7 sept 2008

De cómo Mickey Rourke recobró la marcha


Antes que nada, atribuyo el homenaje implícito en el título, no sea que me pase como a Bunbury. Se refiere a la novela de 1997 de Terry McMillan, en la que una mujer madura (Stella era la cabeza de título en el original) que supo reinventarse en función de su edad y nuevas circunstancias. "Sobreponerse" lo llaman. Es lo mismo que hizo Mickey Rourke, que este fin de semana está de feliz actualidad después de que su última película The Wrestler se haya alzado con el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia. En ella interpreta a un luchador de wrestling (lucha libre americana), al final de su carrera profesional, que intenta dar sus últimos coletazos en el mundillo. Sí, es cierto que la sinopsis parece un calco de la de Rocky Balboa (sexta entrega estrenada en 2007), pero no guarda menos parecidos con la vida real de Rourke.

Rebobinemos, porque la imagen que todos tenemos de este inmenso intérprete salido de la escuela del Actor´s Studio era, hasta que Coppola se cruzó en su camino a finales de los 90, la de un "cenicero humano", apelativo salido de la boquita de piñón de Kim Basinger después de su experiencia conjunta en el hito ochentero Nueve semanas y media.

La suya es la historia de un hombre que lo tuvo todo y que, por una serie de catastróficas desdichas (recordemos a Lemony Snicket en esta frase), arrojó su carrera por el sumidero. Corría 1991 cuando, tras llevar en sus alforjas un buen número de títulos significativos en sus espaldas, (1941 (1979), Diner (1982), La ley de la calle (1983), la citada Nueve semanas y media o El corazón del ángel (1987)), decidió dedicarse al boxeo profesional bajo el nombre de guerra Marielito. Cuatro años le duró la excentricidad. Cuatro años que le costaron un rostro devastado que hubo de reconstruir mediante múltiples cirugías estéticas que le dejaron hecho un cromo. Quien no supiera de dónde venía esa cara inexpresiva propia de un cruce entre Michael Jackson y la nueva-joven Nicole Kidman, que sepa que no es bótox todo lo que reluce.

A pesar de su rumbo fílmico errante (Orquídea salvaje (1990), que no consiguió reeditar el éxito de su cumbre erótica; Dos duros sobre ruedas (1991) o Double team (1997), en la que compartió protagonismo con Jean-Claude Van Damme y ¡Dennis Rodman!) y una vida privada absolutamente decadente, que le llevó a las primeras planas de la prensa amarilla tras las acusaciones de maltrato por parte de su mujer Carré Otis, Coppola (que ya le había dirigido en la extraña y genial La ley de la calle) se dijo que tras esa piel muerta seguía habiendo un actor excelso que para emocionar sólo necesitaba susurrar.

Toda una voz sugerente, casi desesperadamente sugerente. No fue tanto su aspecto desaliñado y el indudable atractivo físico de sus comienzos lo que le había encumbrado, sino su mezcla compensada entre duro y blando, entre boxeador y gatito. Legítima defensa (1997), a mayor gloria de un recién descubierto Matt Damon, no sólo supuso la momentánea resurrección del papá de Sofia tras Jack, sino que situó el jefe de bufete desalmado de Rourke cerca de la órbita del Oscar al Mejor Actor secundario. Después, casi todo fueron aciertos. Hubo, desde luego, series B -había que comer-, pero también proyectos que le ligaron a Steve Buscemi, Sean Penn (ambos en su faceta de directores), Wong Kar Wai, Jonas Akkerlund, Robert Rodríguez (su Marv de Sin City hizo que la comunidad friki le pusiera en un altar) o John McNaughton, todos ellos sabedores de que no hacían falta metáforas como la presente The wrestler para dar cabida al Rourke de siempre, un poco más viejo y un poco más deforme, pero todavía con una presencia intachablemente hipnótica.

No tiene fecha de estreno en España esta condecorada biografía no oficial firmada por Darren Aronofsky (director de Réquiem por un sueño y afortunada pareja de la dulce Rachel Weisz), por lo que habrá que esperar, de la misma manera que habrá que esperar por Sin City 2, pero lo menos que podemos hacer por este hombre que recobró la marcha es aguardar un poquito por él. A veces, parece que le cuesta, pero siempre llega.

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