11 mar 2007

Captivity (Roland Joffé, 2007)


La secuencia inicial de Captivity, en la que una joven amanece en un cuarto al que no sabe cómo ha llegado, entrando en un estado de pánico-cólera, no ha de resultar nueva para nadie que haya echado un ojo a cualquiera de las tres partes de Saw, a Seven o a la televisiva Alias. Detrás de la impotencia de la protagonista se suele encontrar, tras bambalinas, un perturbado secuestrador achacado de problemas de infancia, seguramente enmascarado, con las huellas digitales derretidas y puede que desfigurado.

En este aspecto, la película de la semana no ofrece nada nuevo. Se centra en la figura de Jennifer (Elisha Cuthbert), que interpreta a un icono norteamericano de la moda postadolescente, la cual, pese a unos dubitativos comienzos, pasa a mostrarse contundente dentro de su situación de precaria fragilidad.

Como no podría ser de otra manera, tiene un compañero de celda masculino que añade cierta dosis de tensión amorosa y que recuerda mucho a la que desprenden dos de los protagonistas en la tercera temporada de la serie Perdidos. Los que tengan la suerte de saber a lo que me refiero podrán comprobar que no me equivoco demasiado.

La lucha por una supervivencia que, a tenor de lo observado en los primeros compases, tiene las horas contadas, es el único aliciente de intriga que mantiene en vilo a los espectadores. Así, la primera media hora supone una puesta en escena agresiva que dibuja la celebridad de la víctima mediante un esquema de cine mudo sólo interrumpido por contados y ruidosos arrebatos de furia de la joven. Paralelamente al inmotivado aprisionamiento, un par de policías listos listos, y maltratados por un guión que no les presta la atención debida, siguen la pista del secuestrador sin nunca hacer partícipe al espectador de cómo llegan a las alentadoras conclusiones a las que llegan. Frente al encierro perpretado por el villano, del que hasta bien avanzado el film sólo se conocen los guantes, habría sido desengrasante el haber potenciado el protagonismo de los detectives para que, de vez en cuando, liberaran la tensión con un chiste, cosa que nunca ocurre.

La falta total de un móvil, aparte de un ideario perturbado por parte del gremio delincuente de Captivity hace difícil pensar a cualquier espectador de a pie que quien está detrás de las cámaras el director Roland Joffé (La misión, Los gritos del silencio), siempre sobrevalorado, pero etiquetado como “autor” en los años 80. Es difícil adivinar que ha podido motivar al inglés a embarcarse en un proyecto de esta naturaleza, que sigue la senda del éxito de la saga Scream aunque sin llegarle a la suela de los zapatos en lo referente a inteligente autoparodia indulgente. Se hace duro tomar en serio a un malo tan tan malo que ni siquiera hace lo mínimo recomendable para sembrar la duda en el espectador de si quiere más a papá o a mamá: a la protagonista guapa, sosa y gritona o a un malo molón.

Sólo brilla con algo de luz propia la garbosa Elisha Cuthbert, que, en un papel no muy alejado al de hija de Jack Bauer que interpretaba en la excelente 24, cumple en un registro que la persigue y, en este caso, intenta constreñir. La cámara la ama y, para aquellos varones partidarios de las bellezas curvilíneas, puede ser el único aliciente de una cinta muy mejorable que no ha abierto ningún horizonte en un género de lo más trillado.

No hay comentarios: