17 jun 2008

No tan duro de pelar (Steven Brill, 2008)


Hay veces en que uno se plantea por qué hace lo que hace. A dónde lleva la disciplina espartana. Por qué escribir cuando está claro que no hay nada sobre lo que escribir. Algo de eso siento mientras me planto delante de las teclas a escribir sobre No tan duro de pelar, película que lleva por título una idiota parodia de la que protagonizara Clint Eastwood en 1978.

Cuando me he parado a reflexionar, me he dado cuenta de que en el panorama editorial españolm raramente dedican espacio a toda esta serie de subproductos cuyo único público potencial son los borrachos drogadictos quinceañeros. Un beso para todos ellos. Yo no la vi en las mejores circunstancias: me encontraba solo, no padecía un coma etílico y no tenía una jeringuilla de heroina enchufada a mi brazo. No estaba con amigos porretas, éramos la peli y yo. Mala combinación.

Ni El país ni Cinemanía dedican habitualmente más que unas escuetas líneas a las películas exentas de valores. Metrópoli -aunque ellos con una semana de retraso, nunca lo he entendido- y Fotogramas sí lo hacen. Chapó para ellos. La razón que no resulta particularmente sencillo hacerlo. No hay nada que escribir aparte de ciertos arranques de graciosillo ofendido y enfadica. Por eso no me sentiré muy culpable al no hablar de planos y encuadres, de dirección artística ni de dirección de actores. Porque simplemente no hay nada de eso. Sólo está Owen Wilson, que en su registro habitual da lo habitual.

Prometía más esta comedia de instituto sobre unos panolis marginados que deciden contratar a un tunante como guardaespaldas contra los matones del instituto. La trama empieza y acaba ahí, sin giros ni genio por encima de la media de los productos de su calaña. Seth Rogen (Supersalidos) y John Hughes (El club de los cinco) se escondían tras un guión que ha acabado siendo a la postre el primer resbalón de la factoría Apatow, ese genio de nuestro tiempo.

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