4 jun 2008

El sueño de Cassandra (Woody Allen, 2007)


El sueño de Casandra no la ha dirigido Woody Allen. Voy a iniciar un trabajo de periodismo de investigación encaminado a demostrar que Woody Allen es el nuevo pseudónimo de Alan Smithee. No hay ni rastro de las señales diferenciadoras del que hasta ahora me encantaba ir a visitar a las salas. Esta es la primera cinta del director neoyorquino que veo directamente en DVD desde Todos dicen I love you (1996).

Quebré una racha de 11 visitas seguidas para ver qué era lo que me regalaba en la nueva entrega. Mi cabreo fue brutal ya con Match point, a la que, pese a encontrarle estimables méritos, ya me dio la sensación de que éste no era Allen, que nos lo habían cambiado.

Scoop sí se parecía más a su vertiente más atolondrada, pero la brillantez de sus chistes quedaba sofocada por la desgana con que había escrito el esqueleto de la historia. Las soluciones precipitadas y los cabos sueltos le fueron perdonadas porque descendió tanto al terrado que el público acudió en masa a las salas, dándole un espaldarazo comercial del que pocas veces había disfrutado.

Poco o nada me gusta de Cassandra. Su nulo sentido del humor ni siquiera tiene compensación en una rica o matizada historia. No es la envidia la que me envuelve. No quiero parecer airado y es mala la suerte que tengo al reseñar esta cinta después del engendro de Anne Fletcher (puede parecer que odio al mundo, pero en realidad soy un tipo muy feliz), pero Cassandra no es gran cine. Ni siquiera cine destacable. Habrá quien la encumbre dentro de unos años como se hace con las obras malditas de los directores de culto, pero reto a quien quiera a que reseñe alguna virtud de esta nueva cinta, que de nuevo atufa a Dostoievski, a que me diga en que trasciende a Match point.

La culpa, la duda y el arribismo (¿por qué pensará Allen que Inglaterra es el escenario adecuado para diseccionar tales síntomas?) de Jonathan Rhys Meyers son los mismos que los del sobreafectado Colin Farell (que desde Tigerland no ha hecho un papel a su altura) y los de Ewan McGregor, sólo que aquí la dualidad no es tal, sino que uno es el ángel bueno y el otro el demonio desalmado. Más fácil si cabe que la disyuntiva hamletiana del film raíz.

El final es precipitado y el título pueril, pero, eso sí, Hayley Atwell ha sido descubierta, es una nueva estrella. Siempre te enfadas más cuando el hijo listo rompe una maceta que cuando lo hace el tonto. Y, si me permitís la metáfora, Woody era hasta ahora algo parecido a un hijo listo para mí.

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