Harold Crick (Will Ferrell, Pasado de vueltas) es un agente de Hacienda que un buen día empieza a oír la voz que narra su vida. En realidad no es un buen día para él porque la voz le atormenta. Es la narradora del libro que Harold inconscientemente protagoniza y que no es otro que el de la historia de su existencia. Harold no es ficción, es un ser de carne y hueso. Tan rígido y metódico como un robot, pero siente y padece.
Imagínense qué chasco comprobar que la vida de uno está en manos del narrador omnisciente que dicta su destino. La tragedia adquiere proporciones épicas cuando Harold escucha de labios de su comentarista particular (una escritora a la que interpreta la siempre enternecedora Emma Thompson) que debe morir. A partir de ahí se desencadena una carrera contrarreloj para averiguar si la novelista, tal vez, convive en la misma dimensión que nuestro protagonista y, en caso afirmativo, persuadirla de que no se puede jugar así con la gente buena que tiene sentimientos y que sólo aspira a llevar una vida honrada sin molestar a los demás.
Legítimas y nada descabelladas demandas las de Harold, que se valdrá de un profesor universitario de literatura (Dustin Hoffman, Los padres de él) para ayudarle a acotar los parámetros de su búsqueda. Mientras todo esto pasa, Harold auditará a una pastelera pro-anarquista que le revelará que en la vida no todo es papeleo, dando lugar a una ironía poética: cuando más valoras todo lo que tienes es cuando más cerca estás de perderlo.
Me disculpo si he sido demasiado exhaustivo en la sinopsis de la película, pero su esqueleto narrativo es tan rico e inusual que puede que muchos de ustedes se sientan inclinados a ir a verla sin necesidad de que entre en juicios de valor con los que a toro pasado pueden estar más o menos de acuerdo. Una cosa sí les digo, este guión de Zach Helm es el más marciano escrito en años, hermanándose por derecho propio con la hasta ahora soberbia cosecha del oscarizado Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich, El ladrón de orquídeas, ¡Olvídate de mí!). Resulta extraño (y esperanzador) que fuera del triángulo Kaufman-Spike Jonze-Michel Gondry se pueda gestar dentro del circuito in-Hollywood una bendita mamarrachada tan descabezadamente bien escrita.
El director de Más extraño que la ficción es el ecléctico Marc Forster, que se reveló en 2001 con el intenso drama Monster´s ball para tres años después rodar la hiperglucémica aunque muy valorada Descubriendo nunca jamás. Su última obra es otra cosa: un experimento metaliterario cinematografiado con mucho estilo y sentido del humor que se beneficia del estado de gracia en el que últimamente se desenvuelve su cuarteto protagonista. Todos rayan a gran altura en una historia en la que el muy comedido Ferrell, generoso en su aportación, pone bolas blandas a Hoffman, Gylenhaal (¿por qué todavía no es una estrella?) y Thompson para que bateen y las saquen fuera de la pantalla en cada episódica escena que los involucra dos a dos. Con un libreto privilegiado en la mayor parte de la narración (pequeño parón intermedio que hace que el metraje torne en levemente excesivo pero muy estimulantes introducción y desenlace), una dirección solvente y una puesta en escena meticulosa, tenemos una de las comedias más conmovedoras (la voz en off de Thompson es tramposa pero efectiva) de la cosecha de 2006. Una de esas rarezas pequeñas y estupendas destinadas a ocupar los rincones más escondidos de estanterías más recónditas de los videoclubs.
Imagínense qué chasco comprobar que la vida de uno está en manos del narrador omnisciente que dicta su destino. La tragedia adquiere proporciones épicas cuando Harold escucha de labios de su comentarista particular (una escritora a la que interpreta la siempre enternecedora Emma Thompson) que debe morir. A partir de ahí se desencadena una carrera contrarreloj para averiguar si la novelista, tal vez, convive en la misma dimensión que nuestro protagonista y, en caso afirmativo, persuadirla de que no se puede jugar así con la gente buena que tiene sentimientos y que sólo aspira a llevar una vida honrada sin molestar a los demás.
Legítimas y nada descabelladas demandas las de Harold, que se valdrá de un profesor universitario de literatura (Dustin Hoffman, Los padres de él) para ayudarle a acotar los parámetros de su búsqueda. Mientras todo esto pasa, Harold auditará a una pastelera pro-anarquista que le revelará que en la vida no todo es papeleo, dando lugar a una ironía poética: cuando más valoras todo lo que tienes es cuando más cerca estás de perderlo.
Me disculpo si he sido demasiado exhaustivo en la sinopsis de la película, pero su esqueleto narrativo es tan rico e inusual que puede que muchos de ustedes se sientan inclinados a ir a verla sin necesidad de que entre en juicios de valor con los que a toro pasado pueden estar más o menos de acuerdo. Una cosa sí les digo, este guión de Zach Helm es el más marciano escrito en años, hermanándose por derecho propio con la hasta ahora soberbia cosecha del oscarizado Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich, El ladrón de orquídeas, ¡Olvídate de mí!). Resulta extraño (y esperanzador) que fuera del triángulo Kaufman-Spike Jonze-Michel Gondry se pueda gestar dentro del circuito in-Hollywood una bendita mamarrachada tan descabezadamente bien escrita.
El director de Más extraño que la ficción es el ecléctico Marc Forster, que se reveló en 2001 con el intenso drama Monster´s ball para tres años después rodar la hiperglucémica aunque muy valorada Descubriendo nunca jamás. Su última obra es otra cosa: un experimento metaliterario cinematografiado con mucho estilo y sentido del humor que se beneficia del estado de gracia en el que últimamente se desenvuelve su cuarteto protagonista. Todos rayan a gran altura en una historia en la que el muy comedido Ferrell, generoso en su aportación, pone bolas blandas a Hoffman, Gylenhaal (¿por qué todavía no es una estrella?) y Thompson para que bateen y las saquen fuera de la pantalla en cada episódica escena que los involucra dos a dos. Con un libreto privilegiado en la mayor parte de la narración (pequeño parón intermedio que hace que el metraje torne en levemente excesivo pero muy estimulantes introducción y desenlace), una dirección solvente y una puesta en escena meticulosa, tenemos una de las comedias más conmovedoras (la voz en off de Thompson es tramposa pero efectiva) de la cosecha de 2006. Una de esas rarezas pequeñas y estupendas destinadas a ocupar los rincones más escondidos de estanterías más recónditas de los videoclubs.
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