4 jun 2008

Mr. Magorium y su tienda mágica (Zach Helm, 2007)


Cuando Dustin Hoffman hizo Los padres de él firmó su sentencia de muerte. Se metió a hacer el mismo tipo de basura que venía haciendo Robert de Niro desde 1992. Ingresó en la liga de la morralla. Gestitos superfluos, indicaban que los tiempos de El graduado o Rain man quedaban lejos. No es que no haya sido un histrión desde siempre, pero una cosa es ser un actor físico y otra un payaso de talla mayor. La diferencia entre sus actuaciones menos comprometidas y la que plasmó en la secuela protagonizada por Ben Stiller son palpables. Hoffman hizo Hook, sí. Hook es fallida, sí. Pero la dirigía Spielberg. Su capitán Garfio fue uno muy trasroscado, una de las sobreactuaciones más molestas de los 90. Pero si te vas a equivocar, hazlo con Spielberg. No con Jay Roach. Jay Roach es el director de Austin Powers, una de las franquicias más absurdas de la historia. Será su chanancia la que me rechina pero no me parece cine. Me parece otra cosa.

La entradilla ha sido un poco gratuita. Necesitaba exorcizarme. Me da pena que los grandes se empequeñezcan. Me pone azúl que Hollywood sea un cementerio de elefantes de la misma manera que Washington lo fue para Michael Jordan. Hay algo entre triste y patético en el hecho de que hace un tiempo, cuando me metí por primera vez en el mundo de El padrino o de Érase una vez en América dijera con orgullo que De Niro era uno de los más grandes y ahora me corte por la basura que ha cosechado desde entonces. A veces eres mejor por lo que no haces que por lo que haces. Es cierto que son más jóvenes, pero Norton, Clooney o Cusack, sin tener tanto potencial, se han equivocado menos veces.

Ahora voy con el tema de hoy: Mr Magorium y su tienda mágica. Me gusta. Me hace soñar. Me convence. Me enfada también porque me hace pensar que la hubiera disfrutado más si tuviera 20 años menos. Pero aún así me alegra la madrugada de un viernes en el cine más grande de Europa. Hoffman es el Sr Magorium y se merece un Oscar. No está en las quinielas. Ni siquiera en la de los Globos de Oro, que van baratas porque distinguen a la comedia del drama. Es un error. Está igual de excesivo que en Los padres de él, pero aquí el papel lo demanda. No hay manera de hacer un Magorium mejor. El longevo y extravagante personaje al que interpreta, dueño de un comercio parecido a Jumanji plantado en un terreno abonado para soñar. No se preocupa de las facturas desde hace 213 años y por ello contrata a un contable “mutante” (Jason Bateman) para encargarse de la prosa. Natalie Portman es la dependienta de la chupitienda. Y de largo es lo peor de la función. Será por su corte de pelo o por el cuerpo de chupa chups que se le ha quedado. Aunque tiene ademanes de genia, los tiempos de Beautiful girls quedan ya lejos. No molesta, la verdad es que su papel requiera candor y un físico aniñado. Scarlett Johansson sería demasiado carnal para un papel destinado a no desatar ninguna baja pasión. Su target son los niños primermundistas y los adultos (o proyectos de) no demasiado picardeados.

El telón de fondo es la muerte, tratada de una forma romántica, el adiós programado de los seres queridos. La muerte dulce, sin aspaviento, sin trauma. De tal forma que parece una continuación de la vida, como es la tradición de Occidente. Como cuando te dan una bofetada con una mano pero no te das cuenta porque te dan una piruleta con la otra. Lo que me queda por deciros sobre este particular, navegantes, es que esta mezcla entre Noche en el museo y Big Fish se parece mucho más a la segunda lo que, en mi opinión, es un mérito poco usual.

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