2 nov 2008

La boda de Rachel (Jonathan Demme, 2008)



Parece que narra la realidad. No es una rareza que los jóvenes talentos del cine se atraganten con la fama mal digerida. Lo que podría haber sido en sus carnes, y no fue, lo cuenta Anne Hathaway, la ex princesa por sorpresa, que sirve de descacharrado maniquí en uno de los últimos flirteos de Jonathan Demme con la ficción. Ahora parece empeñado en convertirse en biógrafo fílmico de Neil Young. El sabrá. Es por esa misma querencia suya hacia la realidad por la que ‘Rachel’ adolece de ciertos vicios: la cámara fija atascada en interminables monólogos, el abuso de la música intradiegética (tara de melómano)… Pero no todo van a ser peros; quien firmara ‘El silencio de los corderos’ se saca de la manga una tóxica atmósfera familiar equiparable a la de los ‘Maridos y mujeres’ de Allen, una foto de inspiración Dogma decididamente maravillosa y a la no menos increíble Debra Winger, que se encontraba en situación de semirretiro.

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