4 jun 2008

Mulholland Drive (David Lynch, 2001)


Como diría ese futuro fichaje de Lynch que es Javier Gurruchaga: "Vente con nosotros si quieres volar". Mulholland Drive es cine en estado puro de ése que para nada se acoge a las leyes del cine.

Aquí las normas escritas dejan de tener validez para dar paso en mitad del celuloide a un retrato expresionista donde la satisfacción no queda en el mero hecho de entender la historia, porque Lynch no se ve, se contempla.

Asimilar la trama no es necesario y puede que ni siquiera sea sano, porque las pesadillas y esto lo es, son una alienación, plasmada aquí en forma de lienzo de sensaciones lírico, onírico…casi lisérgico, donde la pornografía sentimental es elevada a una de las bellas artes. En la espiral del sinsentido van entrando y saliendo personajes y atmósferas sin más lógica que la del subconsciente, a la postre la más cabal de todas.

Todo es confusión, el más mínimo detalle hace que la película se deslice por un derrotero paralelo donde los límites de la corporeidad no tiene por qué estar claros.

Es más que probable que toda esta vorágine quiera ser una metáfora a ese Hollywood dorado del sexo, las drogas y las canciones melódicas, donde todo era tan turbio y confuso. Lynch difumina los límites de la realidad para hacernos ver que lo único realmente importante es hacernos ver.

El conjunto desprende tal grado de hipnotismo que incluso esas escenas con pretendida vocación cómica (veáse la efímera figura de Robert Forster como homenaje a todos esos policías zampadonuts o esa llorosa cantante de teatro de arte y ensayo) parecen creíbles.

¿Y que hay de la radiante Naomi Watts, que con su inmutable sonrisa esquizoide nos hace sospechar que los tripis van a precio de saldo allí en Los Angeles? ¿Alguien me va a decir que Spielberg permite a sus actores reír así? Pero, ¿es que vamos a ser de esos nos ponemos a pensar en por qué lo bello es bello?

Una vez hemos decidido no echar de menos lo cinematográficamente correcto, podemos transigir el ver desfilar por la pantalla a una galería de freaks marginados que siempre parecen tener algo que decir, aunque para ello (créanme) se toman su tiempo. El más francés de los cineastas americanos gusta de impregnar todos sus diálogos de tenebrosas y sugerentes pausas…porque Lynch no sólo se contempla, se rellena desde la butaca.

Si en la historia de Alvin Straight se hacía un repaso a la América profunda, en Carretera perdida a la psicosis colectiva y en Terciopelo azul a lo más pútrido de la naturaleza humana, aquí nos encontramos con una profunda descripción de la glamourosa aunque desquiciada y oscura América materialista.

Mulholland Drive se rebela como un collage en continuo crecimiento. Podría haber acabado siendo (si se hubiera convertido en esa teleserie para la que inicialmente estaba pensada) otro de esos cuentos de nunca acabar que fue la revolucionaria Twin Peaks, pero ahora, en tiempos de televisión precocinada, han tenido la deferencia de hacernos prescindir del video para darnos la más estimulante alternativa de "Elige tu propio final".

La última cinta de Lynch se asienta en la esencia de la no esencia, en la lógica del absurdo y en el absurdo de la lógica. Es como si cogiéramos su Historia verdadera, hiciéramos una aguadilla a todo ese puñado de coherencia hasta quedarnos con aquella mujer torturada, que no paraba de atropellar ciervos, y pasáramos de revoluciones su amargura hasta alcanzar 150 jugosísimos minutos de encantadora turbación.

Luces fuera y cambio de plano…"No hay orquesta. Silencio".

1 comentario:

Anónimo dijo...

Crítica redonda ;-)

8 de septiembre de 2007 12:19