4 jun 2008

Encantada: La historia de Giselle (Kevin Lima, 2007)


Cuando Encantada se estrenó comercialmente en España, hubo un crítico listillo de El País que, haciendo un recuento de las películas de la semana, cuando hubo de referirse a esta dijo: De esta no tengo nada que decir porque no es una película. Creo que el “periodista” en cuestión hubiera dicho lo mismo de Mary Poppins en su reporte semanal de 1964 o en el de 2001 hablando de Shrek. No quiero decir que Encantada: La historia de Giselle esté a la altura de los dos clásicos referidos, pero, desde luego, no es una gilipollez. No es Barbie en el lago de los cisnes. No es Ángeles S.A.

La vi sin demasiadas ganas, casi sin esperanza, como el que hace un favor. Me imaginaba que su público potencial eran las niñas nacidas entre 2003 (a las que empiezan a interesarles, con algo de raciocinio ya, las ficciones cinematográficas) y 1950 (que es cuando las maduritas empiezan a pasar de los encantos de Patrick Dempsey, el protagonista de carne y hueso de la película). Me equivoqué.

Hay mucho sentido del humor aglutinado en el cuento de hadas protagonizado por la maravillosa Amy Adams, una princesa de dibujos animados (de los tradicionales), que, cuando sufre la envidia de su futura suegrastra, es condenada a tomar forma corpórea en la isla de Manhattan, que, a juicio del director Kevin Lima, ha de ser el lugar con menos glamour y encanto del planeta Tierra.

La princesa Giselle se encuentra abrumada por una realidad llena de mendigos, rufianes y charcos sucios. Pero el otrora doctor Derek Sheperd, acuciado por su repolluda hija, se presta a ser su cicerone en el mundo real. La princesa, claro, es retratada como una chiflada a ojos de todos aquellos que no sean la niñata hija del buen samaritano o las cucarachas, ratas y palomas que amaestra con su canto angelical. Pero es la típica loca a la que si le das un poco de margen te cambia la vida como Cocodrilo Dundee o Amèlie Poulain.

El príncipe azul sigue a la condenada a la sucia realidad para devolverla valerosamente a Andalasia, la tierra de los sueños que nunca debería haber abandonado, incrementando la tasa de frikis por metro cuadrado de la ya por sí desquiciada isla neoyorquina. Ingredientes no carentes de imaginación son los que edifican esta historia que cuenta con un humor tan inocente e inmaculado como inteligente. No confundáis, por favor, falta de corrosividad con estulticia.

Para acabar, decir que están bien hiladas las referencias a todos los cuentos clásicos y que Amy Adams, como casi siempre raya a un nivel superlativo. Es que está para llevársela a casa a que te cante por las mañanas para siempre.

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