Los ídolos del deporte nos enseñan los límites de lo humanamente posible. No por sus inteligentes disertaciones intelectuales pero sí por trascender las normas de la física estirando la realidad hasta que linda con la quimera. La necesidad de crear mitos en consustancial a la naturaleza humana desde los tiempos de los dioses griegos, en que los cronistas de la época (antepasados lejanos de los periodistas deportivos) relataban sus gestas con una mezcla compensada entre la observación y el caprichoso aderezo de la fantasía. Nada de eso ha cambiado. Seguimos adornando y endiosando ídolos. Y parte de culpa de ello la tiene el cine.
Pocos géneros se muestran tan proclives a la exaltación de los mitos como las películas basadas en deportistas. Resurrecting the champ (El último asalto) es algo así, pero tiene trampa. El mito sube y baja y vuelve a subir (como la bolita de Emilio Aragón). Pero no es sólo eso. La cinta dirigida por Rod Lurie sirve también para poner un ojo en los pocas veces ponderados reporteros, los héroes en la sombra, los que muchas veces tienen tanto mérito a la hora de crear ilusiones como los propios protagonistas.
Y ambos gremios salen mal parados. Ambos pintan como mentirosos, ambos engrosan sus estadísticas para ser desenmascarados y redimirse más adelante por medio de la retractación. Es el juego de siempre: Me equivoco-reculo. Suerte que los secundarios son comprensivos. Cuando uno es joven y sus padres son tan infalibles a sus ojos como Aquiles o Perseo, piensa que no se pueden equivocar, que no hay posibilidad alguna de que su modelo de conducte resbale y caiga al suelo. Con el paso de los años, cuando el niño es mayor y ejemplo a su vez de sus propios hijos, cae en la cuenta de que ni papá lo hacía tan bien ni se han aprendido respuestas para todos los interrogantes. Es por eso que el periodista que interpreta el rol principal en Resurrecting the champ es un padre inexperto (Josh Hartnett), un padre barbilampiño, un padre que todavía necesita un padre. Porque, pese a todo, necesitamos que los héroes, si se equivocan, si besan el suelo, tengan al menos un buen motivo. Así es más fácil seguir creyendo en ellos y no levantar a otros, que es un proceso largo y da pereza.
De Resurrecting the champ quedan pocas cosas una vez deglutida, pero se pueden destacar dos fácilmente: la interpretación de Samuel L. Jackson, como boxeador retirado reconvertido en mendigo, meritoria por su radical cambio de registro, y una reivindicación necesaria del poder sanador de las palabras. De unas palabras que, si no cerramos los oídos y bajamos las defensas, pueden llegar a mover montañas.
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