18 jun 2008

In Bruges (Escondidos en Brujas) (Martin McDonagh, 2008)


Brujas es una ciudad de cuento; In Bruges es un homenaje a su belleza y a la sensación de irrealidad que destila. Como Venecia, la ciudad belga tiene canales, pero no huelen. Las gentes son amables, sonríen casi como en el medievo, como si para ellos Nueva York estuviera tan lejos como la luna. Disfrutan de las buenas cosas de la vida, como el chocolate y las fries (patatas fritas). Se alimentan de esas dos cosas, son la piedra angular de su dieta. Ah, y van siempre en bicicleta. Cuando ves a un belga, y más concretamente a un brujo, piensas que la maldad no tiene cobijo en su alma. Es como si no pertenecieran a Occidente.

Hay un momento de In Bruges en el que Colin Farrell dice que no quiere subir a un torreón para observar la belleza de la ciudad desde las alturas porque es capaz de ver lo que hay a ras de suelo. "Vivo en Irlanda, me encanta Irlanda, no soy un campesino retrasado". Ese es el tono de su personaje, un asesino circunstancialmente encerrado en la ciudad del título. Y es un tono que deja perplejo al principio. Pero es adecuado porque cuando uno se libra de la idea de que se encuentra ante un capítulo de Planeta Finito, teatral e independiente, empieza a degustar los rasgos de autor de Martin McDonagh, dramaturgo inglés ganador del Oscar al mejor Corto en 2004 por Six shooter (protagonizado por Brendan Gleesson, quien da aquí la réplica a un muy malhumorado Farrell).

Ambos protagonistas, llenos de demonios internos viajan a la ciudad de las hadas para emprender un camino de redención. Es acertada la atmósfera excéntrica para dotar al conjunto de un carácter surrealista, alejado de parámetros hollywoodienses o simplemente convencionales. Funciona la mezcla de estilos como funciona la sobreactuación de Ralph Fiennes, un actor que bien mirado no es peor que Daniel Day Lewis y que compone a un malo que no cae en la caricatura y que en las escenas de persecución es bastante espeluznante. Digan tres hurras por el debut de McDonagh.

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