Parece recurrente el gusto por lo vetusto en tiempos de escasa creatividad y de secuelas precocinadas. Como ya hicieron hace poco los Coen con su cantarina O Brother!, o varias décadas antes el imposible James Joyce, Anthony Minghella vuelve a adaptar a Homero y a su Odisea con la novedad de incorporar a Escarlata O´Hara.
A partir del best seller de Charles Frazier, en Cold Mountain se nos presenta un tema relativamente poco filmado como es la Guerra de Secesión Americana, pero de una manera tangente, ya que la batalla sólo es un pretexto para retratar la amistad, la soledad y el arraigo a la familia. Empresa noble, pero que abarca mucho sin apretar, porque tal declaración de principios se convierte en un esquemático camino episódico de vuelta a casa (en la que le esperan más raíces de las que plantó), desde las trincheras, del héroe Ulises – Law. Viaje en el que encuentra apoyo célibe en una galería de secundarios tan torpemente tópicos como irrelevantes.
En el hogar espera Penélope - Kidman (no es una gracia, es una analogía en la misma línea de Ulises - Law), que esta vez, en lugar de tejer incansablemente, se dedica a sacar adelante las tierras que su buen padre le dejó en herencia. Con un aplomo digno de encomio, es capaz de abandonar sus estirados modales de señoritinga del norte venida a menos, y sufre una catártica metamorfosis de amor hacia las cosas pequeñas.
Nicole, sobrevalorada siempre aunque correcta últimamente, da un paso atrás con un papel tan gélido como el de la Grace de Dogville pero con muchos menos matices, ya que el crecimiento del personaje es tan plano que resulta abominable.
De igual manera que apreciamos contrastes entre los terratenientes del norte y los campesinos del sur, podemos verlos también dentro de la propia historia, en la cual nos encontramos con una serie de personajes tan variopintos y distintos entre sí, que al espectador le da la sensación de encontrarse en una película de Roger Rabbit. Porque aquí Renée Zellweger es un dibujo animado, una caricatura del paleto recalcitrante sacada textualmente de Rústicos en Dinerolandia.
Por lo demás, aparte de la erudita inspiración, la historia es la de siempre, y puede resumirse en millones de dólares de paja y buenas intenciones que no logran emocionar y, mucho menos, derretir el frío de esas montañas tan, tan altas, que sirven de paisaje y a las que todos parecen amar tanto.
A partir del best seller de Charles Frazier, en Cold Mountain se nos presenta un tema relativamente poco filmado como es la Guerra de Secesión Americana, pero de una manera tangente, ya que la batalla sólo es un pretexto para retratar la amistad, la soledad y el arraigo a la familia. Empresa noble, pero que abarca mucho sin apretar, porque tal declaración de principios se convierte en un esquemático camino episódico de vuelta a casa (en la que le esperan más raíces de las que plantó), desde las trincheras, del héroe Ulises – Law. Viaje en el que encuentra apoyo célibe en una galería de secundarios tan torpemente tópicos como irrelevantes.
En el hogar espera Penélope - Kidman (no es una gracia, es una analogía en la misma línea de Ulises - Law), que esta vez, en lugar de tejer incansablemente, se dedica a sacar adelante las tierras que su buen padre le dejó en herencia. Con un aplomo digno de encomio, es capaz de abandonar sus estirados modales de señoritinga del norte venida a menos, y sufre una catártica metamorfosis de amor hacia las cosas pequeñas.
Nicole, sobrevalorada siempre aunque correcta últimamente, da un paso atrás con un papel tan gélido como el de la Grace de Dogville pero con muchos menos matices, ya que el crecimiento del personaje es tan plano que resulta abominable.
De igual manera que apreciamos contrastes entre los terratenientes del norte y los campesinos del sur, podemos verlos también dentro de la propia historia, en la cual nos encontramos con una serie de personajes tan variopintos y distintos entre sí, que al espectador le da la sensación de encontrarse en una película de Roger Rabbit. Porque aquí Renée Zellweger es un dibujo animado, una caricatura del paleto recalcitrante sacada textualmente de Rústicos en Dinerolandia.
Por lo demás, aparte de la erudita inspiración, la historia es la de siempre, y puede resumirse en millones de dólares de paja y buenas intenciones que no logran emocionar y, mucho menos, derretir el frío de esas montañas tan, tan altas, que sirven de paisaje y a las que todos parecen amar tanto.
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