Atentos todos, Las dos torres llega como un vendaval a las pantallas bilbilitanas con ánimo de convertirse en una de las mayores franquicias cinematográficas de la historia. El Señor de los Anillos es, posiblemente, junto con La guerra de las galaxias y El padrino, la trilogía que dará el celuloide en muchos lustros (con permiso de los benditos hermanos Wachowski y sus cada vez más cercanas secuelas de Matrix) y, a la espera del tercer capítulo, ocurre lo mismo que con sus análogas; el material es mejor, aunque desafiemos el refrán de nunca segundas partes fueron buenas. Aquí los personajes están más desarrollados, más contrastados y han alcanzado un carisma que facilita el que nos sintamos identificados con su noble empresa (salvar al mundo nada menos), con su carácter combativo, con sus sentimientos... Porque todo queremos que Aragorn se case con Eowen y tengan híbrida descendencia élfico – humana.
Qué galimatías más fenomenal el de estos dos enamorados que desafían a la Madre Naturaleza y al inmortalidad para protagonizar algunas de las más naïf escenas de amor (fíjense, parecen un anuncio de colonia) que vienen a la memoria, eso sí, muy difuminadas y bien tratadas. Y es que de lo único que adolece esta monumental obra es de un manierismo a veces demasiado latente. Vamos a ver, si en Love Story veías a Ryan O´Neal besando a Ali McGraw, tú entendías que se querían y no hacía falta místicos flashbacks (no presentes en la obra literaria) ni una mujer muy alterada susurrando canciones tribales en un idioma muy inaccesible. Cierto que da entidad al conjunto y que sirve para digerir las abundantes batallas que salpican el metraje, pero, acostumbrados a esa vorágine de lanzas, mandobles y flechas teledirigidas por ese superhéroe de la Tierra Media que es Légolas (llevamos ya más de seis horas de historia y el muchacho no ha cometido ni un solo error), cuando de cambia de tercio, el ritmo se resiente.
Son tres historias paralelas las que el orondo Peter Jackson (otrora autor de cine de casquería, ahora llamado a ser uno de los principales artesanos/visionarios del incipiente siglo XXI) va barajando durante el film. Por una parte tenemos a esa ONG andante que es Frodo Bolsón acompañado de su inseparable y muy fiel escudero Sam Sagaz (paseando su algo más que amistad por valles y riscos) y de esa suerte de experimento humano – digital que es la criatura Gollum (quizá el personaje más contundente y vistoso a la par que técnicamente perfecto que ha dado la saga) embarcados en una terrible caminata rumbo a las inciertas tierras de Mordor donde deberán deshacerse del Anillo de Poder. A su vez, Gimli el enano, el héroe humano Aragorn y el sobrio elfo Légolas pretenden conciliar a las diferentes tribus para hacer frente al inminente ataque del Señor Oscuro Saurón. Merry y Pippin, dos medianos, en su intento por escapar de los orcos que les hacen prisioneros al final de La comunidad del anillo, se toparán con el otro gran hallazgo de la historia, esos Ents que mejor que ustedes mismos descubran.
En resumen, les puede atraer más o menos el Shakespeariano universo (percátense de las más que visibles referencias a Romeo y Julieta y a Hamlet –al rey Theoden de Rohan le es prácticamente tan difícil tomar decisiones como a ese pusilánime y filmable príncipe danés-) que creó Tolkien, donde todo el mundo quizá se toma demasiado en serio a sí mismo, pueden preferir las más reales historias contemporáneas donde duendes y hadas no campan por doquier, pero si no son de vejiga inquietan y les gustan las emociones fuertes, digan que es porque los pequeños se aburren en casa y dense el gustazo.
Qué galimatías más fenomenal el de estos dos enamorados que desafían a la Madre Naturaleza y al inmortalidad para protagonizar algunas de las más naïf escenas de amor (fíjense, parecen un anuncio de colonia) que vienen a la memoria, eso sí, muy difuminadas y bien tratadas. Y es que de lo único que adolece esta monumental obra es de un manierismo a veces demasiado latente. Vamos a ver, si en Love Story veías a Ryan O´Neal besando a Ali McGraw, tú entendías que se querían y no hacía falta místicos flashbacks (no presentes en la obra literaria) ni una mujer muy alterada susurrando canciones tribales en un idioma muy inaccesible. Cierto que da entidad al conjunto y que sirve para digerir las abundantes batallas que salpican el metraje, pero, acostumbrados a esa vorágine de lanzas, mandobles y flechas teledirigidas por ese superhéroe de la Tierra Media que es Légolas (llevamos ya más de seis horas de historia y el muchacho no ha cometido ni un solo error), cuando de cambia de tercio, el ritmo se resiente.
Son tres historias paralelas las que el orondo Peter Jackson (otrora autor de cine de casquería, ahora llamado a ser uno de los principales artesanos/visionarios del incipiente siglo XXI) va barajando durante el film. Por una parte tenemos a esa ONG andante que es Frodo Bolsón acompañado de su inseparable y muy fiel escudero Sam Sagaz (paseando su algo más que amistad por valles y riscos) y de esa suerte de experimento humano – digital que es la criatura Gollum (quizá el personaje más contundente y vistoso a la par que técnicamente perfecto que ha dado la saga) embarcados en una terrible caminata rumbo a las inciertas tierras de Mordor donde deberán deshacerse del Anillo de Poder. A su vez, Gimli el enano, el héroe humano Aragorn y el sobrio elfo Légolas pretenden conciliar a las diferentes tribus para hacer frente al inminente ataque del Señor Oscuro Saurón. Merry y Pippin, dos medianos, en su intento por escapar de los orcos que les hacen prisioneros al final de La comunidad del anillo, se toparán con el otro gran hallazgo de la historia, esos Ents que mejor que ustedes mismos descubran.
En resumen, les puede atraer más o menos el Shakespeariano universo (percátense de las más que visibles referencias a Romeo y Julieta y a Hamlet –al rey Theoden de Rohan le es prácticamente tan difícil tomar decisiones como a ese pusilánime y filmable príncipe danés-) que creó Tolkien, donde todo el mundo quizá se toma demasiado en serio a sí mismo, pueden preferir las más reales historias contemporáneas donde duendes y hadas no campan por doquier, pero si no son de vejiga inquietan y les gustan las emociones fuertes, digan que es porque los pequeños se aburren en casa y dense el gustazo.
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