5 jun 2008

Once (John Carney, 2006)


Hace 12 años el director Richard Linklater reinventó el género minimalista de parejas que espontáneamente se enamoran para siempre con Antes del amanecer. Viena fue su cómplice y Ethan Hawke y Julie Delpy, sus marionetas. El estilo desaliñado de la propuesta otorgaba una ración extra de verdad a un mensaje de amor urgente y sincero.

Esa liga es la misma en la que ahora juega Once, un estimable fenómeno de masas que se rodó con apenas 150.000 dólares y que se estrenó comercialmente en Estados Unidos con dos escuálidas copias. El boca-oído derivado del Premio del Público en el pasado Sundance y de la catedrática declaración de Spielberg (quien llegó a decir que Once le había dado inspiración para el resto del año), hicieron que el número de salas se multiplicara hasta las 126 y que la recaudación llegara a los 9 millones de dólares.

Sólo un sociólogo digno del Nobel es capaz de explicar los motivos por los que residuos como El proyecto de la Bruja de Blair, meritorios trabajos de fin de carrera como El mariachi o pequeñas perlas sin curtir como esta peliculita se convierten en el fenómeno de la temporada.

En este caso la justicia cósmica ha acertado de lleno. Pocas cintas tan absolutamente repletas de valores llegan a las pantallas. Es tremendamente poco usual que los finales precocinados, los clichés manidos y los forzados happy ends no infecten nuestras cada vez más mastodónticas y desnaturalizadas macrosalas. Por eso Once es un soplo de aire fresco dentro de un panorama unineuronal.

El músico John Carney, perteneciente al grupo The Frames, se valió del solista de su banda (Glen Hansard) y de una jovencísima actriz novel (Markéta Irglová) para dibujar una historia de amor contenido en el Dublín de los suburbios. Él, cantante ambulante; ella, vendedora de rosas. Se conocen en la calle, se hablan con reservas, cautos, para no hacerse más heridas de las que ya tienen. Dejan que el aire corra entre ellos mientras crean una asociación que les lleva a grabar un disco. La trama de la película, que puede resumirse en dos líneas, no es más que un mcguffin para distraer la atención de un romance torpe y extraordinario tan cargado de verdad como una tienda de reparación de aspiradoras, un parque desolado a las 10 de la noche o la cola del paro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ooooooh, la he visto hace un rato y me ha encantado, es bonita, un rato largo ;-)

27 de diciembre de 2007 2:15