12 ene 2009

Siete almas (Gabriele Muccino, 2008)


De payaso desfasado —y que nadie adivine desprecio en tal etiqueta— a maduro actor de drama. Ésa ha sido la evolución de Will Smith desde que viera reconducidas sus aptitudes raperofestivas de mediados de los noventa hasta convertirse en el actor más seguro en la taquilla de todo el mundo. Su reincidencia laboral al lado del italiano Gabriele Muccino tras la agradable y rentable experiencia de 'En busca de la felicidad' no tiene un tono muy distinto en cuanto a atmósfera dramática de alta graduación si bien parte de una línea de salida mucho más irreconciliable que la del padre soltero de la primera.

Un hombre torturado, sin nada a lo que aferrarse, ve en su ayuda a los demás la única escapatoria para estar mejor —que no bien— consigo mismo. Poco a poco el espectador torna en víctima del destartalamiento emocional de Smith, empatizando con su desgracia de manera algo tramposa aunque sobradamente efectiva. Se revela el italiano como uno de los grandes manipuladores de nuestra época dentro del género epifánico-plañidero. Su nuevo monte de los lamentos es una encrucijada aparentemente irresoluble, desquiciada y excesiva como Lars Von Trier pero montada a la manera 'todo manga por hombro' de Iñárritu.

Y, por más que se le ve venir a la legua, hay que tener cierto talento para conseguir agarrar de las entrañas al personal. Y Muccino —por más que sepas que eres objeto de la manipulación, por más que sepas que estas cosas no pasan— lo consigue. Lagrimita. Y Smith lo consigue. Otra lagrimita. Y todos tristes, pero contentos.

Valoración: 7/10

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