Por fin llegó el segundo viernes del festival y todo el pescado se encuentra ya en los mostradores listo para ser juzgado, tasado y premiado. Mañana se conocerán los agraciados en una edición cuyos ingredientes más controvertidos han partido del cine español, más concretamente de 'Tiro en la cabeza', con su alambicada, y en ocasiones ininteligible, reflexión sobre el mundo etarra, y 'Camino', que ha señalado los usos y maneras del Opus Dei. Pero, a la espera de que el director Jonathan Demme, presidente del Jurado de esta 56ª edición del Festival de Cine de San Sebastián, diga eso de "...And the Concha de Oro goes to...", hay que echarle un ojo a la última parada de las películas a concurso: dos propuestas dispares, una de las cuales es tremendamente disparatada.
Comenzando por la que nos toca más de cerca, Daniel Burman plantea en 'El nido vacío' las secuelas derivadas de la crisis de la mediana edad, con sus consecuentes choques emocionales (maritales y paterno-filiales). No es el argentino uno al que se le den bien las estructuras recovecadas, y por ello su intento de sofisticación narrativa sabe a burla o a impotencia ejecutura en el tramo final. A pesar de que los temas que toca son verdaderamente incómodos, le sale la flema porteña en su vena más cínica, característica común a tantas otras películas que nos suelen llegar desde la Argentina.
Aporta cierta dosis de solidez adicional el gran trabajo de Oscar Martínez (el Oscar se escribe sin tilde, no es una errata), y no tanto Cecilia Roth, cuyo personaje de esposa frustrada en busca de la autorrealización a sus 'cincuenta y...' no está demasiado matizado. Ya en sus anteriores trabajos, Burman había apostado siempre por los hombres como hilos conductores de sus filias y fobias. El actor Daniel Hendler, perfecto álter ego del realizador en 'Esperando al mesías' (2000), 'El abrazo partido' (2004), 'Derecho de familia' (2006) no aparece aquí por su juventud para el papel, supongo. Y se le añora.
Nada es achacable a Burman en el ritmo conversacional, salpicado de chistes, marca de la casa, de hecho, Leonor Watling, jurado del festival, se rió en varias ocasiones en el pase de ayer, pero falta ese salto de calidad y emotividad que desde 'El abrazo partido', Burman no ha sido concretar. Me decía el otro día una colega bonaerense, al amparo de sendas cañas, que 'El hijo de la novia' (de Juan José Campanella), 'boom' de taquilla (me refiero a índice de ocupación por butaca, que los verdaderos éxitos los copa todos el cine yanqui) y crítica en España se debió a que es el tipo de película hecha en su país para saciar el gusto de los de aquí. Con 'El nido vacío' dice que ocurre lo mismo, pero les aseguro que, ni de lejos, va a tener la misma repercusión. Le falta ese nosequé.
La prota de la peli de Kim Ki-Duk, en Donosti.
La que desde luego no está hecha para los europeos promedio es la última marcianada de Kim Ki-Duk, 'Dream', pero es que nada es simple con el director de 'Primavera, verano, otoño, invierno...y primavera'. Suya fue una de las notas de color del festival al dar la rueda de prensa de presentación desde su Corea del Sur natal, donde se encuentra recuperándose de un accidente de tráfico que sufrió hace poco. "El amor es un círculo de celos, ira y felicidad" es el supuesto mensaje de una cinta de ciencia ficción de paisajes urbanos cotidianos, pero llena de hechos paranormales, con los que comulgas a pies juntillas o acabas retorciéndote en la butaca, como ha sido mi caso.
Hay cierta belleza poética en sus imágenes, eso es indudable; no en vano Ki-Duk es uno de los padres de la innovadora imaginería que la última década ha golpeado con fuerte en Occidente, pero su intento de vender una moto en la que el protagonista sueña pesadillas que más tarde ejecuta una muchacha, con la que se verá forzosamente unido en pos del equilibrio social, es tan enrevesada como surrealista. Las melodías inquietantes, escuela Badalamenti, nos evocan al David Lynch más desquiciado, el de 'Carretera perdida' y 'Mulholland Drive', que suele buscar la misma provocación, pero de una manera mucho más evocativa. La violencia del tramo final es tan gratuita como desconectora. ¿De qué sirve mostrar escenas que casi nadie va a ver porque suscitan tanto asco que la mayoría del público aparta la mirada o directamente se tapa los ojos? Será porque el surcoreano no ha tomado nota de Campanella y sigue rodando para sus paisanos en vez de para nosotros, lo que casi le garantiza un premio en el palmarés.
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