20 mar 2009

Man on wire (James Marsh, 2008)


El 'Gnossiene Nº1' de Eric Satie acompaña el paseo del un hombre sobre el abismo durante 50 minutos y ocho idas y venidas. Philippe Petit corona las Torres Gemelas con 450 metros de transición mortal bajo sus pies ejerciendo de dios mundano.

La gracilidad de su marcha se equipara al desparpajo y adrenalina con la que narra en tiempo presente —35 años después— e hiperkinético el punto culminante de una vida. No se puede quitar mérito a su gesta pero sí cabe preguntarse qué tiene de útil para que haya sido objeto de un documental y a la vez merecedora de un Óscar por el mismo. Y uno también se responde: "Lo cierto es que nada". A no ser que consideremos que el arte por el arte hace encender ciertos interruptores en nosotros y nos hace vibrar de una manera impalpable e imprecisa pero tremendamente poderosa. Por eso usted lee —y yo escribo— artículos relacionados con el cine. Porque los interruptores benditos aún encienden algo en nosotros. Y algunos, como 'Man on wire', con voltaje extra.

Valoración: 8/10

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