Hay un matón de escuela y familia desestructurada que se amista con un 'margi' de creencia Brethren (hermandad que encierra ciertas similaridades con los mormones), pero sin padre. Ambos, inicialmente repelidos, buscan en el otro el apoyo para superar las taras derivadas de sus disfuncionales hogares. Rotos los dos, su alianza nace catalizada por la filmación de un homenaje casero a 'Acorralado', la primera película de Rambo.
Los clímax emocionales, tan profusamente buscados por Gondry en la imperfecta 'Rebobine, por favor' son alcanzados casi sin querer por Jennings en esta honesta cinta sobre el desasilvestramiento de los pícaros y el arribismo de los débiles amparados. Ambientada en aquellos maravillosos 80 en los que los cánones digitales eran ciencia ficción, es también una apología de hacer mucho con muy poco, de multiplicar el ingenio cuando no llegan los medios y de tirar a la basura las videoconsolas cuando no sirven más que para poner cercos a la imaginación. Jennings propone además la vuelta al super8, al supercinexín y a los plastidecores. O mucho me equivoco, o no será el único que los reivindique dentro de poco. Que se lo digan a quienes renegaban hace pocos años de esas zapatillas cuya marca aludía a un felino y ahora las combinan con pantalones de pitillo.
Valoración: 7,5/10
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