21 ago 2006

Bandidas (Joachim Roenning y Espen Sandberg, 2006)


Cuando era apenas un imberbe bachiller admiraba mucho a Michael Jordan. Y no sólo por la plasticidad de sus lanzamientos y mates; creo que lo que más me fascinaba era que en toda la historia de la NBA nadie había metido tantos puntos por partido. Me parecía que su increíble capacidad anotadora hacía de él el mejor en su disciplina. Por eso no entendí que después de su segunda retirada, tras haber conseguido seis anillos de campeón del mundo, volviera de nuevo a las canchas de juego, con 38 años ya cumplidos, a un equipo de vocación perdedora como los Washington Wizards.

Lo que más me dolía de todo era que los 31,5 puntos de promedio que atesoraba podrían verse tan mermados que la media anotadora de Wilt Chamberlain pasara a ocupar el número uno del ranking. Yo jamás vi competir a Chamberlain y, aunque los vídeos que retratan sus proezas me han podido mostrar que era otro coloso fuera de serie, mi corazón de aficionado lo ocupaba Air Jordan.

El de North Carolina volvió y no triunfó, y además de eso a punto estuvo de perder su marca dejando su saldo total en 30,12 puntos por encuentro por los 30,06 de Chamberlain, pero al menos ahora le entiendo. Después de dar unos cortos y no muy brillantes pasos en el mundo de la canasta y, en otro orden de cosas, tras haber encauzado en cierto modo mi carrera profesional, me he dado cuenta de que nada importa aparte de cómo te sientas tú.

Si eres feliz en lo que haces, lo que opinan los demás apenas cuenta. Sólo el placer de acariciar el balón entre las yemas de tus dedos o de ver cómo brotan, alegres y espontáneos, los párrafos como churros al escribir artículos que sabes que nunca serán merecedores del Pulitzer, compensa una trayectoria no del todo inmaculada.

Por eso puedo entender a Penélope Cruz y a Salma Hayek, que con Bandidas han perpetrado un esperpento de proporciones isabelinas. Estoy casi convencido de que antes de rodarla, ambas sabían que iba a ser un fiasco. Eso, o estaban tan seguras de que su turbadora belleza latina haría pasar por alto un argumento que al guionista se le olvidó escribir. Puso frases unas detrás de otras, pero, desafortunadamente, todas juntas no significaban nada.

Os hablaré un poco de cómo se gestó esta historia de ladronas de bancos robinhoodianas en la frontera entre México y Estados Unidos: Sal recogió a Pe en el aeropuerto nada más desembarcar ésta en su aventura americana, le advirtió de los peligros de la fauna hollywoodiense para que no la fagocitara el sistema y la aleccionó para que, si era menester, pudiera conseguir un buen mozo. Pues a esto que Pe se hizo un hueco y no sólo se amancebó con el gallardo Cruise, sino que también tuvo sus coqueteos, o al menos eso dicen en el Tomate, con otras grandes estrellas como Nicolas Cage, Matt Damon o Matthew McConaughey. Pe considera desde entonces a la mexicana Hayek como su cicerone y por lo que dice, “su mejor amiga en el mundo entero”. De ahí que las dos JASP´s, afamadas, caprichosas y juguetonas, decidieran contratar a un publicista para que les buscara un guión a su medida y un director –que al final fueron dos-, sin personalidad, que lo perpetrara.

La hedonista y autocomplaciente propuesta, que pretende ser una apología contra el capitalismo feroz y una reivindicación de los pequeños terratenientes honrados –tanto más honrados cuanto más desaliñados y rodeados de moscas-, resulta ser una amalgama de géneros desangelada donde ni el humor, ni la intriga, ni la denuncia política son contundentes ni efectivas, siquiera como parodia.

Sólo las blancas sonrisas y largas melenas azabache de la pareja protagonista y la presencia del gran Sam Shepard ponen algo de luz en una película tan previsible como indigesta. La cosa no les ha salido, como a Jordan, y como a él no creo que una motita negra en su historial les haya pesado más que las risas, la adrenalina y el gusto por los focos.

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