25 ago 2008

Bobby Z (John Herzfeld, 2007)


El cine honesto no suele inquietar. Parece necesario centrifugar el nudo central con trampas, fuegos artificiales y pirotecnia para que los finales sean recordados. ¿Trampas? Bueno, pues trampas. En numerosas ocasiones la historia se queda coja, pendiendo de un hilo, en un ¿esto es todo?, y olvidamos, y no recomendamos y, como el boca oído se queda en nosotros porque no queremos contaminar ningún oído querido con una peli-de-final-en-suspenso-¿esto es todo?, nos la guardamos en nuestra alforja y nadie la ve, y, como nadie la ha visto, el director no consigue dinero para su siguiente proyecto, la hipoteca le come y se dedica a otra cosa. Y el cine desaparece... menos el cine tramposo, que sigue dando dinero, porque deja sensación de comezón, o de come-come, o de rucu-rucu, según la provincia. Porque, mientras El sexto sentido siga haciendo cientos de millones de dólares, habrá embaucadores que tratarán de engañarnos maravilosamente con cosas como en El ilusionista o lastimosamente, con cosuchas como en el capítulo final de Los Serrano.

Bobby Z no engaña a los espectadores, sino a los malos, porque va de gente que finge que es otra gente. Pero tú sabes el secreto, conoces el truco. Y Paul Walker, que es un cachas al que nunca se le tomará en serio (ni falta que hace) por lo acusadamente rubio que es, cambia los roles con un narco peligroso. La poli le chantajea. Morfeo en el lado oscuro. Pero el rubio es listo y va a por la chica (la subalterna sexualmente ambigua del doctor House) y demuestra tener buen corazón, porque se encuentra a un crío y lo cuida, y cuando todo parece que se va a torcer, entonces sí: trampa.

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