25 ago 2008

Purple violets (Edward Burns, 2007)


Hace 13 años que el primer trabajo de Edward Burns como director-guionista-actor se llevó el Gran Premio del Jurado del Festival de Sundance. Eran tiempos en los que el macro-mitin de Robert Redford aún significaba independencia y Burns, como Tarantino y Rodríguez se hizo un nombre. Sus Hermanos McMullen le sirvieron para ser considerado un nuevo Woody Allen a la irlandesa: mordaz, multiinstrumentista y sin tapujos a la hora de divulgar sus inclinaciones religiosas (el tipo es católico). Ese era su perfil. Un Woody de 30 años menos. El guión gustó y los guapos de Hollywood querían papeles en sus operetas, que fueron perdiendo fuelle.

Se hizo ecléctico. Drama de amor adolescente interrumpido y retomado, retrato de amor a New York en episodios muy cargados de sexualidad (que no de sexo), comedia de reencuentro de los amigos de la infancia... La falta de madurez, el proceso de apareamiento, todo eran inquietudes en Burns. Abría campos y no los cerraba, o lo hacía de manera muy pequeña. Como quien cuenta cuentos. Para hacer sus películas haiku empezó a prodigarse como galán en comedias románticas ajenas. Es guapo y fuerte. Es creíble en ese registro. También en el de detective. Es como el dentista que saca dinero poniendo empastes para poder dedicarse a la taxidermia. Poco a poco se fue volviendo intenso y emepezó a desafiar la táctica que le llevó al éxito. Se puede comparar su trayectoria con la del poeta adolescente precoz que alcanza cierto reconocimiento y, aburrido, decide lanzarse a la prosa. Y cuando la prosa redonda le recuerda a los versos, comienza con prosa roma. Se enromeció, si se me permite la palabra.

Hasta Purple Violets, que sugiere intercambios de pareja que despistan, que no están telegrafiados. Tienen mojo las violetas púrpuras. Con cuatro protagonistas solventes y un secundario de lo más puerco. Con abundancia de fichajes dentro del universo burnsiano para contar la historia de siempre, pero mejor. Con Selma en estado de Selma y replicantes que no desmerecen hasta originar un drama urbanita y ligeramente pretencioso, lo que no estorba, porque también lo era Annie Hall y el resto de comedias dramáticas que dirigió el Allen original en los 80. Si la comparación les resulta excesiva, reculo y digo que si no iguala, al menos lo intenta. Y Burns se redime con Burns.

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