4 jun 2008

27 vestidos (Anne Fletcher, 2008)


Nunca me había sentido tan solo en el cine. Nunca en mi vida entera había tenido el honor de acudir a una proyección cinematográfica particular (con mi acompañante, eso sí, la chica de la estela dorada tras de sí), pero en este caso, los astros, irónicos, hicieron una excepción. Lo único que puedo decir de 27 vestidos es que tiene un público potencial que seguro que no me incluye. Creo que la única manera de enfrentarse a ella sin riesgo de sufrir daños cerebrales permanentes es que seas una quinceañera a la que acaba de dejar su novio y prefieras gastarte 7 euros en la entrada (no te creas tú que no…) en vez de en helado americano que se deposita en las caderas y hace más difícil adquirir un novio nuevo al que joderle la vida o que te la joda él a ti. Porque, como demuestra 27 vestidos, el amor, chicos, está sobrevalorado. O al menos eso es lo que entendí cuando fui sometido a aquella tortura china. Podéis decir: Katherine Heigl está de buen ver, al menos eso que te llevas… No. Se le ha puesto una cara de pan que ríete tú de cualquiera que conozcáis que tenga la cara de pan.

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