"En algunas religiones de la India , energía derivada de los actos que condiciona cada una de las sucesivas reencarnaciones, hasta que se alcanza la perfección". Esa es la definición que da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española del "karma", la rueda de molino que propulsa la trama de Me llamo Earl, una comedia de situación protagonizada por Jason Lee y estrenada en septiembre de 2005 por la ABC norteamericana.
Earl Hickey es un loser sin oficio ni beneficio, delincuente soft habitual y borrachín que un buen día gana 100.000 dólares con el “rasca y gana” de la lotería pero que inmediatamente es atropellado por un coche, perdiéndose el documento acreditativo de su premio en el éter. Postrado en la cama del hospital en el que se recupera cae en la cuenta de que el bien y el mal se reparten en el mundo de manera equilibrada y que si a cada mala acción corresponde un castigo, a la inversa debe ocurrir lo contrario. Por ello, y ayudado por su torpe hermano Randy (Ethan Suplee), decide pasarse al bando de los decentes, para lo que se valdrá de una lista de más de 200 cosas negativas que ha hecho a lo largo de su vida a las que intentará dar la vuelta.
El piloto de la serie termina cuando lleva a cabo con éxito su primera buena obra, lo que place al karma hasta el punto de que el mismo aire que se llevó su papeleta ganadora se la devuelve caprichosamente. De este modo, seguirá en el paro pero con un buen pellizco que le permitirá dedicarse a tiempo completo a convertirse en una fuerza positiva en el universo.
Hasta este punto de delirio llega el primer capítulo que sienta las bases de una serie de vocación casi infinita si tenemos en cuenta que en cada emisión de veinte minutos rara vez se solventa más de un objetivo y que cada nuevo desliz ha de ser apuntado y resuelto en la hojita de deberes del protagonista.
El humor cáustico, basado en lo surrealista de la propuesta, aderezado con la simpleza de pensamiento tanto de Earl como de su hermano (Randy bordea el límite de la estulticia, hecho paradójico en cuanto a que observamos a un hombretón de más de 110 kilos entrado en la treintena que se comporte como un niño), y con la caracterización como verdaderos paletos de ambos, da lugar a una sitcom nada tradicional que quiere conformar una caricatura del prototípico pueblo dela Norteamerica más profunda desde los ojos del paria. Algo así como unos Simpsons de carne y hueso.
Esta serie, creada por Greg Garcia (productor asociado en varios capítulos de Padre de familia), encierra otro paralelismo con la producción animada de Groening: el entorno. El pueblo anónimo en el que vive Earl cuenta con un estrafalario grupo de vecinos representativos de todas las idiosincrasias posibles que entran y salen de la serie según lo requiera el argumento. Earl, su ex mujer Joy (Jaime Pressly), el nuevo marido de ésta (Darnell: Eddie Steeples), Randy y Catalina (Nadine Velazquez), una inmigrante ilegal que trabaja como limpiadora en el motel donde residen los dos hermanos, son los fijos en un ecosistema que también cuenta con el loco, el gay o el convicto habitual a los que se echa mano en la medida en que sean útiles para satisfacer las demandas de la lista. Todos ellos diseñados de manera sarcástica pero amable, en el otro extremo de, por ejemplo, South Park.
Nada de esto sería posible sin la figura de Jason Lee, portentoso humorista gestual y estrella absoluta de la función, que con una voz en off nada molesta nos pone cada vez en antecedentes de las maldades que cometió en sus años de mocedad. Un actor descubierto y multiutilizado por el independiente Kevin Smith y consolidado por el más serio Lawrence Kasdan. Intérprete de calidad que lo mismo vale para el galán de perfil medio que para el payaso de la clase pasando desde hace año y medio por el pillo reconvertido en hombre de provecho, su mejor papel hasta la fecha. Dos nominaciones a los Emmy, 12 millones de espectadores semanales en Estados Unidos y una gran acogida enLa Sexta española lo avalan.
Earl Hickey es un loser sin oficio ni beneficio, delincuente soft habitual y borrachín que un buen día gana 100.000 dólares con el “rasca y gana” de la lotería pero que inmediatamente es atropellado por un coche, perdiéndose el documento acreditativo de su premio en el éter. Postrado en la cama del hospital en el que se recupera cae en la cuenta de que el bien y el mal se reparten en el mundo de manera equilibrada y que si a cada mala acción corresponde un castigo, a la inversa debe ocurrir lo contrario. Por ello, y ayudado por su torpe hermano Randy (Ethan Suplee), decide pasarse al bando de los decentes, para lo que se valdrá de una lista de más de 200 cosas negativas que ha hecho a lo largo de su vida a las que intentará dar la vuelta.
El piloto de la serie termina cuando lleva a cabo con éxito su primera buena obra, lo que place al karma hasta el punto de que el mismo aire que se llevó su papeleta ganadora se la devuelve caprichosamente. De este modo, seguirá en el paro pero con un buen pellizco que le permitirá dedicarse a tiempo completo a convertirse en una fuerza positiva en el universo.
Hasta este punto de delirio llega el primer capítulo que sienta las bases de una serie de vocación casi infinita si tenemos en cuenta que en cada emisión de veinte minutos rara vez se solventa más de un objetivo y que cada nuevo desliz ha de ser apuntado y resuelto en la hojita de deberes del protagonista.
El humor cáustico, basado en lo surrealista de la propuesta, aderezado con la simpleza de pensamiento tanto de Earl como de su hermano (Randy bordea el límite de la estulticia, hecho paradójico en cuanto a que observamos a un hombretón de más de 110 kilos entrado en la treintena que se comporte como un niño), y con la caracterización como verdaderos paletos de ambos, da lugar a una sitcom nada tradicional que quiere conformar una caricatura del prototípico pueblo de
Esta serie, creada por Greg Garcia (productor asociado en varios capítulos de Padre de familia), encierra otro paralelismo con la producción animada de Groening: el entorno. El pueblo anónimo en el que vive Earl cuenta con un estrafalario grupo de vecinos representativos de todas las idiosincrasias posibles que entran y salen de la serie según lo requiera el argumento. Earl, su ex mujer Joy (Jaime Pressly), el nuevo marido de ésta (Darnell: Eddie Steeples), Randy y Catalina (Nadine Velazquez), una inmigrante ilegal que trabaja como limpiadora en el motel donde residen los dos hermanos, son los fijos en un ecosistema que también cuenta con el loco, el gay o el convicto habitual a los que se echa mano en la medida en que sean útiles para satisfacer las demandas de la lista. Todos ellos diseñados de manera sarcástica pero amable, en el otro extremo de, por ejemplo, South Park.
Nada de esto sería posible sin la figura de Jason Lee, portentoso humorista gestual y estrella absoluta de la función, que con una voz en off nada molesta nos pone cada vez en antecedentes de las maldades que cometió en sus años de mocedad. Un actor descubierto y multiutilizado por el independiente Kevin Smith y consolidado por el más serio Lawrence Kasdan. Intérprete de calidad que lo mismo vale para el galán de perfil medio que para el payaso de la clase pasando desde hace año y medio por el pillo reconvertido en hombre de provecho, su mejor papel hasta la fecha. Dos nominaciones a los Emmy, 12 millones de espectadores semanales en Estados Unidos y una gran acogida en
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