10 ago 2008

LOS SUPERHÉROES: Capítulo VIII: Los Increíbles, Hancock & Superhero movie (Riéndose de los héroes)


En Hollywood todo es susceptible de ser parodiado. Desde los goriláceos bailes de Tom Cruise en el programa de Oprah hasta los afectados argumentos del intrigante indio M. Night Shyamalan. Las películas setenteras de catástrofes fueron despachadas en Aterriza como puedas, las ochenteras de policías, en Agárralo como puedas y las noventeras de sustos en Scary movie (añádanse sus respectivas secuelas).

La fiebre saturadora superheroica debía ser también carne de burla y, a su estela, se estrenó en marzo Superhero movie, ya totalmente desvinculada de los gurús Jim Abrahams y Jerry Zucker, si bien su director, Craig Mazin, fue guionista y productor de las últimas Scarys. La parodia de la que hablo sirve de pretexto para inaugurar la nueva... ¡chantatachán! (ruido de tambores)... entrega del especial sobre superhéroes de Soitu.es.

Cuando algo se repite hasta la náusea, da para que los corrillos de amigos en los bares creen metacódigos y chascarrillos. Las referencias a las referencias facilitan la aparición de microlenguajes y bromas de tercera y cuarta generación. Si llega un momento en el que se puede hablar de forma reconocible sobre gente ridícula que va por la vida como si vistiera calzoncillos por encima de los pantalones, es el momento de filmar una parodia. Lo más sencillo es hacer un mix de todo utilizando un hilo conductor universal para denunciar los excesos de la sociedad de consumo en la que vivimos. Los chistes raciales, los de caídas tontas adornadas con risas crueles y las tetas de silicona que explotan, son buenos aderezos. Es importante no contar con ninguna estrella en el reparto que desvíe la atención de la broma y sí con un par de conejitas Playboy (Pamela Anderson, Carmen Electra y Jenny McCarthy suelen prestarse porque, todo hay que decirlo, no les dan papeles en ningún otro sitio) y con Leslie Nielsen, icono y padre espiritual del género.

Superhero movie
En el caso de Superhero movie, el bueno es una derivación tontorrona de Spiderman con detalles de la infancia de Batman. Pero no tiene ninguna de las cualidades de ambos. Su talento se debe a otro insecto; le debe su fuerza a ¡una libélula! Si a alguien se le ocurre un superhéroe más ridículo, aparte de el Hombre Garrapata o el Hombre Ladilla (cuya forma no sería reconocida por el gran público), que tire la primera piedra. Es fácil discutir la calidad de tan contracultural producto y estoy lejos de defender las cualidades de su humor inmediato y verdecillo, pero lo que sí que hay que valorar es la capacidad de los cómicos recicladores para ejercer de perro guardián consiguiendo que no nos tomemos, de vez en cuando, tan en serio ese divertimento llamado cine.

Pero no sólo de comedia chusca y facilona vive la parodia de la temática tratada.

Hancock
Considerada de manera desigual desde las torres de marfil de los críticos, permanece todavía calentita en su cine más cercano. También hace la broma pero de modo un tanto más sutil. Hay quienes valoran el tirón de la simpatía de Will Smith por encima de cualquier otro valor fílmico de los proyectos en los que participa, pero yo, que fui uno de los mártires que padeció estoicamente Soy leyenda (y arrastré a tres personas queridas a la penitencia), agradecí la frescura de la propuesta del superantihéroe más pólíticamente incorrecto.

Desde que a principios de los 90 se instauró la prohibición tácita de fumar en las películas de Hollywood, dejando tal 'asquerosa' costumbre en manos de villano, putas y mendigos (no se ofendan, en este preciso momento estoy fumando sin manos mientras aporreo las teclas de mi portátil como un auténtico Jack Lemmon), no se veía nada tan antisistema en un gran estudio como un Will Smith volando borracho y pegando traguitos a una botella de bourbon mientras persigue a los malhechores. Esa imagen choca frontalmente con la lozanía que vende, por ejemplo, Warner, con su discurso smalvillano del Clark Kent granjero como piedra angular de su sociedad aldeana. Los malos siempre han sido más apasionantes, y el ex príncipe de Bel Air participa del juego de las ambigüedades hasta el punto en que no sabes si simpatizas con él cuando es un desastre auténtico o un golfo redimido.

La incorrección política de Hancock, que se resiste a vestir uniforme por miedo al ridículo (chinita al canto), sirve como prolegómeno a la reinvención y a la reivindicación de los valores familiares como elemento fundamental de la integración social, y por ahí se puede pillar a un producto que no es tan macarra como en un principio se nos quiere presentar.

Los increíbles
No se me ocurre mejor manera de abrochar este fascículo que con Los increíbles. Yo no sólo odio Los Simpsons, tampoco puedo soportar Padre de familia ni nada que atufe mínimamente a los rancios ideales tradicionales del criogenizado Disney. Será tara mía, pero los dibujos animados, excepto en contadas (-ísimas) ocasiones, son incapaces de remover nada en mi interior. Quizá sea uno de esos comentaristas de cine que sólo se emociona cuando un Brando o un Stiller hacen determinada meritoria mueca. Puede ser, pero dije touché mientras hacía chapó al ver la cinta de Brad Bird (con Lasseter moviendo los hilos por detrás, claro) en el extinto cine Benlliure. Si sólo me faltó ponerme en pie y dar palmas. Su denuncia del acartonamiento social y de la inmersión en la burguesía del sueldo mensual y las cucamonas de Jack Jack hicieron que me hiciera fan de Pixar (no se pierdan WALL•E, ya en sus cines) a perpetuidad. Tampoco tenía precio la panza del desentrenado cabeza de familia en un intento de poner en el suelo a todos esos prepo- y omnipotentes surcacielos taquilleros. Hay veces que una buena denuncia es mejor aún que un redondo producto original. Porque, aparte de su calidad intrínseca, destila la audacia de la mala leche. Dos por el precio de uno. Mejor así, porque, si no, todos los críticos cinematográficos se quedarían en el paro.

No hay comentarios: