Fuera de carta es una broma mala. No encuentro nada bueno que rescatar de ella aparte de ciertos chascarrillos de Fernando Tejero. El planteamiento que propone Nacho G. Velilla (de la factoría Aída) es el de hacer una caricatura del mundo gay al modo de Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí. Y para ello se vale de una sarta de clichés insana. Javier Cámara, al que muchos le han valorado el histrionismo como un pro, pierde su efectividad al abandonarse a una interpretación que es una espiral de sinsentido. Es consciente de que este no va a ser el papel por el que será recordado y se lo ha tomado como un divertimento, pero uno se pregunta qué es lo que le ha podido llevar a aceptar un papel tan trasroscado al margen de la amistad que le pueda unir con la cúpula creativa de este engendro.
Aquí el talento que le sobraba a Tom Fernández (también viejo conocido del actor desde los tiempos de Siete vidas) se echa de menos como agua de mayo, porque la frescura derivada de la sutileza que en ocasiones salpica ambas series se convierte aquí en sal gorda lista para degustarse sin ningún tipo de filtro por la audiencia menos selecta.Ni siquiera, al margen del humor chabacano, cuenta la historia con un mínimo de elaboración. El director debutante piensa que la traslación del formato televisivo a la gran pantalla es tan sencilla como alargar hasta las dos horas lo que podría durar media y abrocharlo todo con unos títulos de crédito.
Los moralejismos en que desemboca esta aproximación al peterpanismo dragqueeniano no pueden ser más facilones y forzados. Esta película, que no debería haber sido nunca tal, es un intento de hacer taquilla de manera fácil e innoble, valiéndose de que la gente prefiere lo malo conocido, y defraudando a toda esas personas que, cuando van al cine, prefieren que no se les trate como a imbéciles.
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