Advierto ruidosamente de que los testimonios que contiene esta película no sólo son turbadores sino que pueden indignar, molestar y herir permanentemente al espectador poco informado de la sinopsis. Éste es un documental que habla de los actos pedófilos llevados a cabo por el padre Oliver O'Grady, quizá el ser humano más cercano al demonio que jamás haya existido. La directora Amy Berg consiguió, Dios sabe cómo, salpicar su impersonal (raro en tiempos de Moore y Spurlock) y académico trabajo con el testimonio del abusador, quien en los 70 y en los 80 intimidó a una comunidad estadounidense tras otra, siendo trasladado siempre, en vez de frenado, por la jerarquía eclesiástica. Se denuncian manejos y corruptelas por parte del estamento católico, con o sin razón, pero de manera, eso sí, muy contundente, escupiendo cifras escalofriantes. Películas como ésta son las que te roban un poco el alma y te hacen ver que este mundo es acaso más feo de lo que dice el telediario. Un consejo: si siguen queriendo verla, es requisito imprescindible hacerlo en ayunas. No por lo que se ve, sino por lo que se cuenta.
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