18 ago 2008

The air I breathe (Cuatro vidas) (Jieho Lee, 2008)


Todos estamos conectados. Lo promulgan en Héroes y en todas las historias corales que surgieron a partir del histórico Altman. Sucede con P.T. Anderson, con Iñárritu o con cualquier desarrapado novato y modernillo que quiera destacar. Como Jieho Lee, ¿alguien le conocía antes de esta crítica? No, porque es es savia nueva. Y se pregunta uno cómo un debutante ha sido capaz de armonizar semejante destacado cast (Fraser, Gellar, Hirsch, Bacon, Delpy, García, Withaker). Y se responde uno: Porque tiene claras las ideas, porque no se deja llevar por amasijos tendenciosos que devoran a cada pequeña obra con afán de trascendencia y sabe imponerse con un sello diferente. Como aquella incomprendida Levity de Ed Solomon.

Este neoyorquino de nombre confuso no es otro más porque sintoniza a todos sus buenos actores al son de una misma batuta y es capaz de crear fotogramas de una belleza similar a la ingravidez que siente la gran artista pop encima del escenario, con todo el collage de sensaciones y sin saber adónde mirar, porque los focos aturden y confunden, como confunde Lee con su historia dislocada y grave. Con gente que entra y sale en escena rozando unos con otros tangencialmente, al modo de esas bolas rojas y amarillas del billar de carambolas que papá lustra con esmero los domingos. No, definitivamente no es otro Lee más.

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