa Natalie Portman, en un proyecto hecho con dos pesetas. Parecía una casualidad debida a una amistad de instituto, de esas que ni siquiera se llegan a estrenar, como tantas obras independientes, aún apadrinadas por pujantes estrellas consagradas. La equivocación no pudo ser más grande porque Braff se desmarca como un autor absolutamente nuevo, fresco e irreverente con algo que decir en cada fotograma.
Heredera de la última cultura pop estadounidense, Algo en común es un pastiche fabuloso de la cinematografía y televisiografía más alucinada y de calidad. Scrubs (serie que ha lanzado a Braff al estrellato catódico), A dos metros bajo tierra, Los Simpson y sobre todo Doctor en Alaska son referentes inmediatos de esta soberbia fábula de vuelta al hogar, que se cuela en un podio en el que reinaban hasta hace poco El graduado y Beautiful girls.
Los paralelismos entre la obra de Ted Demme y la que nos ocupa son más que llamativos, empezando por que la Portman es la rueda de molino que hace girar a ambas, ¡cuantas gloriosas tardes de palomitas le quedarán por dar a esa espléndida actriz!. El vértigo existencial, los amigos desorientados y una banda sonora sobresaliente son solamente unos pocos más. La maravillosa excentricidad enmarcada en un contexto absolutamente realista hace algunas de sus más gloriosas apariciones cuando observamos la pared plagada de diplomas del psiquiatra o con la camisa que le regalan al protagonista en el funeral de su madre, perlas que nos hacen dibujar una gran sonrisa después de las lágrimas. Sólo cabe achacar a este relato sorprendentemente antitópico un final un tanto edulcorado que rechina con la coherencia del discurso, pero que de ningún modo empaña este prometedor despegue.
1 comentario:
Has descubierto alguna simbología en la película?
22 de marzo de 2008 2:54
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