Los únicos reclamos que me permití a la hora de ver Cosas que perdimos en el fuego que fueron su sugerente título y sus dos actores principales: Benicio del Toro y Halle Berry. El hecho de no albergar expectativas demasiado elevadas, es más, el hecho de pensar que sería un thriller comercial al uso, me benefició a la hora de sumergirme en el intenso drama que conforma. Berry acaba de perder a su modélico marido y atrae hacia sí a Del Toro, el mejor amigo del desaparecido, un heroinómano apartado de la familia debido a su adicción. El hueco a ocupar es grande y piensa el espectador que se tiende a rellenar de manera inadecuada, molesta e irrespetuosa, pero el tacto con que funcionan todas las partes del engranaje de la nueva familia artificial hace que nos integremos finalmente con la aberración forjada.
No quise saber quién la había dirigido. Fue un ejercicio de detective, quise saber los valores de quien estaba detrás de la cámara sin atender a esquemas mentales prejuiciosos. La ausencia de títulos de crédito iniciales me dejó seguir sumergido en la pantomima. Vi cosas de Iñárritu. Del mejor Iñárritu, pero del Iñárritu estadounidense, con fotografía tremendamente evocadora, con escenas llenas de silencios, con lágrimas verdaderas y acordes histriónicos. El montaje desordenado, que tan bien encajaba en mi hipótesis, no es una impostura, es necesario. Es absolutamente imprescindible dosificar la información al espectador para dar lugar a vértices de tensión, para conseguir una intriga necesaria que alimente la trama.
Después de conocer las circunstancias en que murió el personaje interpretado por David Duchovny (desencasillado definitivamente de su estigama de investigador gracias a la serie Californication) ya no es necesario el puzzle, el hilo conductor gana peso, las interpretaciones de Berry y Del Toro tornan en majestuosas y apreciamos atentos el score de Gustavo Santaolalla (músico habitual de Iñárritu: punto para mí). El yonqui interpretado por el actor puertorriqueño rezuma tal grado de veracidad, de goteo de tics no afectados, que hace dudar de si el Del Toro tuvo que drogarse realmente para la cita o es un portento tan increíble que es capaz de hacer cualquier cosa que se le ponga por delante.
Es francamente difícil no conmoverse al menos un par de veces con las situaciones límites planteadas en Cosas que perdimos en el fuego . Hay quienes no van al cine a ver a gente sufriendo para poder desembarazarse de sus traumas cotidianos. Me parece una opción acertadísima, pero les pido que hagan una excepción y se acerquen a ver la nueva cinta de Susanne Bier (Hermanos, Te quiero para siempre, Después de la boda), una directora danesa valiosísima que no ha perdido nada de su pujanza al venderse a los grandes estudios. Una a la que no supe desenmascarar hasta que leí su nombre en la pantalla. Luego no me sorprendió, me había dado todas las pistas y no supe verlo.
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