14 jun 2008

Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (Steven Spielberg, 2008)


Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal tiene aroma. No es una película inodora. Pero no huele bien. Frustra observar lo fallida que ha resultado una empresa que llevaba gestándose más de una década. Diecinueve años han pasado ya desde que Mr. Jones y Junior se pasearan por la Alemania nazi a lomos de un sidecar, esquivando malos, sorteando balas, buscando reliquias, como siempre. Ahora el guión elegido, aterradoramente desquiciado una vez descartadas las buenas cosas que podrían haber hecho Shaymalan, Darabont o Kevin Smith, huele a viejo, a 1989, a intentar filmar una película en tiempos de pantalla verde como se hacía cuando las bobinas eran un concepto romántico y todavía no temían la competencia digital.

Hay que liberarse de prejuicios para degustar -porque también tiene sabor- la nueva aventura de Indy. Quitarse el equipaje, prescindir de la mochila que se carga con los años, que se llena de cinismo, para disfrutar como un niño chico. "Mola mucho la pelí, ¿verdad, señor?", me dice una niña pizpireta de unos ocho años regalándome todo ese montón de años que separan a un muchacho de un señor a la salida del cine. Ella ha quedado encantada. Quizé el problema no sea el código, puede que la culpa sea del receptor. Siguiendo esa máxima, ¿no estarían equivocados también todos los que salieron enfadados de La amenaza fastasma?

Aún así, a Harrison le quedan bien las ropas de entonces, y el sentido del humor aquel que destilaba con cada latigazo. Diríase que este papel le calza como anillo al dedo y que ha hecho un pacto con el diablo para que nunca le deje de casar. No es por ahí por donde se debe atacar al conjunto y sí por la vagancia de recurrir a unas fórmulas agotadas. Al sarcasmo facilón que se extrae del conjunto, al tono de caricatura que en los 80 estaba bien pero que aquí parece antiguo. No es posible trasladar las señas de identidad de una época a otra tal cual.

No funcionó en la Psicosis de Van Sant ni en el Abajo el amor de Peyton Reed. De alguna manera, sin que nada esté mal, aparte de un final esperpéntico, las piezas no engranan como es debido. Los malos son bastante planos (aunque esta ha sido una constante en la saga) y la historia se endeuda con una de sus supuestas hijas, La búsqueda. Al final, lo que mejor sabor de boca me dejó fue Karen Allen que, sin ser la sombra de lo que fue, sigue cargada de encanto. Ella si que guarda aroma y sabor.

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