A veces se necesitan 20 años para reparar en los propios errores. Le ha pasado al director israelí Ari Folman, que analiza sus experiencias como invasor de Líbano en su expiación fílmica 'Vals con Bashir'. También reparte a su gobierno de entonces.
Ayer. Junio de 1982. El ejército israelí acometió una ofensiva contra el sur de Líbano para contrarrestar los continuos bombardeos que sufría la zona más septentrional de su territorio. Por aquel entonces, Ariel Sharon era ministro de Defensa.
Hoy. Gaza viene de sufrir 22 días de ataques con un resultado de más de 1.300 muertos y un territorio devastado. Las elecciones que tienen lugar en el país vecino le dan igual. Distintos sondeos entre la deprimida pobación así lo muestran.
Ayer. Las tropas del país hebreo, formadas en su gran mayoría por muchachos barbilampiños, se metieron en el berenjenal de sus vidas: Internarse hasta el mismo Beirut en lo que pretendía ser un conato de cordón de seguridad de 40 kilómetros. Finalmente fue una estrategia de Sharon que tenía por objeto frenar la ofensiva de Líbano, coronar al aliado cristiano Bashir Gemayel (atentos a su nombre de pila) y ganar posiciones estratégicas frente a Siria, el enemigo eterno. Bashir fue asesinado y la cólera israelí desatada.
Hoy. Ni la total inflexibilidad de Benjamin Nethanyahu (Likud) ni la más conciliadora aunque también bastante rígida opción de Tzipi Livni (Kadima), natural heredera del comatoso Sharon, convencen demasiado ni a un lado ni a otro de la frontera israelí.
Ayer y hoy. El director de cine Ari Folman, aclamado mundialmente por su película 'Vals con Bashir' (aquí es donde cobra sentido la advertencia anterior) termina precisamente hoy, en España, una gira de bolos que le han llevado a promocionar durante nueve meses su documental de animación en todos los países en que ha sido requerido.
Folman habla en tono onírico (es por ello que se decantó por la animación) de su participación en los destacamentos israelíes que invadieron Líbano. Cuenta que borró de su memoria todos los recuerdos de la masacre. Que 'Vals con Bashir' sirvió de purga. Cuenta que hasta que no comenzó a filmarla 20 años después no había reparado en las consecuencias de sus actos. Tal como los vivió los olvidó.
La merecedora del Globo de Oro a la mejor película extranjera y nominada al Óscar (que se falla el próximo día 22) es una reconstrucción de los hechos a modo de flashback investigativo. El álter ago del realizador se encuentra con un ex compañero soldado con el que coincidió en la ocupación que le explica cómo sufre pesadillas recurrentes con 26 perros, los mismos que mató durante las operaciones para que no le delataran.
Hoy. El director está a punto de ganarse el reposo del guerrero. ("Estoy contento, a la vez que os felicito, porque es mi última rueda de prensa de promoción". Será si no le dan el Óscar. "Es cierto. Si me lo dan, daré una más"). Ha visitado Marruecos, Abu Dabi, el Golfo y Egipto. Le falta Beirut, su asignatura pendiente, su "sueño imposible".
Tira piedras contra su gobierno. La cinta de Folman sirve para que el pueblo israelí haga doble análisis de conciencia acompasado con su avidez a la hora de afrontar las urnas. Puede extraerse, aún así, una posible lectura que sugiera cierta benevolencia con respecto a su nación. Pese a que Folman critica duramente los horrores de la guerra se le puede achacar que la mayor carga de culpa la atribuye a la sección falangista cristiana que arrasó durante tres días a 3.000 refugiados civiles palestinos —incluidos mujeres y niños— en Sabra y Chatila.
Folman denuncia que tan culpables fueron los citados brazos (y gatillos) ejecutores como la milicia de la que él formaba parte que no impidió la carnicería. Ese matiz y el hecho de que "dos importantes instituciones gubernamentales" de su país hayan apoyado la producción de 'Vals con Bashir' y su exhibición gratuita en diversos países de los alrededores sugieren otra vez la autocrítica. Autocrítica en un día en el que todo cambiará, esperemos que para que nada siga igual.
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