4 jun 2008

Rebobine por favor (Michel Gondry, 2008)


Hay un francés que se preocupa de la cinematografía como herramienta para crear belleza perdurable. Al contrario que George Lucas o demás artesanos hipotecados por las artificiales pantallas verdes que sirven de lienzo para construir realidades imposibles, siendo un mérito a destacar el que la mentira se parezca lo más posible a la realidad, Michel Gondry (¡Olvídate de mí!, La ciencia del sueño) denuncia el proceso creador y muestra las bambalinas que alumbran a las imposturas de la fábrica de los sueños. Ya lo hacía en su anterior cinta, en la que Charlotte Gainsbourg se destapaba como una fabricante de ingenios de atrezzo y vuelve a repetir ahora con esta Rebobine por favor (cuyo título rima y resulta más poético en el idioma de Shakespeare: Be kind rewind).

Lo que supone esta nueva comedia es una oda al cine, al amor por las imágenes que marcaron nuestra vida. Lo importantes que son las películas es una causa friki que, en el caso de que aquellos que nos nutrimos indecentemente de ellas, es como una tara por la que a menudo nos debemos disculpar. No es el caso de Garci quien, como discutí el otro día con el bueno de Alberto, ama más a algunas películas que a ciertos miembros de su familia. Se me ocurre que tiene una familia de tarados o que debe hacérselo mirar. Pero más allá de que haya cinéfilos y cinéfagos (peligrosamente, me estoy adhiriendo cada día más a esta segunda tendencia), lo que es indudable es que el cine nos da mucho y no nos pide nada a cambio.

Pasando página a este ombliguista y autoterapéutico arrebato de ñoñería, cabe destacar de Gondry la utilización de una premisa, de nuevo, un tanto alucinada para crear una historia de amor de gran calado emocional. Esta vez no reincide en su vertiente romántica de pareja como en anteriores entregas sino que apuesta por la causa común de la barriada de una ciudad norteamericana inconcreta para salvar un videoclub de viejo en el que el VHS se mantiene irreductible (como algunos galos) a la invasión del -también cada vez más amenazado- DVD. Al margen de la quimera que supone el que un local de tan inviables características sobreviva en el impersonal universo capitalista, se agrava la situación con un problema añadido: debido a un accidente todas las cintas del comercio son magnetizadas y pierden su contenido, con lo cual los videocluberos se quedan compuestos y sin cintas. La solución que apunta Gondry (que en esta vez no acude a Kaufman para que firme el guión) es la de rehacer al estilo gonzo ochenteros clásicos de serie B para satisfacer a la clientela.

De repente sus 'suecadas' (que viene a ser algo así como una broma sobre el cine Dogma) triunfan de una manera arrolladora, con lo cual la misión de salvar la tienda se encarrila de manera casi triunfal. Pero de repente devienen los problemas derivados de la propiedad intelectual (amantes del canon, no quedáis muy bien retratados). Resulta coherente que un hijo de la MTV y del YouTube como Gondry, multipremiado director de videoclips de las estrellas musicales más enormes que os podáis imaginar, tome un punto de vista transigente con respecto a los adorables piratillas.

Es refrescante, necesario, y hasta conmovedor, ver que de vez en cuando se puede aproximar uno a las filias y los placeres desde una posición tan amable, apasionada y cordial. Los dos buddys interpretados por Jack Black (que repite por exigencias del guión el registro de Alta fidelidad, el que mejor le calza) y Mos Def se convierten en una suerte de Laurel y Hardy (o de Dan Aykroyd y Tom Hanks... maldita sea, soy un hijo de los 80 y no me avergüenza reconocerlo) que se manejan en un contexto realmente brillante en su parte cómica, la cual, en ocasiones (sobre todo en los planos narrativos y en la escena final), deriva en campo abonado para el llanto por parte de los espectadores más impresionables.

En esta poesía de amor al cine falta sólo un chispazo para llegar a la emoción producida por el broche de Big Fish, una película con la que comparte registro y valores. Se acusan esas pocas pulgadas que separan a una buena película de una película realmente buena. Se ha quedado cerca Gondry, le ha faltado sólo un poco de polvo de estrellas, lo que no quiere decir que su marciana nueva cinta (nunca mejor dicho) no sea uno de los tributos más sentidos y hermosos que se hayan hecho nunca al arte de filmar historias.

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