Clerks fue la película con la que me empezaron a interesar las películas. No la vi en una mágica sala de cine rodeado de palomitas y chocolates. Mi descubrimiento fue mucho más humilde y prosaico. Yo tenía quince años cuando un compañero del colegio me pasó de tapadillo, como quien cuenta un secreto, una de esas míticas cintas de VHS regrabadas mil veces con tres pegatinas superpuestas, algunas de ellas a medio arrancar. En la capa superior se divisaba una leyenda que perduraría ya por siempre, porque era la definitiva: Clerks. Recuerdo que una tarde me senté en mi cama y presioné play en mi mando a distancia. La siguiente hora y media me la pasé en trance. No por lo hipnótico de las imágenes, que estaban rodadas torpemente con una cámara de 16 milímetros y sin demasiado celo por la puesta en escena. El blanco y negro, recuerdo, sí que me chocó. A mí, que todavía estaba poco acostumbrado al monocromatismo que firmaban los grandes genios clásicos.
Me gustó Clerks porque entendía de lo que me hablaba. Hablaba de cosas cotidianas, pero con gracia. Mostraba conversaciones acerca de nada, o de tonterías, como las que mantienes con tus amigos del alma, hasta mostrar un fresco de la cotidianeidad postadolescente cargado de buenas dosis de cinismo y socarronería.
La crítica de esta semana es la historia de amor con una película. Una de las cumbres independientes de mediados de los 90 que junto con Pulp fiction, Reality bites, Beautiful girls, Smoke y Antes del amanecer conformó en su día –en mi día- el olimpo de cintas que se podían ver una y otra vez hasta aprenderte sus diálogos de memorieta y sin cansarte.
Por eso no puedo ser duro con su colorista segunda parte. Puede que incluso resulte hasta complaciente. Reconozco que mi condescendencia estaba por las nubes cuando se apagaron las luces de la sala en la que se proyectaría Clerks II. Llegados a este punto, si queréis dejar de leer, este es el momento. No os prometo objetividad a partir de esta línea. No quiero engañar a nadie. Esto va sobre mi vida y sobre mis recuerdos. También trata de la capacidad catártica de las imágenes y de ciertos retales que forman parte del volumen de grandes éxitos de tu vida.
Los 'clerks' (dependientes) Dante (Brian O´Halloran) y Randal (Jeff Anderson) son ya, en esta nueva aventura, como de la familia y los secundarios Jay y Bob el Silencioso, los primos malos que fuman y beben cuando todavía estás a tiempo de escandalizarte de esas cosas. Parejas de a dos como Loki (Matt Damon) y Bartleby (Ben Affleck) en Dogma o como Holden (Affleck) y Banky (Jason Lee) en Persiguiendo a Amy, todas ellas mimbres pretextuales que sirven de hilos transmisores del mensaje irreverente del filósofo urbano Kevin Smith. Un mensaje que habla de amor y sexo, de los superhéroes de Marvel, de religión y de las manías y pasiones de los freaks, pero no los que mostró Tod Browning, sino los urbanitas que compran tebeos enfundados de a 100 dólares la pieza y prefieren jugar a la Playstation antes que pasear con la amada.
Las taras físicas, el racismo, el bestialismo, el extremismo religioso y la incultura estadounidense son los aspectos de la realidad en los que Smith se fija para componer un retrato deconstructivo de todos los pilares de la sociedad capitalista contemporánea. Y el tío sabe de lo que habla, porque igual que defiende el proceso de normalización del racismo a través de la crítica desde dentro, él, profundo cristiano, hace lo propio con las comunidades confesionales en un canto de sirena acorde con la más explícita Dogma. Si Scary Movie, Aterriza como puedas o Hot Shots suponen una parodia de la sociedad a través de la parodia de cierta películas, en su franquicia sobre tenderos con complejo de Peter Pan, Smith no necesita valerse de metáforas.
La crítica abrasiva no deja títere con cabeza y resulta ser un bofetón a la estulticia colectiva, regalando algunos de los momentos más delirantes del año, como la escena en la que Randal da su particular visión sobre El señor de los anillos.
Kevin Smith, que siempre ha sido mejor director de sketches que de películas con principio, nudo y desenlace, demuestra en esta ocasión que ha madurado en cuanto a narrativa y, aunque mantiene el esquema original de la primera parte en la que la acción se desarrollaba en una sola jornada laboral, existe aquí un mejor desarrollo dramático que sólo resbala en algunas leves concesiones a la fábula moralizante. Clerks II funciona peor en el drama aunque no se puede culpar a Smith de intentar dotar a su nueva criatura de un tanto más de empaque. Es su tentativa de trascendencia.
Los fieles a la saga sonreirán, y puede que lloren, con divertidos cameos de los habituales de Smith, pero que nadie se llame a engaños. La película es zafia y grosera. Debido a su contenido les aconsejo que no la vean, South Park dixit, eso sí, los que comulguen con Cartman y compañía tienen aquí una película de cabecera.
Me gustó Clerks porque entendía de lo que me hablaba. Hablaba de cosas cotidianas, pero con gracia. Mostraba conversaciones acerca de nada, o de tonterías, como las que mantienes con tus amigos del alma, hasta mostrar un fresco de la cotidianeidad postadolescente cargado de buenas dosis de cinismo y socarronería.
La crítica de esta semana es la historia de amor con una película. Una de las cumbres independientes de mediados de los 90 que junto con Pulp fiction, Reality bites, Beautiful girls, Smoke y Antes del amanecer conformó en su día –en mi día- el olimpo de cintas que se podían ver una y otra vez hasta aprenderte sus diálogos de memorieta y sin cansarte.
Por eso no puedo ser duro con su colorista segunda parte. Puede que incluso resulte hasta complaciente. Reconozco que mi condescendencia estaba por las nubes cuando se apagaron las luces de la sala en la que se proyectaría Clerks II. Llegados a este punto, si queréis dejar de leer, este es el momento. No os prometo objetividad a partir de esta línea. No quiero engañar a nadie. Esto va sobre mi vida y sobre mis recuerdos. También trata de la capacidad catártica de las imágenes y de ciertos retales que forman parte del volumen de grandes éxitos de tu vida.
Los 'clerks' (dependientes) Dante (Brian O´Halloran) y Randal (Jeff Anderson) son ya, en esta nueva aventura, como de la familia y los secundarios Jay y Bob el Silencioso, los primos malos que fuman y beben cuando todavía estás a tiempo de escandalizarte de esas cosas. Parejas de a dos como Loki (Matt Damon) y Bartleby (Ben Affleck) en Dogma o como Holden (Affleck) y Banky (Jason Lee) en Persiguiendo a Amy, todas ellas mimbres pretextuales que sirven de hilos transmisores del mensaje irreverente del filósofo urbano Kevin Smith. Un mensaje que habla de amor y sexo, de los superhéroes de Marvel, de religión y de las manías y pasiones de los freaks, pero no los que mostró Tod Browning, sino los urbanitas que compran tebeos enfundados de a 100 dólares la pieza y prefieren jugar a la Playstation antes que pasear con la amada.
Las taras físicas, el racismo, el bestialismo, el extremismo religioso y la incultura estadounidense son los aspectos de la realidad en los que Smith se fija para componer un retrato deconstructivo de todos los pilares de la sociedad capitalista contemporánea. Y el tío sabe de lo que habla, porque igual que defiende el proceso de normalización del racismo a través de la crítica desde dentro, él, profundo cristiano, hace lo propio con las comunidades confesionales en un canto de sirena acorde con la más explícita Dogma. Si Scary Movie, Aterriza como puedas o Hot Shots suponen una parodia de la sociedad a través de la parodia de cierta películas, en su franquicia sobre tenderos con complejo de Peter Pan, Smith no necesita valerse de metáforas.
La crítica abrasiva no deja títere con cabeza y resulta ser un bofetón a la estulticia colectiva, regalando algunos de los momentos más delirantes del año, como la escena en la que Randal da su particular visión sobre El señor de los anillos.
Kevin Smith, que siempre ha sido mejor director de sketches que de películas con principio, nudo y desenlace, demuestra en esta ocasión que ha madurado en cuanto a narrativa y, aunque mantiene el esquema original de la primera parte en la que la acción se desarrollaba en una sola jornada laboral, existe aquí un mejor desarrollo dramático que sólo resbala en algunas leves concesiones a la fábula moralizante. Clerks II funciona peor en el drama aunque no se puede culpar a Smith de intentar dotar a su nueva criatura de un tanto más de empaque. Es su tentativa de trascendencia.
Los fieles a la saga sonreirán, y puede que lloren, con divertidos cameos de los habituales de Smith, pero que nadie se llame a engaños. La película es zafia y grosera. Debido a su contenido les aconsejo que no la vean, South Park dixit, eso sí, los que comulguen con Cartman y compañía tienen aquí una película de cabecera.
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